POR LOS VERICUETOS DE LA MEMORIA.-
En un contexto en que, por mor de un controvertido conflicto jurídico-político, del que se hace más que amplio eco toda la prensa generalista de nuestro paìs (y de buena parte del resto del mundo), el tema de la memoria histórica está de máxima actualidad, quizá no sea mal momento para la arribada a las pantallas de los cines de una propuesta como “Familystrip”, un documental obra del director catalán Lluis Miñarro, en el que, partiendo de un punto de arranque argumental sumamente simple —la elaboración de un retrato de sus padres a cargo de un pintor—, termina tejiendo todo un tapiz urdido sobre la hilambre de sucesos y acontecimientos de la historia de nuestro país a lo largo del último siglo, tamizados por la personal visión de los protagonistas, que son los que, al fin y al cabo, desgranan ante la cámara su muy particular vivencia de tales hechos. Una propuesta, evidentemente, fuera de los caminos trillados y con una potencialidad comercial que, aun siendo benévolos en los pronósticos, ya se puede anticipar como pírrica —una circunstancia a la que, sin duda alguna, contribuirá bastante el hecho de que, cual pescadilla que se muerde la cola, el número de copias disponibles no llegará a un mínimo “potable”...—.
Planteado ya desde sus proclamas promocionales como “la memoria de una generación que desaparece”, este documental viene a aportar otro granito de arena, uno más, al vivísimo debate acerca de cómo podemos gestionar más adecuadamente los españoles el recuerdo y las secuelas de un tiempo duro y gris en relación al cual aún parecen quedar algunas heridas abiertas. Pero, más allá de sus connotaciones políticas (innegables, con independencia de que las mismas sean deliberadamente buscadas, o la mera consecuencia de un planteamiento artístico pretendidamente “neutro”...), lo verdaderamente importante para quien se acerque a este film en un ejercicio de disfrute cinematográfico estricto va a ser comprobar si, con el mismo, su autor (que ya, en su momento, llegá a confesar expresamente que no había sido su intención primigenia la de que las imágenes que lo integran llegaran a ser exhibidas públicamente), llega a trascender lo meramente íntimo y familiar para alcanzar un planteamiento de índole univesal y abierto. Cabe suponer que los programadores de los numerosísimos festivales donde ya se ha proyectado debieron encontrar algo en esa línea con suficiente consistencia; es ahora al público “abierto” (por poco abundante que termine resultando) a quien corresponde juiciar y valorar. Se alza el telón...