Revista Ciencia

¿Existe el amor verdadero?

Publicado el 12 febrero 2015 por Rafael García Del Valle @erraticario
<img src="//i0.wp.com/www.erraticario.com/wp-content/plugins/send-to-kindle/media/white-15.png" alt="" title="" width="" height="" data-recalc-dims="1">Send to Kindle<img src="data:image/gif;base64,R0lGODlhAQABAIAAAAAAAAAAACH5BAEAAAAALAAAAAABAAEAAAICRAEAOw==" data-lazy-original="http://i1.wp.com/www.erraticario.com/wp-content/uploads/2014/10/autumn-avenue.jpg?resize=475%2C315" alt="autumn avenue" title="" data-recalc-dims="1"><noscript><img src="//i1.wp.com/www.erraticario.com/wp-content/uploads/2014/10/autumn-avenue.jpg?resize=475%2C315" alt="autumn avenue" title="" data-recalc-dims="1">El campa&#241;ol de campo&#160; es un roedor con tendencias mon&#243;gamas, o sea, que es fiel a su pareja y tal. Cuando un macho campa&#241;ol conoce a una hembra campa&#241;ol, y proceden a ejecutar su ritual de emparejamiento, a estos campa&#241;oles se les sube la oxitocina, una hormona que afecta a las regiones cerebrales donde se ejecuta el software del placer, haciendo que la pareja se guarde fidelidad para los restos en virtud del gozoso v&#237;nculo establecido.Seg&#250;n dicen que cuentan, a los humanos les pasa lo mismo que a los campa&#241;oles: cuando una persona recibe muestras de afecto y amistad, la concentraci&#243;n de oxitocina en sangre se dispara y, seg&#250;n los estudios sobre la actividad cerebral humana, se activan las regiones an&#225;logas a los cerebros campa&#241;oles.En cierto estudio, se recurri&#243; a cuarenta hombres con pareja estable desde, al menos, seis meses atr&#225;s, y a cada uno se le mostr&#243; una serie de fotos de mujeres, entre las que se inclu&#237;a a su compa&#241;era. La gracia del experimento estaba en que, en algunos momentos, se les proporcionaba oxitocina mediante un spray nasal. Resultado: la actividad de las regiones cerebrales vinculadas al placer y al deseo se disparaba, pero &#250;nicamente ante la imagen de la pareja.En las conclusiones del estudio, se&#160; sugiere que la oxitocina tiene dos efectos que animan a la monogamia: aumenta la belleza de la compa&#241;era a los ojos de su enamorado y, al mismo tiempo, reduce el inter&#233;s de &#233;ste por otras f&#233;minas, hasta el punto de que puede llegar a mostrarse hostil con ellas.La oxitocina es responsable tambi&#233;n de los lazos entre la madre y su beb&#233;, pues se la encuentra en el momento del parto y en el proceso de amamantamiento; adem&#225;s, se ha observado un incremento de la confianza y de la generosidad entre individuos cuando a estos se les suministra oxitocina por v&#237;a nasal.Y s&#237;, la oxitocina se comercializa. Basta con buscar en Google y salen unas cuantas marcas que prometen todo lo que siempre quiso so&#241;ar pero no se atrevi&#243; a imaginar antes de la publicidad, desde convertir al brusco y al infiel en c&#225;ndidos pr&#237;ncipes azules hasta aplicarse oxitocinas cual perfume y esperar a, efluvios mediante, ganarse la confianza de toda la pe&#241;a que se cruce por el camino, ya sea por negocios o por placer.El problema es que, sin entrar en la efectividad de los productos, un exceso de oxitocina, en caso de funcionar el invento, conduce a la hipersensibilidad, de manera que, con unas pocas frases bien dirigidas contra su estima, el hormonizado &#8211;sin control m&#233;dico&#8212;pr&#237;ncipe azul podr&#237;a devenir paranoico compulsivo sin soluci&#243;n de continuidad.Pero, en fin, visto lo visto, &#191;hubo alguna vez un amor verdadero? Porque un amor