En el treinta y seis aniversario de la muerte del insustituible Félix Rodríguez de la Fuente en aquel trágico accidente de avioneta en Alaska, quiero recuperar su figura una vez más como icono de la defensa de la naturaleza desde una perspectiva apasionada y realista, sin falsos adornos y anclada en lo que fue la experiencia vital del hombre que revolucionó el mensaje de conservación de la naturaleza en España.
La relación de Félix Rodríguez de la Fuente con los animales nació en los parajes de Castilla y León y lo llevó por toda España, África, América Latina y Alaska, su última parada. Su mensaje y sus lecciones son universales, pero sus primeras pasiones nacieron en la vieja tierra castellana: en Poza de la Sal (Burgos) conoció el mundo al aire libre en su infancia, los primeros vuelos de las águilas que lo llevarían a desarrollar su amor por la cetrería. En la sierra de la Culebra (Zamora) descubriría otro amor incondicional: los lobos.
Castilla y León marcaron a fuego en la mente y el corazón del joven Félix los escenarios naturales que prendieron la llama de su pasión desbordante por el universo animal: halcones, buitres, cabras montesas, lobos, osos pardos, nutrias... La fauna que encandiló a Félix y que después él transmitió a varias generaciones de chavales y de españoles adultos que aprendieron a respetar la naturaleza. Félix siempre tuvo una relación especial con las tierras castellanas. Algunos de los escenarios emblemáticos fueron La Bureba, donde nació su fascinación por los halcones; las veredas del Duero y el Pisuerga, donde observaba los anidamientos de las garzas y multitud de aves; las hoces del Riaza, en Montejo de la Vega (Segovia), donde observaba a los buitres leonados, los alimoches comunes, las águilas reales, los halcones peregrinos, los búhos reales, los cernícalos vulgares, las aguilillas calzadas, la culebrera europea y las nutrias, y donde crearía el Refugio de Rapaces; la sierra de la Culebra (Zamora) donde los lobos capturaron su corazón para siempre y donde adoptaría a los dos cachorros con los que creó su propia manada; la sierra de Gredos (Ávila), donde saltaba la rocas tras las cabras montesas; el Parque Natural del Cañon del Río Lobos (Soria), donde observaba incansable a los halcones peregrinos, los buitres leonados y las águilas reales; la laguna de La Nava (Palencia), donde avistaba a las garzas reales, las cigüeñas negras y los martines pescadores...
Ese amor por los animales se habría de extender con el tiempo a los linces de Doñana; los leones, los elefantes, los rinocerontes, el guepardo y el orangután de África; al jaguar y el tucán de América Latina, entre otros muchos animales.
Félix Rodríguez de la Fuente realizó una extraordinaria labor de divulgación de la naturaleza y de concienciación social. Jamás fue un ecologista extremo sin dejar de ser un apasionado defensor de la protección de los animales. Un mensaje que inculcaba ante todo el equilibrio de la naturaleza y su relación con el hombre. Ese profundo vínculo del hombre con la tierra, el respeto por nuestro entorno y el encaje del ser humano en la gran cadena ecológica, era el eje de su mensaje divulgativo y pedagógico.
Para Félix la armonía con la naturaleza era un objetivo para la sociedad moderna que sólo se podía alcanzar con concienciación y conocimiento, sin interferir en ella, salvo para revertir la huella del ser humano.
Su mensaje conservacionista y de respeto a la naturaleza sigue vigente y más necesario que nunca. Más allá de la utilización interesada de su figura y trabajo por los medios, personas, colectivos, etc, para rentabilizar de alguna manera su legado, nos encontramos con lo que importa: las lecciones que nos enseñó, los conocimientos, los mensajes, la actitud, los valores y la visión hacia la naturaleza. De lo importante, de esos contenidos y conocimientos, poco o nada se habla, se escribe o se enseña.
Recuperar los libros, documentales, conferencias, mensajes, estudios y enseñanzas de Félix Rodríguez de la Fuente es el camino correcto para recuperar la pasión por la naturaleza.