Revista Fotografía
Unas chanclas marcadas por la aspereza del camino asoman desde lo alto de una furgoneta. Atrás queda lo que una vez fue llamado un hogar, borrado a golpe de espada por la guerra de Pakistán contra el terrorismo El inicio de una nueva operación militar en la región tribal de Bara ha propiciado el éxodo masivo de casi 200.000 personas que huyen despavoridas ante los estragos del ejército y la insurgencia. Si bien la operación intenta acabar con los bastiones insurgentes en las zonas montañosas, los habitantes de la zona tribal no esperan a ver cómo sus casas son destruidas por la batalla. Al igual que los desplazados afganos llegaron en la década de los 80 tras la invasión soviética en busca de un lugar seguro, ahora son los paquistaníes que huyen de su propio hogar… Un río de desplazados satura las arterias del campamento de Jalozai, uno de los mayores centros de refugiados de Asia y ubicado a las afueras de Peshawar, en la provincia de Khyber Pakhtunkhwa. Las furgonetas cargadas con pertenencias golpean las afueras del campamento mientras los desplazados se aferran en conseguir las escasas ayudas internacionales. El sol no da tregua a las duras facciones que pueblan las largas colas que esperan poder registrarse para optar a las ayudas ofrecidas por las agencias humanitarias. Las sábanas, tiendas de campaña y ayudas sanitarias que brindan los organismos internacionales se pierden entre las interminables filas que dibujan en el horizonte sinuosas serpientes. No hay nombres. Sólo testimonios que se repiten cíclicamente en cada esquina… El miedo a las represalias de los talibanes aleja a los desplazados que huyen de las cámaras temerosos a las preguntas, mientras su indignación crece ante lo que ellos consideran escasas ayudas.
“ Nos dan comida pero ni los pájaros las quieren. Nos dicen que nos quieren ayudar pero llevo 3 días esperando poder registrarme”, explica un desplazado que se ampara en el anonimato.
Quizás, ante estos sentimientos, los desplazados deciden buscar cobijo a las afueras del campamento en los alrededores de Peshawar. Las casa de los familiares y amigos se muestran más confortables que las prestaciones que ofrecen las organizaciones humanitarias. Una densa nube de humo se vislumbra entre el océano de tiendas de campaña que pueblan los nuevos sectores del campamento. Una avalancha de gente abriga las lágrimas de una familia que ha visto cómo todas sus pertenencias han quedado calcinadas por el fuego.
“Apenas podemos vivir correctamente. No tenemos espacio ni facilidades. Acabamos de perder todo lo que teníamos”, explica un desplazado que ha visto cómo las llamas han devorado todo lo que tenía.
Ante la nueva oleada de desplazados, las agencias humanitarias ven con preocupación los nuevos focos de enfermedades. La región de Bara ha estado aislada durante años de las vacunas y la amenaza del polio y el sarampión podría causar estragos.
Fuentes oficiales de la Organización Mundial de la Salud (OMS) alertan del peligro inminente:“Pakistán podría hacer frente a una nueva pandemia. Intentamos brindar a los nuevos desplazados vacunas y medicamentos pero muchos se resisten a aceptarlas. Tras el escándalo de la falsa campaña de vacunación de Polio que el doctor Afridi llevó a cabo para identificar el ADN de Osama Bin Laden, en muchas zonas de Pakistán están rechazando las vacunas. Nos ven como a enemigos o trabajadores de la CIA”, explica un trabajador de la OMS. Una vez más, la guerra contra el terror ha vuelto a poner de manifiesto las consecuencias sobre una población civil cansada de ser la primera víctima de este conflicto.
Una guerra que continua desangrando a la estoica población paquistaní.