condicionado por oxitocinas se reduce a la simple determinaci&#243;n biol&#243;gica y la palabra pierde todo sentido de ser. Humanos y campa&#241;oles unidos en un mismo nivel de existencia.Porque, como recuerda Eric Fromm en El arte de amar, siguiendo a Spinoza, &#8220;el amor es una acci&#243;n, la pr&#225;ctica de un poder humano, que s&#243;lo puede realizarse en la libertad y jam&#225;s como resultado de una compulsi&#243;n&#8221;.Se suele compartir alegremente la idea de que el amor es un concepto elevado que realmente va m&#225;s all&#225; de los instintos. Pero la cultura, en el fondo, podr&#237;a no ser m&#225;s que un regulador simb&#243;lico de los instintos naturales: en favor del bienestar colectivo, unas veces los contiene para que no cunda el desmadre, bajo el nombre de leyes morales, y otras los promueve en nombre de la libertad del individuo.En este sentido, por ejemplo, la neurociencia dice que el amor rom&#225;ntico es la expresi&#243;n m&#225;s primitiva y animalesca del presunto hecho amoroso, pues no es otra cosa que un deseo primario y reptil que se encubre con una simbolog&#237;a elevada a lo m&#225;s alto por simple convencionalismo social, pero en nada acorde a una conciencia desarrollada, esto es, una conciencia capaz de controlar &#8211;que no reprimir&#8212; sus instintos y de no sucumbir a la obsesi&#243;n enfermiza que es lo contrario a una aut&#233;ntica libertad del individuo.Y, ya puestos a hablar de instintos primarios, el instinto de supervivencia es el director en toda elecci&#243;n de pareja que se precie, por muy buenas y elevadas &#8211;y caras&#8212; intenciones con que se adorne el proceso de cortejo.La atracci&#243;n f&#237;sica con fines reproductivos es el primer nivel instintivo de acercamiento pero, seg&#250;n el desarrollo ps&#237;quico de cada cual, entrar&#225;n en juego otros factores seg&#250;n el tipo de proyecci&#243;n inconsciente de que hablara Carl G. Jung; adem&#225;s de la necesidad sexual y reproductiva, habr&#237;a una necesidad material en la que se busca una seguridad econ&#243;mica, o una necesidad de complementarse con la pareja en igualdad hermafrodita, o una adoraci&#243;n desmesurada que nos devuelve a lo rom&#225;ntico, etc.El enamoramiento, seg&#250;n esto, surge de la proyecci&#243;n de cierto aspecto interior, un &#8220;fantasma&#8221;, un ideal que &#8220;se quiere&#8221; ver en una persona de carne y hueso, la cual en realidad es ajena a la idea proyectada, pero a la que se exige cumplirlo para complementar un d&#233;ficit de la persona amante.Para entender este &#250;ltimo punto, Slavoj Zizek, en su libro Goza tu s&#237;ntoma, recurre a la pel&#237;cula Luces de la ciudad, a la que considera el gran ejemplo cinematogr&#225;fico de la ca&#237;da del s&#237;mbolo, del momento en que la persona amada se muestra sin las proyecciones del amante, como la &#8220;mancha&#8221; real que es, o sea como el ser humano con todas sus complejidades y no como los pr&#237;ncipes y princesas de cuentos y publicidades; lo que es lo mismo, la persona como valor en s&#237; misma, ajena a toda idealizaci&#243;n, promesa o beneficio esperado.La pel&#237;cula es la historia del amor de un vagabundo por una florista ciega que lo confunde con un hombre rico. Tras una serie de aventuras con un millonario exc&#233;ntrico, el vagabundo consigue el dinero necesario para que la chica pueda ser operada y as&#237; recuperar la visi&#243;n. Pero el gesto le habr&#225; de costar al errante hombrecillo la c&#225;rcel, alej&#225;ndolo definitivamente, seg&#250;n