Hace unos días, una encuesta de la Universidad Católica (1) sobre familia y roles de género nos trajo información interesante que posiblemente sorprenda a más de uno, que da cuenta de los cambios, las permanencias y resistencias que se siguen dando en nuestra sociedad en relación a la familia y a los roles de género. Un primer dato interesante es que el 61% de la ciudadanía entrevistada está de acuerdo en que una pareja viva junta aunque no tenga intención de casarse. Claro que cuando habla de pareja se entiende una pareja heterosexual. No estamos aún en los niveles de Uruguay, cuyo Senado acaba de aprobar el matrimonio igualitario, pues desde el presidente hasta una gran proporción de congresistas y de la ciudadanía se adscriben al pensamiento conservador que promueven las iglesias frente a las relaciones amorosas entre personas del mismo sexo. Esto se evidencia en las respuestas que se dieron en relación a que una pareja de lesbianas pueda criar tan bien a un hijo como una pareja heterosexual, estando de acuerdo sólo un 19.7%, porcentaje que se reduce a un 13% en el caso de una pareja de hombres homosexuales.
Sin embargo, el hecho de que una parte de la población considere que está bien que una pareja viva junta sin casarse y que un 41.2% esté en desacuerdo en que los que quieren tener hijos deberían casarse, da cuenta de que la gente está abierta a formas de relación distintas, lo que se comprueba con el alto porcentaje que también señala como posibilidad el divorcio si es que la pareja no funciona, es decir que el amor eterno puede tener un final en un feliz divorcio.
Por otra parte, tenemos también que un 91.7% considera que tanto el hombre como la mujer deben contribuir a los ingresos familiares, lo cual podría estarnos indicando el cambio de las mentalidades y percepciones sobre los roles de hombres y mujeres, según las cuales ya no se le exigiría al hombre ser el proveedor único de la familia, sino que se reconocería a las mujeres sus potencialidades productivas y de generación de ingresos. Ello se confirma con que sólo un 39.3% está muy de acuerdo en que es deber del hombre ganar dinero y deber de la mujer dedicarse a las labores domésticas y de cuidado familiar.
Sin embargo, no toda la información que nos arroja la encuesta es tan alentadora y luego de estos datos que nos llenaron de optimismo, muchas de las respuestas más bien reafirman el conservadurismo de género, la permanencia de un pensamiento tradicional y la mantención de las mismas concepciones de género en lo que se refiere a la maternidad y al rol de la mujer en el hogar y en el cuidado de la familia. Así un 62% está muy de acuerdo en que cuando la mujer tiene un trabajo de jornada completa la vida familiar se perjudica o que el trabajo de la mujer a tiempo completo perjudica al niño en edad preescolar y un 58% considera que lo que la mayoría de lo que las mujeres quieren es formar un hogar y tener hijos.
Frente a la pregunta sobre quién debería quedarse en casa para organizar de mejor manera la vida familiar cuando hay un hijo en edad preescolar, un 41.2%, en mayoría hombres, piensa que debería ser la mujer. Por otro lado, un 37.2% considera que la madre debería trabajar a tiempo parcial mientras que el padre a tiempo completo. Parecen contradictorias estas respuestas frente a lo señalado sobre la contribución tanto de hombres como de mujeres a los ingresos del hogar, aunque son consistentes con lo esperado en la sociedad de las mujeres y el rol que les correspondería de dedicarse el mayor tiempo a la familia y a la educación de los hijos e hijas, exonerando al padre de mayor compromiso en la crianza. En general, cuando se pregunta si es el hombre o la mujer que habitualmente toma las decisiones sobre cómo educarles, resulta que en Lima y Callao un 61% señala que lo deciden juntos, y en el interior urbano y el interior rural, un 46.6% y un 45.8 % dan la misma respuesta. Aunque es interesante señalar que en el interior rural hay un empate entre quienes consideran que lo decide principalmente la mujer y quienes señalan que lo decide principalmente el hombre (22%).
