Revista Coaching
Algo tan elemental en nuestro desarrollo fisiológico como la construcción de las conexiones y redes neuronales depende en gran medida del grado de estímulos externos que nuestro entorno nos proporcione en nuestros primeros años de vida. La calidad estimuladora del entorno marca la diferencia entre un gran potencial desperdiciado y un desarrollo de facto y, de paso, reafirma la visión ambientalista frente a una concepción innatista que dejaría nuestra inteligencia en manos de la herencia genética. Esta misma visión es aplicable al mundo de la empresa, un entorno que puede acabar resultando aséptico, opaco y rutinario, frente a la posibilidad de convertirse en un escenario increíblemente estimulador para el desarrollo del talento de las personas que interactúan en el mismo. El talento es una capacidad en potencia. Puede eclosionar con fuerza o, por el contrario, convertirse en la peor de las frustraciones para quien es consciente de poseer la posibilidad de alcanzar un grado de desarrollo intelectual y emocional que le convierta en “mejor persona” social y económicamente hablando. La última palabra la tiene la empresa, pero como ocurre en estos casos, se trata de un ente metafísico difícil de contactar para expresarle sueños y deseos. La Gestión de los Recursos Humanos, incluido el Talento, parece ser la solución más aceptada. Sin embargo, ¿hasta qué punto un humano puede gestionar el desarrollo de otro humano? El término “gestión” parece equiparar el Talento a las tablas de retribución, el aprovisionamiento de materias primas, la eficiencia energética o la monitorización de procesos. Resulta demasiado mecánico para algo que es tan profundamente humano y, en definitiva, plural e inesperado. Podemos “gestionar” adecuadamente el entorno hasta conseguir las condiciones ideales para la estimulación del talento individual, pero en último término, la decisión de convertir el potencial en capacidades y habilidades reales pertenece a cada una de las personas, sólo ellas decidirán en última instancia si desean ir más allá del contrato convencional que les liga a una empresa, construyendo de forma progresiva un contexto equilibrado entre el desarrollo personal y el colectivo, es decir el conjunto de la organización en la que trabaja. Hablar de “gestión” en estos términos, resulta comprometido, cuando no superficial y hasta frívolo. ¿Podrá el “gestor” estar más allá del bien y del mal? ¿Podrá ser lo suficientemente objetivo como para no confundir sus posibilidades de Talento con las de los demás? ¿Conseguirá entender que no hablamos de parámetros generales y cualitativos sino específicos y diferenciados? ¿Será capaz de asumir la inmensa diversidad de partida que presentan las personas de su empresa: cualificación, nivel cultural, entorno social, familiar, opciones políticas, etcétera? Parece más bien que hablamos del Übermensch de Nietzsche, el ultrahombre. Quizás el primer paso hacia una Cultura del Talento en la empresa fuera comenzar por erradicar el término “gestión”, introduciendo en su lugar el de “facilitamiento”. El responsable de los RRHH debiera ser, entre otras cosas, un auténtico “facilitador” del desarrollo del potencial de Talento de las personas de su organización. Facilitar no es gestionar. Supone ayudar, generar situaciones que demanden Talento, oportunidades de poner a prueba capacidades y habilidades intelectuales y emocionales, fomentar el error como la vía directa hacia el éxito. En definitiva, asegurar un entorno estimulador más allá de las rutinas establecidas. El sistema educativo español nunca acabará de despegar hasta que no centre su atención de forma prioritaria en el aprendizaje por resolución de problemas, la estimulación del Talento individual y diferenciado, la potenciación del “poder entre iguales”, base del trabajo colaborativo, el desarrollo de habilidades específicas de gestión del conocimiento y su transferencia y comunicación, en fin, el desarrollo integral del conjunto de inteligencias de la persona. Hasta entonces, contaremos con excepciones libre pensantes, pero nos conformaremos con una masa crítica educada en la atonía de la rutina que todo lo iguala, hasta la mediocridad. Pues bien, aplíquese el mismo cuento a una empresa… Podemos hablar de la Innovación, la Investigación, la Gestión total de la Calidad, las nuevas tecnologías supra humanas, los cuadros de mando y los mandos del cuadro y hasta de la madre que nos parió. Pero, mientras no facilitemos el talento, será como hablar de un F1 sin haber descubierto todavía la rueda.