todo apunta, de su amada.Tras cumplir condena, en uno de sus paseos solitarios y sin prop&#243;sito por la ciudad, el vagabundo se encuentra con la florista, que observa divertida, desde su nueva tienda y con la visi&#243;n recuperada, c&#243;mo unos ni&#241;os se r&#237;en a costa del andrajoso tipejo. Unos momentos antes le dec&#237;a a su madre que so&#241;aba reencontrarse con aquel que le hizo posible esa nueva vida.Puesto que se conocieron cuando a&#250;n era ciega, ella s&#243;lo puede reconocer a su esperado pr&#237;ncipe azul por la voz, y por el tacto de su mano, de modo que se sorprende a&#250;n m&#225;s cuando el vagabundo, que la reconoce enseguida, la observa extasiado; ella s&#243;lo ve lo que todo el mundo ve: un hombrecillo rid&#237;culo y andrajoso. La muchacha, finalmente apiadada ante la pat&#233;tica escena, bromea con su madre y sale a regalarle una rosa y una moneda por caridad.Y aqu&#237; viene el desmantelamiento del s&#237;mbolo, pues cuando le toca la mano descubre en el vagabundo a aquel que tanto tiempo lleva esperando. Tal y como lo describe Zizek:Inmediatamente se serena y le pregunta: &#8216;&#191;T&#250;?&#8217; El vagabundo asiente con la cabeza y, se&#241;alando sus ojos, la interroga: &#8216;&#191;Puedes ver ahora?&#8217; La muchacha contesta: &#8216;S&#237;, ahora puedo ver&#8217;; hay entonces un corte a un primer plano medio del vagabundo, sus ojos llenos de temor y esperanza, sonriendo con timidez, sin saber cu&#225;l va a ser la reacci&#243;n de la muchacha, satisfecho y al mismo tiempo inseguro por estar tan totalmente expuesto ante ella&#8211;y as&#237; termina la pel&#237;cula&#8211;.En el nivel m&#225;s elemental, el efecto po&#233;tico de esta escena se basa en el doble significado del di&#225;logo final: &#8216;ahora puedo ver&#8217; se refiere a la vista f&#237;sica recuperada tanto como al hecho de que la muchacha ve ahora a su Pr&#237;ncipe Encantado en lo que realmente es, un vagabundo miserable.Destruido el s&#237;mbolo, &#191;es posible amar la mancha que queda? No s&#243;lo por parte de ella, sino tambi&#233;n de &#233;l, puesto que ya no est&#225; ante la muchacha ciega e indefensa de la que se enamor&#243;, sobre la que proyect&#243; una serie de aspectos internos, como necesidad de protecci&#243;n y ternura, y que ahora deber&#225; calzar con m&#225;s dificultad ante la nueva imagen de chica extrovertida con todas las de triunfar que se burla del vagabundo que la contempla enamorado.Se podr&#237;a ir m&#225;s all&#225; en esto de las proyecciones y considerar que, en la sociedad del espect&#225;culo, como la llamara Guy Debord, donde las relaciones sociales est&#225;n normalizadas seg&#250;n los estereotipos de series de televisi&#243;n, apenas hay un ideal que proyectar en la otra persona, s&#243;lo comportamientos que las pantallas medi&#225;ticas han grabado en el interior de los ciudadanos m&#225;s entregados a la corriente audiovisual y a sus preceptos.Hasta tal punto han calado esos estereotipos que hoy se descubren en los personajes &#8220;reales&#8221; de cualquier plat&#243; de televisi&#243;n con alto &#237;ndice de audiencia, de manera que el profano tiene cada d&#237;a m&#225;s problemas para distinguir, estupefacto, si una estrella salida de reality show y convertida en voz de tertulia y dechado de opiniones est&#225; actuando seg&#250;n un guion de s&#225;tira o es as&#237; de verdad. Mientras se hace la pregunta, el mundo los trata como reales, y los imita como modelo de &#233;xito.Zygmunt Bauman hace referencia a este contexto de