Revista Cultura y Ocio
El federalismo ha sido en España una de las banderas históricas de cierta izquierda, la burguesa de caràcter republicano. Es cierto que antes de que el movimiento obrero cristalizara en los partidos que hoy conocemos muchos trabajadores apoyaban a los partidos republicanos federales, que tuvieron su mayor presencia en Catalunya y Aragón principalmente y alguna fuerza aunque menor en el País Valenciano, y poco más.
Como pueden ver, la geografía del federalismo decimonónico y de principios del siglo XX coincide prácticamente con los límites de la antigua Corona catalano-aragonesa, lo que lleva a interesantes conclusiones respecto a la existencia en España desde antiguo de un proyecto de Estado con aliento popular diferente al Estado único y unitarista que los Borbones trajeron de Francia. Ocurre que desgraciadamente el ejemplo no cundió y la idea federalista quedó constreñida prácticamente a los territorios enunciados, sin calar en otras regiones y países integrados de grado o por fuerza en España. Y ello a pesar de que la efímera I República española tuvo varios presidentes federalistas, entre ellos el eximio Pi i Margall.
La izquierda obrera desconfió siempre del Estado, y tenía buenas razones para hacerlo. El Estado para los trabajadores fue siempre la policía y el Ejército, y esas instituciones han jugado prácticamente siempre y casi en pleno en el equipo de las clases dominantes, cuyo poder en España se ha basado históricamente en la alianza entre el capital financiero (la nueva gran burguesía madrileña y norteña) con la vieja clase terrateniente (de origen castellano y andaluz). En España no ha habido ni Revolución Burguesa ni casi Revolución Industrial (lo más parecido fue la industrialización forzada en los años sesenta del siglo XX, en pleno franquismo). El problema de la organización del Estado era pues menor para los partidos obreros: se trataba de conquistarlo y a continuación ponerlo al servicio de su causa, es decir de la hegemonía política y social de las clases trabajadoras; en relación con ese objetivo todo lo demás era secundario (lo que dicho sea de paso, demuestra la ingenuidad de las izquierdas obreras y sus intelectuales orgánicos de la época).
La II República definió a España como "Estado integral", sumándose a la corriente de los Estados-nación; no quedaba margen pues para construcciones federalistas o federalizantes. En ese contexto los Estatutos de Catalunya y el País Vasco, en su condición de excepciones "irremediables" de carácter extraordinario, venían paradójicamente a consagrar la voluntad y estructura centralizada aunque no centralista del Estado republicano. Otros proyectos de estatuto (Galicia, Aragón) fueron recibiendo largas, y acabaron devorados por la guerra y la revolución.
Más tarde, superado (más o menos) el franquismo, el actual Estado de las Autonomías fue un enjuague nacido en los cabildeos de la Transición y empeorado con la famosa LOAPA, uno de los "ajustes legales" exigidos por los golpistas el 23-F ante la supuesta "disgregación de la Patria Española" que consagraba la Constitución (que realmente, y entre otras posibilidades, abre una puerta a procesos de escisión de Comunidades Autónomas pactados desde el propio texto constitucional; cosas del esoterismo leguleyo de la Transición). El artero "café para todos" suarista pretendía diluir el brebaje que no había más remedio que servir a catalanes y vascos, por el procedimiento de repartirlo de modo "equitativo" entre todos. Así pasamos del problema histórico del encaje en España de territorios con personalidad propia de siglos, al delirio de crear 17 Comunidades Autónomas, algunas de pura opereta bufa pero dotadas eso sí con presidentito, banderita y parlamentín; Comunidad Autónoma recién estrenada hubo que convocó un concurso entre los diseñadores de la provincia para poder tener bandera propia.
En este pandemónium la idea federal, que en las últimas décadas ha sustentado solo y de mala gana el PSOE, ha perdido completamente fuelle y adeptos. Y es que la República Federal de los activistas de finales del siglo XIX y principios del XX nada tiene que ver con el "federalismo" norteamericano o los "landers" alemanes, a pesar de que por ignorancia o mala fe se ha alentado esa confusión en España. El federalismo republicano español era un federalismo entre Estados soberanos y por tanto con poder político real, no una mera organización administrativa descentralizada del Estado único, como lo es en los casos mencionados, EEUU y Alemania. Esa idea se ha perdido en parte porque la burguesía republicana española siempre fue escasa en número aunque no en calidad, y tras la guerra de Franco no quedó de ella ni el rabo. Pero sobre todo porque las tradiciones del PSOE y del PCE nunca fueron favorables en realidad a nada que menoscabara el poder de un Estado cuyas palancas aspiraban a arrebatar al enemigo de clase para ponerlas al servicio de la propia causa; socialdemócratas y bolcheviques han mirado siempre con prevención cualquier pérdida de masa y peso del Estado español tal como se conformó tras la independencia de las colonias americanas, y por inercia sus sucesores han mantenido esas distancias entre un federalismo de boquilla y la práctica real programática, y ya no digamos de gobierno.
Ocurre que hemos llegado al momento en el que el actual Estado de las Autonomías ya no da más de sí, y que cualquier reforma en sentido federal resulta imposible en la España de hoy, por falta de voluntad de la clase política y por imposibilidad manifiesta de que el federalismo, republicano por esencia, tenga cabida dentro de un régimen monárquico. Mientras la jefatura del Estado corresponda a una testa coronada, quien no acepte la situación actual no tiene otro camino de reorganización del Estado que el abrupto: independencia de su Comunidad Autónoma, tras un proceso de secesión que será cualquier cosa menos amigable. Por tanto, desconfíen de las repentinas conversiones o "reactivaciones" interesadas de la idea federal: solo son maneras de ganar tiempo.
Con monarquía, no habrá federalismo. La disgregación de España depende pues del cambio de régimen, o mejor dicho de la permanencia del actual.
En la imagen que ilustra el post, la burguesía española y los federalistas catalanes pelean por imponer si la I República naciente (1870) había de ser unitaria o federal, según una ilustración de la revista político-humorística republicana "La Flaca".