En esta parte del mundo el Día de los Difuntos es el 2 de noviembre de cada año. Pero sincretismos diversos y eso de la mundialización(1) nos ha llevado a “celebrar” el culto a la muerte durante todo un fin de semana que comienza el último día de octubre. Intereses comerciales llevan a algunos, como el conocido parque temático que tenemos aquí al lado, a extender la celebración varias semanas alrededor de estos festivos.
El origen de la fiesta se pierde en la noche de los tiempos pero tiene una raíz común cristiana: el recuerdo de los difuntos, santos o fieles. También el importado Halloween. Es una antigua celebración inglesa dedicada a las almas de los santificados “hallowed” y que se celebra la noche anterior “evening“: “All Hallows’ Evening“, la víspera de todos los Santos. Que luego el mundo de los cementerios, de los fantasmas, las brujas o los “zombies” se hayan ido apoderando de la fiesta es sólo parte del totum revolutum de una cultura zarandeada por los medios de comunicación, muy singularmente el cine de Hollywood.
Pero en este rincón del mundo ha sido tradicional representar la obra teatral de “Don Juan Tenorio”, drama religioso-fantástico-romántico publicado en 1844 por José Zorrilla, cada año en la víspera de Todos los Santos. También ahí hay escenas de muertos y cementerios.
Que los dulces que alegran los paladares por estas fechas se llamen “huesos de santo” es un guiño al canibalismo santificador.
En este blog ya nos hemos referido en otras ocasiones a estas efemérides (https://pedsocial.wordpress.com/?s=Difuntos) que nos llevan a recordar lo que representa la muerte. Sirve para recordarlo aunque con lo festivo no sé si contribuye a que los niños se hagan una idea de lo que la muerte representa. Para los más pequeños, todavía envueltos en el mundo mágico, no es más que otro motivo de diversión.
Pero a los adultos les podemos llevar la consideración de que hay que buscar algún momento para hablar a los niños de la muerte. Nunca hay uno bueno, de manera que se trata de afrontar la idea en conversaciones casuales que permitan incorporarlo al lenguaje y la cultura sin crear excesiva desazón. Y especialmente antes de que los hechos biológicos en el entorno no obliguen a tratar el tema en circunstancias más o menos dramáticas, como puedan ser el fallecimiento de parientes o allegados.
La idea a compartir es la de la ausencia. Los muertos son los que se van y ya nunca vuelven. Y dejar claro que lo que mantenemos en cementerios o cenotafios es la memoria de los que se han ido, despersonalizando el depósito final de los cadáveres. Esto tiene por objeto separar los muertos del miedo pronto, con lo que se pueden evitar malos sueños, fantasias y pesadillas. La parte religiosa de cielos, infiernos y purgatorios, resurrecciones o reencarnaciones, se puede dejar para quienes mantengan creencias firmes y se sientan capaces de compartirlas sin excesivas contradicciones. También es bueno evitar demasiadas controversias sobre vida y muerte contrapuestas. La vida y la muerte van juntas y en secuencia, pero no se oponen una a la otra. Mejor gozar y hacer gozar la vida y dejar la muerte como episodio deseablemente lejano.
X. Allué (Editor)