influencia medi&#225;tica en su libro Amor l&#237;quido, donde las relaciones se sustituyen por &#8220;redes&#8221;, es decir, por contactos fugaces e intercambiables, sin sustancia, un &#8220;amor-mercanc&#237;a&#8221; que sigue las leyes del consumo: se consigue sin esfuerzo, se consuma-consume con la rapidez que exige el deseo compulsivo y se tira. Se tira aunque satisfaga, porque siempre se espera la salida al mercado de un producto mucho mejor.En las cuestiones del amor, este &#8220;mucho mejor&#8221; se refiere, dice Bauman, a la ausencia de incertidumbres; es decir, se sabe lo que se quiere y no se quieren sorpresas, que es lo que suele dar un ser humano de verdad, frente al producto humanoide promovido por la sociedad espectacular y a cuyo modelo se ajustan con ilusi&#243;n quienes aspiran al &#233;xito; porque, parad&#243;jicamente, el &#233;xito de hoy se concibe como la eliminaci&#243;n de los rasgos propios, diferenciales, identificativos de lo individual, que se equiparan a errores y defectos, y normalizando la actitud mental &#8211;el glamour de la banalidad&#8212;y f&#237;sica &#8211;b&#243;tox, cirug&#237;a y fitness compulsivo&#8212;, vac&#237;a en todo caso de una aut&#233;ntica humanidad.Hay una angustia impl&#237;cita en este comportamiento, una contradicci&#243;n, asegura Bauman: por un lado, hay el miedo a relacionarse y perder el resto de ofertas; por otro, hay la necesidad natural de todo ser humano a profundizar en la relaci&#243;n con la otra persona, lo cual nunca se logra en esa din&#225;mica del amor-mercancia.Por un lado, las oxitocinas que animan a aumentar el cari&#241;o; por el otro, la pretendida cultura que obliga a no dejarse llevar por &#233;ste, sino por otro instinto compulsivo m&#225;s interesante para la ideolog&#237;a del siglo. Y, seg&#250;n parece, menos satisfactorio para una existencia con sentido.Responde esa contradicci&#243;n a la din&#225;mica exigida por el consumo, porque es la &#250;nica manera de que el deseo quede siempre insatisfecho y necesite m&#225;s. La contradicci&#243;n lleva al estatismo mental que caracteriza a toda situaci&#243;n de disonancia cognitiva, la imposibilidad de salir del c&#237;rculo vicioso: las personas quedan atrapadas en la rueda del exceso porque han perdido el pensamiento creativo que genere nuevas soluciones a su existencia.Y, as&#237;, se hace imposible actuar desde el coraje y la humildad que exige una relaci&#243;n profunda y con sentido. En definitiva, al buscarse &#8220;nada&#8221; en la otra persona, se desaprende a amar; triunfa la banalidad y, en la insatisfacci&#243;n que toda nada produce, dice Bauman, se busca la soluci&#243;n en lo &#250;nico que se conoce: el aumento de la cantidad de contactos, a falta de toda calidad humana.Esa ilusi&#243;n de la cantidad lleva a otra creencia que desvirt&#250;a el amor m&#225;s si cabe: se lo concibe como t&#233;cnica. Es decir, las relaciones mejoran con la pr&#225;ctica y acumulaci&#243;n de experiencias; si es as&#237;, entonces puede ser aprendido con manuales, de modo que al final aparecen consejeros de revista semanal que emiten leyes universales para el contacto entre, no ya seres humanos, sino estereotipos proyectados por el gran hermano medi&#225;tico. As&#237;, s&#237;, con humanoides programados, las relaciones pueden someterse a t&#233;cnica.Aqu&#237; se cierra el c&#237;rculo, pues esas leyes, si se asumen, pulen un poco m&#225;s lo que quede del individuo, definitivamente sometido a las reglas del espect&#225;culo, y alejado m&#225;s si cabe de la vida en su