Revista Opinión

Fachadismo político

Publicado el 07 agosto 2018 por Jcromero

Hace algunos años, al llegar el verano, la política se tomaba vacaciones. Entonces, ante la escasez de noticias y la necesidad de mantener la atención del público, la prensa, incluida la más rigurosa, sustituía la información por las llamadas serpientes de verano. Se trataba de noticias llamativas que generaban cierto revuelo, bastante incredulidad y les sucedía lo mismo que a las burbujas de las bebidas gaseosas.

La situación tenía apariencia de acuerdo tácito, algo parecido a las casi olvidadas inocentadas del 28 de diciembre. Se aceptaba la aparición de estas ligerezas periodísticas sabiendo que surgían en fechas concretas y que se sustentaban en invenciones, rumores o anécdotas insignificantes, pero, en cualquier caso, siempre resultaban identificables y nadie las tomaba muy en serio. El problema surge cuando de aquellas serpientes veraniegas, se pasa a las noticias falsas con la intención de crear un relato amable con el poder. Las noticias falsas, las actuales fake news, han existido siempre entremezcladas con informaciones verídicas, pero la falsedad sistemática, la difusión de una crónica contraria a las evidencias, es un problema. La mentira o la tergiversación no es novedad; el poder político, financiero y el mediático la ha utilizado siempre, pero la narración alternativa de la realidad pone en riesgo al propio sistema democrático. Una democracia digna de tal nombre, necesita de una ciudadanía informada -rigurosamente informada- y de ciudadanos documentados que, desde el conocimiento de la realidad, puedan influir en los asuntos de interés colectivos.

Cuentan que en las victorias del Brexit y Trump las noticias falsas tuvieron su importancia; el sesgo informativo de los grandes medios de comunicación también condiciona la opinión y el voto de los electores. Lo único novedoso estriba en los mecanismos de manipulación. Se sabe que Google o Facebook, mediante determinados algoritmos, deciden a qué dar especial visibilidad. Este tipo de empresas rastrean los pasos de cada usuario, saben qué páginas visita, cuáles son sus intereses; luego utilizan la información acumulada para favorecer la inversión publicitaria de clientes o tratar de condicionar la elección de un determinado candidato o propuesta electoral.

La influencia de red es indudable; quienes la controlan deciden qué información activar o desactivar. El poder sabe de su influencia y trata de usarla para sus objetivos. Por otro lado, y por lo general, los líderes políticos parecen más interesados en arañar votos alentando emociones y desactivando matices, que en provocar la reflexión de los electores; siempre se dirigen a los convencidos para fidelizar el voto. Para muchos de ellos, lo relevante es la ocurrencia, la frase para el trending topic o el titular de prensa que excite a los suyos. Les falta rigor intelectual, coherencia en sus palabras y tolerancia con los diferentes; les suele sobrar frivolidad, soflamas, ardor mesiánico y cuñadismo en todos los colores y todas las tendencias. Por eso, no puede extrañar que muchos ciudadanos no crean que la acción de los políticos sólo puede servir para un cambio cosmético.

Así las cosas, la democracia es más una etiqueta que una realidad. Un sistema que también se devalúa cuando los ciudadanos se limitan a escuchar lo que quieren oír, a leer sólo aquello que reafirme sus convicciones y soportan o justifican a sus políticos predilectos. Dicho con otras palabras; esta es una democracia de balcones y banderas, puro fachadismo.

César Cardoso, Jeffery Davis, Antonio Quintino y André Sousa Machado


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