Pero es cuando llegamos a la distribución de las tareas domésticas que nos pega en el rostro lo poco que hemos avanzado en la corresponsabilidad en las labores de la casa. Aunque no se ha realizado un cruce entre el trabajo fuera del hogar y las tareas domésticas, podemos suponer que una buena parte de las mujeres que las realizan tienen también un trabajo con el cual aportan ingresos al hogar. Frente a la pregunta sobre quien hace las tareas, nos enteramos de que habitualmente un 76.4% de mujeres prepara la comida y sólo lo hace un 3.8% de hombres, que somos nosotras quienes en un 68% lavamos la ropa, hacemos las compras, cuidamos a los miembros de la familia en un 55.8% y que mientras tanto un 63.8% de hombres se hacen cargo de las pequeñas reparaciones en casa. En coherencia con esto y dando cuenta de las resistencias que se encontrarán para modificar estas concepciones, tenemos que una gran mayoría considera que las tareas domésticas, exceptuando las pequeñas reparaciones en casa, son mejor hechas por las mujeres. Así tenemos que un 66.3% considera que la mujer puede realizar de mejor manera la preparación de la comida, el 60% que somos mejores lavando la ropa y un 53% que cuidamos mejor que los hombres a los miembros de la familia que están enfermos.
En cuanto al cuidado de los adultos mayores, es interesante notar que un 73.2% considera que quienes deben proporcionarles ayuda cotidiana son los miembros de la familia y sólo un 13.6% considera que deberían ser organismos del Estado y que es también la familia quien debe cubrir principalmente los costos de esa ayuda. Es importante esto, porque si se liga esta mirada con lo que se espera de las mujeres como principales encargadas de las labores de cuidado familiar, tendremos que seremos por tanto las mujeres quienes deberemos realizar estas tareas. Aquí hay un gran punto de tensión entre los nuevos roles que asumimos las mujeres como trabajadoras fuera del hogar en lo que va significando un cambio del orden de género y lo que aún en el marco de ese orden se espera de nosotras, lo cual se agrava porque se exime al Estado de tener un rol más preponderante en cuanto al diseño e implementación de políticas de familia. Las mujeres vivimos cotidianamente las dificultades de conciliar el trabajo con la vida familiar, lo cual no sólo genera una sobrecarga para las mujeres – sobrecarga que intentamos resolver con la ayuda de otras mujeres, madres, hermanas, abuelas o trabajadoras del hogar a las que muchas veces mal pagamos por decir lo menos –, sino también tiene un impacto en la salud física y mental y en el desarrollo armónico al interior de la familia.
Señala Irma Arraigada que:
“Los intensos cambios en las relaciones sociales, familiares y laborales requieren que los gobiernos diseñen nuevas políticas públicas que incorporen, entre otras medidas: políticas impositivas, redistributivas, de transporte, reorientaciones del gasto público y del gasto social, así como políticas sectoriales de empleo, educativas, de salud y vivienda. Actualmente, se precisa una reflexión que permita dar respuestas y diseñar políticas públicas que favorezcan la conciliación entre trabajo y familia, entre los espacios público y privado, entre el mundo doméstico y el mundo social, que no reproduzcan la discriminación laboral ni las desigualdades de género y que posibiliten la vida familiar” (2).
Promover políticas de familia dirigidas a conciliar el trabajo fuera del hogar con las labores domésticas, que promuevan la corresponsablidad de los hombres, la democratización dentro de la familia y un rol más activo del Estado para facilitar el bienestar de la familia resulta fundamental para avanzar hacia la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres en todos los espacios. No se puede dejar de mencionar un punto que es trascendental y es la formación escolar, que juega un rol preponderante en la formación de los nuevos ciudadanos y ciudadanas en el país y desde donde se debe impulsar los cambios en las concepciones de género que de manera tanto explícita como implícita se siguen reproduciendo en el aula escolar, en los textos en las mentalidades de maestros y maestras, en el lenguaje excluyente que se utiliza, en los ejemplos tipo “Pedro patea la pelota, Pilar pela la papa”. En este sentido, esta encuesta es un interesante llamado de atención sobre lo mucho que aún queda por hacer en el país y un llamado a promover políticas inclusivas que transversalicen el enfoque de género de verdad y que no se queden en los discursos de algunos funcionarios y funcionarias pronunciados en actos oficiales.
Por Rosa Montalvo Reinoso
Notas:
(1) “Estado de la Opinión Pública. Familia y Roles de Género” Boletín IOP PUCP, año VIII, febrero del 2013. http://textos.pucp.edu.pe/texto/Boletin-IOP-PUCP-Marzo-2013---Familia-y-...
(2) Irma Arraigada, Familias y políticas públicas en América Latina: Una historia de desencuentros, CEPAL, Chile, 2007.
Revista En Femenino
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