plenitud, incierta e impredecible. Aumentan entonces las exigencias del cliente insatisfecho que quiere un amor-mercanc&#237;a sin sorpresas, una receta infalible y que ejerce, a la m&#237;nima, el derecho de devoluci&#243;n.El ser humano ha desaparecido de la ecuaci&#243;n.Con todo, la visi&#243;n de Bauman se reduce a una parte muy concreta del mundo, pues a&#250;n existen las parejas, que se sepa. Y esto permite retomar el asunto de las oxitocinas: esa frase tan pretendidamente profunda que, frente al amor l&#237;quido basado en &#8220;d&#233;jalo y no te compliques&#8221;, dice algo as&#237; como &#8220;el amor hay que cultivarlo y cuidarlo&#8221; significa en la pr&#225;ctica que hay que buscar las situaciones propicias para la liberaci&#243;n de oxitocina a intervalos regulares, de modo que no decaiga el apego de la pareja, determinado, seg&#250;n se ve, por las hormonas.A partir de aqu&#237;, todo se reduce a una estimaci&#243;n peri&#243;dica de gastos y beneficios &#8211;toma y daca suena m&#225;s humano pero da igual&#8212; para decidir si el contrato familiar, aqu&#233;l por el que un n&#250;mero determinado de individuos colabora en comunidad para garantizarse la supervivencia, merece ampliarse o no.Todo lo dicho se puede contemplar con mejor perspectiva si se atiende a Jos&#233; Antonio Marina quien, en El laberinto sentimental, repasa las tres principales malinterpretaciones del concepto &#8220;amor&#8221;.En un primer momento, explica, se confunde el amor con el deseo de posesi&#243;n:No hay amor sin alg&#250;n tipo de deseo, pero es arbitrario y confundente decir que cualquier tipo de deseo puede considerarse amor.Se posee lo que no forma parte del sujeto, es decir, el objeto; mientras hay lucha por poseer, no existe ninguna posibilidad de integrar, que es de lo que, como se intuye, va eso del amor. Como ya advirti&#243; Nietzsche,&#160;donde&#160;el poder tiene la primac&#237;a, falta el amor;&#160;y como nos recuerda la psicolog&#237;a anal&#237;tica, donde reina el amor, no existe voluntad de poder.Una segunda confusi&#243;n es la que hace del amor una intensificaci&#243;n del inter&#233;s:&#8230;da origen a muchos espejismos amorosos, porque el sentirse interesado en algo es una tensi&#243;n que libera del tedio, un premio al que casi todo el mundo responde alborozado. [&#8230;]La llamada de la aventura es la promesa de una intensificaci&#243;n de la vida. Tambi&#233;n la intensifica la ruleta rusa, el asalto a bancos, el juego de la bolsa y muchas cosas m&#225;s. El amor procura una experiencia intensa, pero no toda experiencia intensa es amor.Una tercera identificaci&#243;n es la del amor con la alegr&#237;a que se experimenta cuando alguien est&#225; presente:&#201;sta fue la definici&#243;n que Spinoza dio del amor: &#8220;El amor es una alegr&#237;a acompa&#241;ada por la idea de una causa exterior&#8221; (&#201;tica, III, prop. LIX). Ahora s&#237; que parece que hemos dado en el clavo y con la clave. Si la alegr&#237;a es la experiencia de que mis proyectos y fines se van realizando, amar a una persona es darse cuenta de que ella constituye la realizaci&#243;n de mis metas, de que resulta imprescindible para la consecuci&#243;n de mis anhelos. Por eso ocupa un papel tan importante en la vida del amante: es su culminaci&#243;n.Pero tampoco, concluye Marina. Porque este tipo de relaciones suele acabar en una historia de vampiros que succionan la energ&#237;a vital de sus v&#237;ctimas y las incapacita para desenvolverse por s&#237; solas, siempre necesitadas de su pareja tras