Perico, el Capea moviendo el esqueleto. Iván de Andrés
Madrid. Plaza de toros de Las Ventas. Feria de San Isidro. Tercera de feria. Tres cuartos. Toros de Bañuelos y Osborne para Uceda Leal, El Capea y Javier Cortés, que confirma alternativa.
Los toros de Bañuelos, que son famosos por la temperatura de su hábitat y no por sus embestidas, ganado de tercera, hemofílicos, les pinchaban un poco y les daba por sangrar y desmayarse. No son aptos como donantes. Una birria que hace honor a la feria que han programado esta gente, los de Timodelta, que hace días contaban que `si no pasa nada extraño´van a pedir la prórroga, como si estuvieran esperando para hacer la mili... Completaron el festejo dos toros de Osborne que hacían honor a sus parientes de las carreteras: se movieron lo mismo.
¡Que viene el toro! ¡Que viene el toro! Llegará un día a que Pedrito nadie le creerá. Demasiadas tardes avisando los amigos de la familia: los Molés, Chenel y compañía, de que a Perico lo han visto perseguido por un Toro. Muchos triunfos oscuros e invisibles en las Américas, mejor dicho, en las portátiles y empalizadas de los pueblos de las américas. El pobre pastorcillo, cuidador de borregos, que soñaba con ser una figura de campanillas como su padre, va a tener que conformarse con salir en el Cossío y degradarse en largas giras por los pueblos de la piel de toro cual vedette setentera del blanco y negro. Quizás existirá el momento, en el que se junten todos los astros del Universo; que millones de personas crucen los dedos a la vez; que destierren el amarillo de la escala cromática y que eliminen del calendario todos los días trece; entonces, y sólo entonces, Pedrito podrá, no ya hacer la faena del toro blanco de Antoñete, sino dar algún natural meritorio, como algunos de los que dan los chavales de catorce años que acuden a des-aprender el toreo en la escuela taurina. Cuando ocurra toda esta coyuntura, a Perico le pasará como en la fábula y nadie le creerá, por llevarse toda la vida mintiendo en una profesión que es la más verdadera. A tiempo está de aprender la lección, dejar de engañar, coger los bártulos y volverse a casita, que es de dónde nunca debió haber salido.
Uceda, que confirmó el doctorado a Javier Cortés, no tuvo opciones con un lote inválido. A su primero le dio finiquito con una estocada perfecta. Que no sólo de la prontitud y sanguinolencia con la que muere el toro vive el hombre. La lentitud y templanza con la que entra a matar, como contaba el búfalo a Juncal: más despacio que el Paso del Cachorro y esa manera tan torera de salir de la suerte, andando, sin huidas, con la muleta en la mano y la seguridad del que sabe que su oficio no tiene secretos para él. Con el cuarto, un marmolillo, estuvo pesado a sabiendas de que nada podía hacer. Quitando la gran rúbrica, Uceda ha dejado mucho que desear: a su primero lo lidió pésimamente, sin gran interés, lo cual no es de recibo en un maestro de su categoría, y al cuarto se le picó como si Madrid fuera un pueblo.
Javier Cortés se debate entre dos aguas. La cristalina y pura, del manantial de la ortodoxia, y la clorada embotellada, de las explotaciones taurinas. Quiere, y lo logra a veces, colocarse bien, cargar la suerte y mandar en el toro, pero lo estropea todo con esos toques bruscos y desplazadores periféricos. Suyos fueron los dos toros más potables de la corrida, en el primero, dulzón como él solo, no termino de cuajar la cosa y se le fue con una oreja de más. Con el sexto firmó algún natural estimable y terminó entrando a matar echándose encima del toro para ir a la moda: tener una foto de una cogida en la suerte suprema.