Revista Opinión

Fashion victim

Publicado el 26 septiembre 2014 por @igarro @igarro

De pequeño jamás tuve ningún problema de vestuario, de lunes a viernes el uniforme del colegio y el sábado ropa indestructible. Los pantalones debían ser resistentes al fuego, al agua, al barro, a una explosión del Cheminova, a una fisión nuclear y a cualquier fenómeno meteorológico por muy adverso que fuese.

Como en la NASA, en los 80, el estudio de los materiales no estaba tan desarrollado como en la actualidad, mi madre ideó su propia teoría acerca de la resistencia de los materiales y tras años de sesuda observación llegó a la conclusión de que los tres materiales más resistentes hallados en la naturaleza o desarrollados en laboratorio eran, en orden de menor resistencia a mayor: el wolframio, los nanotubos de carbono y, en primer lugar y con mucha distancia sobre sus perseguidores, las rodilleras y coderas. Mi madre en ocasiones llegó a jugar a ser Dios superponiendo unas rodilleras sobre otras.

Los domingos mi madre me vestía con mis mejores galas: camisa, tirantes (el Fraga´s style en los 80 marcaba tendencia, ahora lo hace Guti, no sé qué será peor) y pantalón corto y calcetines que llegaban casi a la altura de mis rodillas para humillarme. ¿Conocéis a alguna niña pequeña que diga que le gusta un niño que lleva calcetines hasta la rodilla? Desgraciadamente, yo tampoco la conocí. Pensareis que me vestía de tal guisa para ir a misa, pero no. Siempre que puse un pie en una iglesia, mi cuerpo empezaba a combustionar y me salían unas llamas alrededor. Ese fenómeno extraño que el cura de mi parroquia le dio por llamar no sé qué del hijo de Satanás no me hace sentir del todo cómodo en el interior de los templos.

En la adolescencia las cosas en cuanto al vestuario empiezan a cambiar. Decides escoger tú tu ropa, lo cual es una idea nefasta cuando por tus venas en vez de correr sangre lo hace una mezcla de semen y pus. Es “vox populi” (no confundir con el partido ese al que no le vota ni el Tato) que en esas edades tan conflictivas se forja la personalidad y uno empieza a sentirse realmente parte de un grupo. Bien. Pues mis amigos y yo, formábamos parte de un grupo: los tontolabas. Llevábamos cazadoras náuticas (a pesar de que alguno de nosotros vomitase con solo estar de pie en un pantalán), chaquetas ignífugas (ninguno había estado nunca en un incendio), pelos de los colores más estrafalarios, pantalones que el tiro te llegase por los tobillos (ninguno era negro para que eso fuese necesario) y unas botas llamadas art que se podrían enganchar a los lados de una barra y competir en las olimpiadas en halterofilia.

En mi caso siempre me decanté por las sudaderas y los pantalones vaqueros flojos. Muy sencillito, pero a la vez muy ridículo. Sin embargo, con los pasos de los años, mis amigos fueron cambiando de estilo a algo menos arriesgado; a veces la sabia naturaleza era el que los empujaba a hacerlo: el que llevaba los pelos de punta estilo cenicero o el que se teñía el pelo de colores cada semana ya están calvos y teñirse la cabeza de violeta si no tienes pelo es del género bobo. Otras veces los cambios se hacen a propósito, alguno sustituyó la cazadora bomber por un traje de raya diplomática, me imagino que es ley de vida y las obligaciones laborales las que te empujan a dar ese paso.

pandilla

Jóvenes de hoy en día haciendo el mongolo y vestidos como tales (y no de Mileto).

   Mi problema es que yo me he quedado estancado en el pasado. Con eso no me refiero a que siga comprando el mismo estilo de ropa, sino que, mayormente, sigo usando esa misma ropa. Os creeréis que eso es una labor fácil, pero no lo es. Cada vez que voy a casa de mi madre tengo que revisar la bolsa de la basura para comprobar que mi flamante sudadera del 1997 – color beige y con la imagen de un extraterrestre fumándose un porro – no va a formar parte del contenedor. Lo mismo sucede con esos pantalones vaqueros de 1999 que no los compré rotos, pero que tras los más de mil lavados se rasgan con una simple ráfaga de viento. Vivo alerta y con miedo pero, a cambio, cuando luzco esta ropa, obtengo pingües beneficios. No hace demasiado tiempo mientras estaba apoyado en la puerta de un supermercado, apurando las últimas caladas de mi cigarro, una anciana me dio cincuenta céntimos para que me comprase una lata de sardinas.

Este último hecho hizo que me replantease mi política acerca de mi vestimenta. Voy a hacer una serie de cambios, pero el abanico que veo de estilos y tendencias es tan amplio que no sé por dónde tirar. Estas son las opciones que sopeso:

• Look Pablo Iglesias: es un estilo sencillo, barato y no supone un cambio traumático. Se compra la ropa por kilos en el Carrefour.

• Look moderno: consiste en llevar camisetas de tiras con más escote que Yola Berrocal y combinados con pantalones de colores y que lleguen hasta la canilla. Hay que tener unos tobillos bonitos para lucirlos.

• Look machote de gimnasio: camiseta de asas apretada que marque músculos de los que desconozco su existencia.

• Look mi vida se ha ido a la mierda: chándal. Siempre el mismo. Se puede combinar con zapatos sin ningún problema.

• Look 50 sombras de grey: chaleco de látex sin nada por debajo, pantalón de cuero y látigo. Muy arriesgado.

• Look tonto veraniego: bañador con calzoncillos por debajo. Lo malo es que por la humedad crecen microorganismos en zonas que pican mucho. Tú mismo. Yo no.

• Look Marc Ostarcevic: sale caro. Se necesitan dos putas, una a cada lado.

• Look rey del reggaetón: aquí la ropa es lo de menos, ganan importancia los complementos. Hay que llevar collares y crucifijos que pesen un mínimo de cinco kilos. Absténganse los que sufran de cervicales.

• Look pijo: muy importante los náuticos y aunque haga mucho calor hay que llevar un jersey a la espalda y atado por las mangas por delante. Es como si llevases una cría de oso panda acojonada colgada a tu chepa. Es indispensable la camisa, y se valorará positivamente que el cuello de la camisa no sea normal.

• Look travesti: yo ya no descarto nada. Lo malo es que con tacones camino como un minotauro.

La culpa es de los padres que los visten como a Dani Alves. #DiarioDeUnPerdedor #FashionVictim pic.twitter.com/37XIzDH4De

— Igarro (@Igarro) septiembre 26, 2014

   Lo único que me queda claro es que en este mundo tan reglado en el que hay que sacarse un carnet absolutamente para todo, hasta para manipular alimentos, no se exija un carnet para llevar un tanga, unos leggins en el caso de las féminas o unos pantalones color amarillo si eres hombre.


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