Podría escribir más de un artículo diario sólo con la actualidad. Entonces tendría que abrir otro blog para mis actividades literarias, y ya no volvería a dormir. Pero no. Hay tantas cosas que me abruman, que más que desahogarme escribiendo sobre ellas, hay días, cada vez más, que tiendo a retraerme. Ya existen muchos analistas, comunicadores, periodistas, expertos y especímenes varios que vierten su opinión en textos que en demasiadas ocasiones parecen querer pontificar. Y al fin y al cabo, lo que yo piense sobre asuntos de calado básicamente me interesa a mí, de modo que probablemente acabe perdiéndose en el océano de bits.
De todas formas, necesito escribir, no sólo ficción, sino también sobre la realidad que me rodea. Como diría el filósofo, yo soy yo y mis letras. Y estos días resulta que coinciden tres hechos relevantes que dicen mucho (me atrevería a afirmar que, en esencia, lo dicen todo) acerca del mundo en que andamos metidos. Uno llega a la conclusión de que esta realidad sólo puede ser producto de una mente muy retorcida.
Deportaciones de demandantes de asilo (la Unión Europea no les permite ser refugiados), papeles de Panamá y Nuit debout.
Obviamente hay innumerables asuntos más que merecerían nuestra atención (ya he dicho que podría escribir más de un artículo al día), pero la coincidencia en el tiempo de los tres que enumero le serviría a un extraterrestre despistado que aterrizara en la Tierra para volverse loco entender cómo funciona el mundo “civilizado”.
Básicamente, todo se reduce a un juego en el que una minoría hace lo que le da la gana con el beneplácito de quienes diseñan las reglas, que forman parte de esa minoría. Esa élite vive al margen de la realidad que soportamos el 99% de los mortales. Sólo nos necesitan para legitimar el sistema que parasitan, y para ello nos mantienen entretenidos con fuegos de artificio y quiméricas expectativas de progreso personal.
Ellos loan el esfuerzo, el trabajo bien hecho, el sacrificio, la lealtad, el patriotismo. Nos dejan votar cada cierto tiempo, nos aplauden con sonrisas postizas y nos dan palmaditas en la espalda con manos blandas, las mismas manos con las que se llenan los bolsillos antes de ocultar sus fortunas y negocios turbios en paraísos fiscales que no pocos de los esforzados de tibio espíritu creían producto de las películas americanas.
Esos seres superiores están más allá del bien y del mal. No tienen por qué rendir cuentas ante nadie, y cuando, como está ocurriendo ahora con el escándalo de los papeles panameños, les arrancan la careta, se hacen los ofendidos, recurren a excusas patéticas pero que, sorprendentemente, suelen surtir efecto, o simplemente guardan silencio mientras meditan en alguno de esos lugares reservados para los de su categoría.
No me considero un conspiranoico ni nada remotamente cercano a un iluminado, pero es que a estas alturas cuesta pensar que quede alguien mínimamente informado y que conserve algún vestigio de dignidad que se atreva a cuestionar que el mundo en que vivimos está montado así expresamente. No es casualidad que la finalidad de las sociedades modernas, basadas en lo que los caraduras llaman “liberalismo”, sea la adoración del dinero. Producir, producir y producir. ¿Para qué? “Para que todos tengamos empleos más o menos dignos y podamos ganarnos la vida rodeados de ciertas comodidades”. ¿Cómo es posible que tanta gente siga creyéndolo?
El objetivo es que los que tienen mucho dinero ganen más. Así de simple. Trabajamos, nos sacrificamos, entramos en la rueda del sistema sin cuestionarnos la finalidad, consumimos no para tener una existencia digna, sino para que otros continúen acumulando riqueza material. ¿Y qué hacen con ella? Pues eso, acumularla. Esconderla. Alejarla de ese zarrapastroso 99%.
La caprichosa fortuna ha querido que el destape de la putrefacción millonaria coincida en el tiempo con la mayor indecencia humana desde la Segunda Guerra Mundial. El planeta no anda escaso de indecencias humanas, pero la que está obligando a quienes huyen desesperados de la guerra, en Siria, en Afganistán, en Irak, o donde sea, a regresar a sus países después de haber entrado en territorio europeo, se lleva el premio gordo. Los dirigentes de la Unión Europea han dejado bien claro que son unos indecentes, que carecen de humanidad y que las vidas de los más débiles (se me ocurren muy pocas situaciones de una debilidad comparable a la de quien huye de una guerra) les resultan indiferentes.
