Te deseamos feliz navidad. Lo hacemos ahora, y lo haremos en agosto.
La navidad es ese corto espacio de tiempo, marcado por luces horteras y el anuncio de la lotería, en el que el aire se impregna con melancolía de otras navidades. Se sabe cuándo llega porque todos nos sentimos mejores personas, aunque quizá habla el alcohol, o el vino trabaja de traductor sentimental. Es lamentable cómo se justifican carantoñas espontáneas con un “había bebido”, como si el amor (con lengua de trapo, pero amor) fuera un tipo de lepra especialmente dañina. Nunca se ha escuchado a un empresario, después de un ERE injustificado, disculparse por haber tomado unas copas de más.
Con gorros rojos y blancos y abrazos gratis, cada día es una juerga del atleti (de Madrid o de Bilbao). Más que celebrar el nacimiento de Jesús, festejamos su despedida de soltero. En esta bacanal de pastiches culturales y películas de Disney el villancico apócrifo genuino es Last Christmas. Ya lo conocéis: Trata sobre corazones entregados y machacados, una acción muy de estas fechas. Sí, hay abundante literatura social y quejas sobre la hipocresía del 25 de diciembre; por cada persona que adora la navidad, otra la lanza por el retrete. A los que tiráis de la cadena y renegáis del joujoujou os decimos: estáis equivocados.
Porque no es un problema, por unos cuantos días, sentirnos generosos, solidarios, nostálgicos… Es saludable, muy bueno… ¡Grandioso! reflexionar, hacer balance, recordar el pasado, vivir sabiendo que las horas no son eternas. El problema, querido lector, no es la navidad, sino el hecho de vivir el resto del año con el alma entumecida y las caricias enjauladas, como si el goce de la vida real se reservara a eventos con fecha de caducidad.