haberse quedado sin confianza en s&#237; mismas y voluntad propia.El problema, prosigue Marina, es que se da prioridad a la necesidad de ser amado por encima de todas las cosas; amar se vuelve una consecuencia de ser amado, no un valor en s&#237; mismo:Como dijo Arist&#243;teles, &#171;amar es querer el bien para alguien&#187; (Ret. 1380b). &#201;ste es el &#250;ltimo criterio del amor, que es distinto de los dem&#225;s. Los otros, de una manera o de otra, beneficiaban al sujeto, mientras que ahora es el objeto amoroso el beneficiado.En todo este asunto, por tanto, tiene mucho que decir la capacidad de la persona para empatizar con los dem&#225;s, es decir, para ponerse en el lugar del otro y comprender su sufrimiento, al que se da prioridad por encima del propio.Esta cualidad superior, la empat&#237;a, es la que hace evolucionar el amor desde su fase meramente instintiva &#8211;oxitocinas&#8212;, y su prolongaci&#243;n cultural mercantil hacia algo m&#225;s cercano al ideal de amor verdadero. Marina resume la ecuaci&#243;n:Atienda el lector para no perderse en el trabalenguas.Hemos quedado que &#8220;amar = querer ser amado&#8221;. Si sustituimos esta palabra, resulta que &#8220;amar = querer que el otro quiera ser amado por m&#237;&#8221;. Si todav&#237;a realizamos otra sustituci&#243;n, tenemos que &#8220;amar = querer que el otro quiera que yo quiera que el otro me ame&#8221;.Seg&#250;n se desprende de los estudios neurol&#243;gicos sobre la empat&#237;a, va a resultar que tienen raz&#243;n los estoicos y los budistas, entre otros: la experiencia del sufrimiento es esencial para acercarse al otro con una voluntad de entrega ajena a la l&#243;gica establecida.Seg&#250;n esto, el dolor no debilita, sino que, al contrario, es el elemento indispensable para fortalecer la actitud y afianzar la determinaci&#243;n. Frente a ello, una sociedad que se refugia en la evasi&#243;n, en tanto que cobarde, no puede tener capacidad de amar.Si en la sociedad del espect&#225;culo los ciudadanos sucumben sin miramientos al modelo establecido, es por una raz&#243;n b&#225;sica de la condici&#243;n humana: la conciencia de s&#237; mismo es la conciencia de la soledad y la separaci&#243;n, la causa de la angustia vital.El mundo moderno no acepta esa mutaci&#243;n que ha sido la conciencia, y hace lo posible por retroceder a la etapa en que los instintos dirig&#237;an la vida del animal humano, al tiempo de la participation mystique, donde la Naturaleza le gobierna como gobierna a cualquier ser vivo sin conciencia, marioneta de las fuerzas irracionales que lo someten porque no hay voluntad que las encauce hacia fines creativos, que es labor humana, frente a la deriva destructiva, que es el caos primordial anterior a toda raz&#243;n.La vida es&#160;imperfecci&#243;n y frustraci&#243;n. La supervivencia, que es para lo que est&#225;n los instintos y el cerebro, aconseja el m&#225;ximo beneficio y la huida frente a las p&#233;rdidas. La cultura del espect&#225;culo fomenta esa huida; al negar la conciencia &#8211;el instrumento por el cual es posible tolerar y vivir con las circunstancias de lo real&#8212;, convierte el mundo en serie de televisi&#243;n con la infantil esperanza de que todo sea m&#225;s llevadero.Y, con todo, la aspiraci&#243;n a un amor verdadero es inevitable seg&#250;n se desarrolla&#160;la conciencia humana; en ello, se requiere un gran esfuerzo para cultivar la compasi&#243;n, y en el esfuerzo &#233;sta se expresa como comprensi&#243;n del dolor ajeno y olvido del propio.Rilke se refiere al verdadero