El bonito trasero, enfundado en un bañador rojo, de Perrey Reeves, actriz que interpreta a la mujer de Ari Gold y, desde ya, candidata al retorcido premio de MILF del milenio y una llamada telefónica hablando de ser Dios. No spoileo nada si digo que esos son los dos núcleos de su escena final. Todos los que hemos visto la serie sabemos que eso no va de personajes que viven o mueren. Y la verdad es que es justo reconocerle a Jeremy Piven esa condición de teórico secundario que acaba acaparando las escenas. Ari en las escenas de Entourage, en todas y cada una de las que aparece, es pasarle el balón a Messi, señores: a ver con qué te va a salir.
Bien, parece que me toca repetir menciones a series. Parece que me toca certificar finales y hacer eso tan pomposo que en los trabajos de la universidad se llama conclusión final. Va, tiro de hemeroteca personal y recuerdo una frase de Hernán Casciari sobre Entourage, que encuentro particularmente acertada: “tiene toda la estética de las series que no me gustan demasiado”. Eso: el glamour, el lujo ostentoso y la estética tan californiana ya hubieran sido motivos suficientes para mirarla con recelo. Algún comentario leí sobre que era un Sexo en NY para hombres tampoco la ayudaba demasiado. En un principio, una serie de comedia. No abiertamente, o sea, sin risas enlatadas, pero comedia. Curioso lo que pasa con las comedias: siempre empaquetadas en formato más corto (episodios de 21 o 22 minutos reales), parece que una comedia no pueda ser nunca una opción respetable como serie favorita, frente a las series dramáticas que, para empezar, ya vienen empaquetadas en solemnes episodios de 40 minutos para arriba.
Pero uno ha de juzgar por sí mismo: el argumento HBO pesa lo suyo.
Bien, ésta fue mi reflexión hace años, cinco o así, cuando empecé a verla. Que saltó por los aires al segundo o tercer capítulo. Cómo no iba a saltar. Ya os explicaron el El Ninho Naranja lo básico de la serie, aquí: y yo no debería repetirme demasiado: ya explicaron detalles suficientes y lo único que podría hacer es añadir nombres a la lista de cameos (hay que decir que los mismísimos U2 interpretan, a su manera, un cameo), a la lista de actores secundarios que participaron en otras series (malotes de ‘Prison break’, de ‘Sons of anarchy’) o incrementar la lista de elogios, lista que por cierto no creo que nunca puede ser lo suficientemente larga.
Porque detrás de su aparente sencillez, esa del grupo de amigotes incondicional que acompaña a todos lados al amigo que ha triunfado, en una especie de relación simbiótica consistente en “te protejo del entorno para que no olvides tus raíces y endemientras me pego la vidorra padre a costa del esfuerzo de tus costillas”, detrás de ese mensaje subliminal sobre la importancia y la resistencia del concepto de amistad y persistencia del origen de cada uno, ‘Entourage’ ha aportado sus mensajes no directos. Por cierto, no todos de mi agrado. Pues donde la serie ha incidido mucho en reflejar cierto sentido de la vida (prácticamente todos los personajes alternan en un punto u otro fases de éxito y fases de fracaso, en lo personal y en lo profesional), en mostrar lo cíclico de las situaciones (y lo difícil que es caer desde lo más alto), y aunque, como hablamos de comedia, el fondo del pozo aquí no es nunca, para los personajes principales, un lugar sin retorno, éste es un aspecto que no me ha acabado de convencer del mensaje: demasiado positivo, y más, hoy en día.
Cuando la serie ha mostrado a cuatro amigos entregados a fumar hierba y beber y usar a espectaculares mozas como puro divertimento para un rato, el exceso en el vicio siempre ha acabado siendo castigado. Cuestión, supongo, del margen en el que puede moverse una serie con audiencia multitudinaria (que en USA la ha tenido: aquí no nos enteramos de una mierda). En cualquier caso, cuestiones a las que uno llega si se complica la vida (como los que escribimos deberíamos hacer) pensando mucho. Si uno no se aventura en ese nivel, ‘Entourage’ es, fácilmente, una de las cinco mejores series de comedia de todos los tiempos. Bueno, incluso aventurándose lo es.
Pero bueno, a estas alturas poco os he aportado de nuevo sobre lo que ya se escribió.
La séptima temporada será para los que la vean, sin duda, la de Sasha Grey. No un cameo: toda una temporada interpretándose a sí misma y descolocando a Vince Chase respecto a su relación, enrarecida por el estupor con el que Vincent asume que una mujer no solo no se dedique en cuerpo y alma a él, sino que quiera mantener su independencia. Vince no tolera bien esa situación, mientras sus amigos han empezado a no depender tanto de su ala protectora. De repente el padre espiritual, el macho alfa de la manada no solo flaquea, también ve a sus antaño protegidos volar por sí solos. Y la octava, ocho capítulos frenéticos donde, como si fuera el juego de las sillas musicales, ves que las coses tienen que acabar en su sitio pero la música no se detiene y no se sabe qué asiento tomará cada uno.
Buf, que difícil evitar los spoilers. Mencioné la palabra música, leo el artículo anterior, veo que mi compañero no la mencionó: la música de los créditos finales de todos los capítulos es un absoluto grandes éxitos de la historia. Sin obviedades, por eso, por ahí desfilan desde Wanda Jackson hasta los LedZeppelin, los Doors, los Queens of the Stone Age, hip hop, bandas sonoras, toneladas de músicas contemporáneas que se complementan con las contenidas en los capítulos, esas músicas incidentales que nos hablan también subliminalmente de una serie con una actitud muy rocanrol, no en el sentido tópico. En el sentido que aquí nos gusta.
En fín, adiós a ‘Entourage’, adiós a Johnny Drama (la broma más perversa posible que pueda diseñar un equipo de casting: hacer que un actor fracasado –Kevin Dillon – hermano de otro de mayor éxito – Matt Dillon – interprete al hermano actor fracasado de Vince Chase, actor de éxito en la serie), adiós a Sloan, un ángel bajado del cielo, adiós a los trajes y corbatas proto-gays de Lloyd y adiós al mayor número de modelos por segundo haciendo de figurantes, o de algo peor. Adiós a Mark Cuban haciendo de sí mismo, halcón de los negocios que no se quita los tejanos ni las zapatillas deportivas, adiós al Tequila Avión – alguien debería venderlo de verdad, – y adiós al tipo bajito y rubio del tupé, socio de Eric que nunca llegó a caerle bien a nadie (lo cual no deja de ser un mérito). Adiós a ocho temporadas finalizadas en la cumbre, sin exponerse a abandonos de actores fetiche o a extraños requiebros para encajar precipitadamente material grabado. Sin tomas alternativas, sin escenas eliminadas, sin making off y sin risas enlatadas.
Y ese bañador rojo. Ya me diréis.