![Exiliados de Siria, emigrantes a Panamá e indignados franceses Refugiados - Gallego y Rey](http://m1.paperblog.com/i/370/3702513/exiliados-siria-emigrantes-panama-e-indignado-L-eThoix.jpeg)
Se me revuelven las tripas al comprobar con qué naturalidad conviven la codicia y la desesperación. Miles de emigrantes fiscales ocultan sus fortunas mientras muchos miles más de exiliados suplican migajas de humanidad, enjaulados por huir de la muerte. Resulta incomprensible. No puede ser. No podemos aceptar que las cosas son así y ya está. Lo que está ocurriendo no tiene nada que ver con el azar. La guerra en Siria, en Irak o en Afganistán tiene unos motivos concretos. No se trata de desastres naturales.
No seré yo quien aporte soluciones, pero sí que reclamo a las instituciones europeas, a nuestros representantes políticos, decencia y humanidad. Las excusas monetarias no sirven, no están justificadas cuando el sistema que contribuyen a sostener permite que cientos de miles de millones de euros que nos pertenecen a todos se pierdan en el agujero negro de los paraísos fiscales. Esos repugnantes refugios de la élite existen porque las mismas instituciones que niegan el derecho a vivir dignamente a quienes huyen de la guerra lo permiten. No sólo lo permiten, han contribuido activamente a que existan y resulten prácticamente inexpugnables.
Durante estos días está quedando más claro que nunca, de una forma descarnada, que la realidad que vivimos la gente común se halla a una distancia infinita de esa otra realidad elitista, que se alimenta de nosotros.
¿Qué sentido tiene continuar soportándolo? ¿Por qué seguimos aceptando esas reglas que jamás nos permitirán ganar el juego?
Dentro de un mes se cumplirán cinco años de aquel mayo luminoso durante el cual miles de personas se hicieron preguntas como ésas. El 15M dejó una semilla latente que, quién sabe, confieso que me resulta difícil ser optimista, quizás acabe germinando. Muchas cosas han cambiado en el imaginario colectivo a partir de aquel momento, aunque la realidad sea que la “crisis” ha continuado machacándonos a conciencia (quien siga creyendo que la “crisis” es un ente abstracto, una calamidad bíblica, allá él).
No voy a referirme ahora al momento político que estamos sufriendo viviendo en España (supongo que pronto me sentiré empujado a escribir sobre el tema). Voy a cruzar los Pirineos. Porque parece que cinco años después la llama de la indignación ha prendido en Francia.
![Exiliados de Siria, emigrantes a Panamá e indignados franceses Nuit debout - Liberation](http://m1.paperblog.com/i/370/3702513/exiliados-siria-emigrantes-panama-e-indignado-L-VoJrCJ.jpeg)
La place de la Republique, la “Sol” parisina. Foto: liberation.fr
El sistema es depredador, tremendamente agresivo, siempre está hambriento. Golpea, aprieta, devora. A todas horas. Y aunque ha logrado narcotizar a buena parte de la sociedad, lleva tiempo tentando su suerte. Incluso el más cobarde de los tibios de espíritu acaba reaccionando si lo exprimen demasiado. Algo así fue lo que provocó el 15M. Algo así ha sido el desencadenante de la Nuit debout (Noche en pie).
Por lo que he ido leyendo estos días, pese a las diferencias que resaltan las crónicas y los protagonistas del movimiento respecto al 15M, las similitudes son más que evidentes. La indignación es la fuente de la que beben, el cuestionamiento de ese sistema injusto, humanamente insostenible. El “no nos representan” se extiende entre quienes comprueban año a año, elección tras elección, que la política institucional reproduce continuamente los mismos patrones, gobierne quien gobierne.
En las plazas de la Nuit debout aseguran que no se van a conformar con medidas concretas, que no persiguen un cambio de políticas del gobierno, sino que pretenden la apertura de un proceso constituyente que dé como resultado una república social. Suena tan bonito y utópico como el 15M. Y está bien. La utopía es necesaria. Llevamos demasiado tiempo sumidos en la modorra, en un conformismo cobarde y absurdo, carente por completo de sueños.
Me gusta que los franceses se rebelen, que se resistan a la deriva gris en que está degenerando el institucionalismo. Mayo del 68 siempre debe ser una referencia. Me gusta que se rebelen con un mensaje positivo, constructivo, ambicioso, aunque suene ingenuo, que se opone frontalmente a la amenaza ultraderechista y a la tibieza y al miedo de quienes, desde las instituciones, no saben o no quieren plantarle cara al fascismo.
Necesitamos que libertad y democracia vuelvan a ser palabras repletas de significado, palabras que uno pronuncie con orgullo y una sonrisa, con los brazos abiertos para recibir a quienes necesitan nuestra ayuda, para trabajar de forma solidaria, para construir una Europa abierta que destierre el miedo, que deje de esconderse en su endogamia enfermiza.
Una Europa que acoja a refugiados y deporte a millonarios corruptos.