amor como el encuentro de dos personas solitarias, o sea, con conciencia de s&#237; frente a la orgi&#225;stica participation mystique. En el estudio que del poeta hace Antoni Pascual Piqu&#233;,&#160;Rilke o la transformaci&#243;n de la conciencia, se se&#241;ala c&#243;mo la religi&#243;n err&#243; al condenar la sexualidad, pero hoy el mundo comete el mismo error a la inversa, al haber mantenido la separaci&#243;n entre lo espiritual &#8211;entendido en su sentido m&#225;s profundo, como atenci&#243;n al ser y no al tener o parecer&#8212; y lo sexual en beneficio exclusivo del segundo concepto.La realizaci&#243;n amorosa satisface el deseo y ello va acompa&#241;ado de alegr&#237;a. Pero el amor, en cuanto que integraci&#243;n de tales aspectos, es algo m&#225;s que la suma de estos; por s&#237; solos, son deformaciones de un concepto que los trasciende.Por eso, dice Marina, mientras el enamorado no tenga conciencia de la precariedad de su situaci&#243;n, de la falta de ese &#250;ltimo ingrediente que es la empat&#237;a, y que al contrario que los otros es activo y no pasivo &#8211;exige esfuerzo y tiempo&#8212; sentir&#225; inquietud y vac&#237;o.Mal asunto para el amor verdadero si esta sociedad del espect&#225;culo niega el esfuerzo, la voluntad y huye del dolor sin atender a su experiencia de crecimiento. Porque, en esa experiencia y en la capacidad para fundirse con ella, trascendi&#233;ndola hacia un nivel superior de humanidad, parece estar la clave de una civilizaci&#243;n realmente evolucionada.En japon&#233;s existe una expresi&#243;n, koi no yokan, sin traducci&#243;n posible &#173;&#173;&#8211;se muestra en la pel&#237;cula Lost in Translation&#8212;, que expresa algo que est&#225; m&#225;s all&#225; del amor a primera vista: el conocimiento de que, ante el encuentro con una persona determinada, un amor a&#250;n no manifestado se abre paso de manera inevitable.En el koi no yokan no se experimenta que ha surgido el amor, sino que surgir&#225;. Por eso, el encuentro no se inscribe en la psique como un chispazo de deseo, un arrebato de pasi&#243;n que arrasa con el presente, sino todo lo contrario: una nostalgia proyectada hacia el futuro, el recuerdo de algo que est&#225; por suceder.Ese presentimiento es propio de culturas atentas a la profundidad de las cosas, lo que no se percibe con los sentidos f&#237;sicos pero que marca la diferencia entre un paisaje y otro, una obra de arte y otra, una persona y otra. Un suceso velado que parece dirigirse directamente al&#160;ser profundo, intangible, impregnado por un karma a&#250;n no liberado y que, si se tiene el valor para dejarlo fluir, puede precipitar un ciclo de circunstancias, de asombro y dolor, de escasa alegr&#237;a y menos placer, pero inscritas todas ellas en la gran ley de la naturaleza, que es necesario afrontar y comprender.Como dir&#237;a Jung, no es el comienzo de una dependencia entre personas en cuanto que objetos externos el uno del otro, que se consumen y destruyen cual personajes de Sade, siempre insatisfechos, sino el reconocimiento de un encuentro con la propia alma en el otro y el comienzo de un viaje interior en que dos personas se asisten, pero no se dirigen, sabedoras de que, en el fondo de todo ser verdaderamente humano, m&#225;s all&#225; de oxitocinas y artificios culturales, siempre hay un punto de incertidumbre que no se puede esconder ni alejar, sino explorar, pues tal es el motor de una existencia creadora.Lo dem&#225;s, simplemente, es espect&#225;culo.</span>

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