Mis hijas cuando duermen se van muy lejos. Todavía, con lo mayores que son, me gusta verlas dormir. Las envidio. Están más allá de mí, de nuestra relación, de sus vidas conscientes, de sus amigos, de sus problemas, de todo. Cuando duermen están en otro mundo del que, por otro lado, es complicadísimo sacarlas. Alarmas, despertadores, ruidos no suelen funcionar. Hay que insistir varias veces hasta conseguir que emerjan de ese lugar en el que están y cuándo, por fin, abren los ojos creo que no me reconocen. Me gusta tanto verlas dormir que en vacaciones nunca las despierto. Creo que es por eso y porque mi madre nunca nos dejó dormir a placer, a las diez y media de la mañana como muy tarde había que estar desayunando. En esta casa, en la escalera hay una campana colocada en el piso de arriba con el extremo e la cuerda en el piso de abajo, justo pegado a la puerta de la cocina. Mi madre la hacía sonar con todas sus fuerzas para hacer que nos levantáramos. Era un sonido tan desagradable que te levantabas antes solo por ahorrarte ese suplicio.
Dicen en el artículo que no se sabe qué consecuencias a largo plazo tiene cualquiera de esos métodos para enseñar a dormir. Si dejas que duerman cuando quieran quizás sean un caos de mayores, si eres estricto y los dejas llorar quizás piensen que no les quieres y acaben en terapia por problemas con la autoridad, quizás piensen que nadie les quiere, si los coges en brazos quizás se conviertan en pequeños tiranos. Claro que no se sabe y pretender saberlo es una majadería. Todo lo que somos y vivimos tiene alguna consecuencia a largo plazo, la que sea. Una consecuencia que puede ser la suma de varios factores o la falta de alguno de ellos. Es absurdo pretender saber cómo va a ser tu hijo en el futuro por la forma en la que le enseñes a dormir o porque decidas que no le vas a enseñar y ya veremos que pasa. No tienes ni idea de cómo será tu hijo. Y es mejor no saberlo, es mucho más divertido, mucho más reconfortante porque hace que la vida con tus hijos sea un continuo descubrimiento. Modelar a nuestros hijos es una majadería, una pérdida de tiempo y una fuente continua de frustración. Enséñales lo que tú quieras, lo que consideres mejor y siéntate a ver qué pasa sin esperar que hay un causa efecto en tus actos.
Mi madre tocaba una campana y yo ahora dejo dormir a mis hijas hasta la hora de comer.