La Sala Tarambana siempre me resulta estimulante en su programación, una de las salas más "off" de el circuito "off", que a la vez sabe conjugar una programación equilibrada e interesante. Siempre que he ido a ver algún espectáculo me sorprende y por tanto siempre el buen ánimo me acompaña cada vez que acudo a ella. Esta vez asistí a ver una obra del siempre interesante Ozkar Galán, viejo conocido de la sala ya que ha representado varios de sus textos en ella, y muy seguido por un servidor, que practicamente ha visto todo lo que ha presentado estos últimos años en Madrid. El teatro de Galán se caracteriza por dos cosas claras, la primera un mensaje siempre claro, y la segunda unos textos soprendentes que nos llegan muy directos, con buenos giros y propuestas novedosas, que nos dejan un poso tras su visionado. Con estos antecedente, obviamente, me acerqué a Carabanchel con buen ánimo y ganas de disfrutar, algo que sin duda ocurrió con creces, siendo la velada de alto voltaje teatral, sorpresiva, y enormente placentera, ya que no resulta fácil que un servidor se sienta sorprendido cuando va al teatro, agradeciendo enormemente las propuestas, ingeniosas, arriesgadas y divertidas como este Faisandage, definitivamente lo es. Vayamos al lío....
Faisandage, un cadáver delicioso, pieza de cámara de Ozkar Galán, se puede considerar una comedia, pero sin duda no una comedia superficial en la que solo de reir se trata, ya que en ella se nos habla de cosas muy serias, remozadas, eso si, en retranca, sarcasmo, y por supuesto un gran nivel literario. La premisa aparentemente sencilla en la que una condenada a muerte por un doble asesinato, tiene unas jornadas con la persona encargada de maquillar su cadáver una vez ejecutada. El faisandage es una técnica culinaria en la que las piezas de caza se maduran, casi hasta su putrefacción, para llegar al punto exacto en el que deben quedar para su consumo. La carne se orea, ablanda, y justo cuando parece que ya no se puede comer, llega el momento de su cocinado, para poder disfrutarla en todo su esplendor. La Checha consciente de que su gran momento, más allá de su tumultuosa vida, está en la trascendencia de su propio cadáver plantea que ya que se va de este mundo, lo debe hacer por todo lo alto. El texto, tremendamente equilibrado, presenta dos personajes antagónicos, peculiares, y con un punto surrealista, en continuo conflicto y en continuo duelo dialéctico e intelectual. Checha, explosiva, mundana, aparentemente superficial y ya de vuelta de todo, mientras que Yaiza más introspectiva, neurótica, y con un mundo interior muy rico, que se da de bruces con el huracán cubano que es Checha. En la obra se nos plantean cuestiones muy interesantes sobre el ego, la necesidad de transcender, la preparación para la muerte de cada uno, y como afrontamos nuestra propia muerte, así como el éxito personal, y en donde se encuentra la medida de ese éxito. Galán para ello se viste de humanidad, mostrándonos precisamente eso, dos personajes profundamente humanos, y profundamente reconocibles, dentro de su peculiaridad, ricos, bien perfilados, con su punto costumbrista, y con dos maneras muy diferentes de entender la vida y de ser inteligentes. Galán no renuncia a un lenguaje sofisticado cuando es necesario, aunque en líneas generales nos encontramos con un texto directo, ácido, en el que los alfilerazos verbales corren como cuchillos, mientras se nos cuela alguna frase de un lirismo sorprendente y que nos deja noqueados cuando hace presencia. En el texto las alusiones, o nada velados homenajes, a películas clásicas son también una tónica, algo que a mi, como cinéfilo me encantó, además muy bien integrados en la función, ya que la profesión de La Checha, productora de grandes películas en Hollywood, es el vehículo perfecto para las cuñas cinéfilas. Galán una vez más apuesta por heroínas fuertes en su teatro, mujeres que hacen que el mundo siga, dueñas de sus destinos, y que entienden en este caso el ser mujer de manera diferente, y muy válida. Este universo femenino que tan bien sabe plasmar Galán, ya es una seña de identidad de su teatro, siempre interesante, y siempre enriquecedor.
La obra se sustenta por dos actrices en completo estado de gracia, Marina Muñoz como La Checha y Carol Garrido como Yaiza, que se complementan a la perfección en escena, equilibrando el texto de manera perfecta. Garrido crea un personaje muy definitorio en cuanto a su manera de ser, nos deja vislumbrar su sensibilidad interior, esa afición a la ópera resulta muy esclarecedora, aunque aparentemente se nos muestre fría y cerebral. Una mujer para la que su profesión lo es todo, pulcra y metódica, que se nos presenta muy bien perfilada en la actitud corporal y con gran conocimiento del texto. Todo está dicho con sentido, todo se entiende perfectamente, y cada emoción que pasa por su cuadriculada cabeza se nos transmite al respetable con aparente facilidad, y sorprendente mesura. Esta mesura perfectamente calculada resulta el contrapunto perfecto a la explosividad de su compañera, siendo el juego escénico similar, con sus obvias diferencias, al de el payaso listo y el payaso tonto. Carol Garrido lleva a cabo una interpretación cerebral, no carente de frescura, bien medida y en total consonancia con el tono de la función.
Marina Muñoz, totalmente arrolladora en un personaje que es una bomba en todos los aspectos, sensual, segura de si misma, o no, apabullante en su presencia escénica, conmovedora a ratos, muy divertida siempre y con hechuras de primerísima actriz, de esas de rompe y rasga que pisan las tablas con fuerza y gran seguridad. Muy implicada emocionalmente, nos lleva a los vericuetos más íntimos de su personaje en sus espléndidos monólogos, bien servidos y muy clarificadores en cuanto al personaje, y del mismo modo consigue insuflar a su Checha de cierto aire frívolo absolutamente delicioso. La sensación que se tiene es la de una mujer que ya solo le queda hacer una cosa en esta vida... morirse, y claro que lo quiere hacer por todo lo alto, como la diva que es. Hay que destacar el enorme trabajo con el acento, ya que ver a esta Checha es ver a una cubana de verdad, aquí no hablamos de caricatura o personaje estereotipado, no, hablamos de un trabajo profundo y brillante de como son y como hablan las reales hembras de el país caribeño.
Vayamos con la dirección escénica. Giselle Llanio firma el espectáculo con gran acierto en todas las vertientes, siendo muy destacable su pulcra propuesta estética, limpia en fondo y forma, así como los dos planos escénicos principales, apoyados en las proyecciones, así como en la técnica de el falso documental, que nos sirve de nexo de unión en la historia. Es interesante el tratamiento actoral de la función, extremadamente cuidado, con unos vínculos perfectamente definidos entre las dos actrices que dan vida al espectáculo, siendo el resultado a este nivel francamente espectacular. El ritmo se encuentra perfectamente medido, a lo largo de la función pasamos de la risa, a la emoción de manera natural, y lo que es más importante de manera fluída, algo que parece ser la tónica de este espectáculo, en el que todo transcurre sin la menor afectación y con la mayor verdad, siendo la sensación la de un trabajo meticuloso en el que se ha entendido muy bien el material de base presentado por Ozkar Galán, que se encuentra perfectamente clarificado por nuestra directora. Interesante también la importancia que se le da a los monólogos de los personajes, tan definitorios en cuanto a su psicología, y que han sido tan bien tratados en el espectáculo, tanto a nivel actoral como de dirección. La propuesta se puede resumir en una aparente, solo aparente sencillez, en la que se nos muestra todo aquello que Galán nos quiso contar, de manera cristalina, efectiva, y que precisamente en su sencillez se encuentra su mayor dificultad. Nada chirría en la propuesta, nada resulta forzado, todo nos lleva a un sitio concreto, y en ese sitio nos encontramos actrices y respetable en el momento exacto que el texto lo pide. Esto así contado parece muy sencillo, pero no lo es en absoluto, y dice mucho de la disección de la obra que Giselle Llanio ha realizado, y sobre todo habla de sus enormente satisfactorios resultados. Podemos decir que Faisandage es una comedia dramática, sin excesos, cargada de virtudes, y que gracias a un elenco realmente insuperable, y una dirección afortunadísima a todas luces, plantea una más que sólida visión de la obra de Ozkar Galán. Faisandage es teatro hecho con mucho amor, enorme talento, una minuciosidad encomiable, y sobre todo, un sentido de la teatralidad más que considerable. Nos encontramos ante una propuesta muy recomendable, realizada con gran solidez a todos los niveles, y de indudable interés teatral de principio a fin, cierto es que con estos mimbres... dificilmente nos podría salir un mal cesto.