Otro año más colabora con este artículo en la edición del libro "Extremadura en la red", gracias al trabajo de José-Manuel López Caballero y Atansio Fernández García y al patrocinio de la Consejería de Turismo de la Junta de Extremadura. En esta ocasión hablamos de los cielos de nuestra región y yo elegí la villa de Feria y su castillo medieval.
Quiso el conde Lorenzo Suárez de Figueroa que este castillo se viera desde cualquier rincón de sus posesiones y a mediados del siglo XV ideó una monumental torre de 40 metros de altura que dominara todo el Señorío de Feria y sirviera de vigia a tan extenso territorio.
Sobre un cerro y su fortaleza árabe, que antes fuera castro romano, se levantaron murallas y torres defensivas que protegieran la fenomenal torre del homenaje que, para mayor gloria, se enfoscó de cal y redondeó en sus esquinas.
Y, buscando su protección, se desparramaron las casas hacia el levante, alrededor de la Iglesia de San Bartolomé y de una plaza porticada al estilo mudéjar. La villa de Feria se agarra con una mano de calles a la ladera del castillo, mirando a Zafra y al llano de Tierra de Barros. A su espalda el monte cubre las agrestes sierras bajo cielos transparentes, en un horizonte quebrado, limpio de luces postizas.
Quien ha subido al castillo, pisando el empedrado de las calles del pueblo y admirando la belleza de sus fachadas encaladas y sus rincones en flor, sabe de la altivez del empinado cerro e intuye el atrevimiento y arrogancia de quien mandó levantar tal fortaleza.
Dentro, sentado en los apoyos de sus ventanales refulgentes, el visitante aprecia los cuadros del paisaje enmarcados en celosías góticas antes de encaramarse a su amplia terraza y embelesarse ante un panorama inacabarcable bajo una bóveda que sobrecoge.
Hoy no se ven higueras, las que con sus hojas honraron el escudo de los Suárez de Figueroa, pero los almendros en flor nievan de pétalos perfumados al cerro en febrero. Algunos olivos relictos taladran la roca con sus raíces y a principios de primavera los riscos se salpimentan con narcisos y dedaleras.
Un roquero solitario canta desde la muralla una melodía dándote la bienvenida a su reino de alas y revolotean los aviones roqueros alrededor de la torre. Jilgueros y verderones, abubillas, chamarines y alcaudones vuelan de rama en rama en un trajín de amoríos que embellece la colina, que sobrevuelan águilas culebreras, buitres y milanos.
No termines tu visita, antes de abandonar la zona vuelve la vista y admira, desde cualquier camino apartado, la formidable silueta al atardecer… y sus cielos:
Nimbos de otoño que llegan por el poniente navegando lentos, nubes preñadas de lluvia. Cirros que se deshilachan con el viento en la atalaya. Cúmulos que parecen aplastar, aún más, al pueblo en su ladera. Y las nieblas invernales que sumergen al pueblo en un encanto difuminado y que pocas veces se atreven a subir al castillo, emergido con orgullo de ese mar de nubes.
Y espera, mirando al ocaso. Aguarda sentado en la linde del camino a que el firmamento se agujeree de estrellas. Si vas por el mes de enero mira la Luna, llena de hermosa palidez en la noche gélida, alta, nítida, sola. Descubre en la profunda oscuridad, allá por el mes de marzo, a la estrella Aldebarán, junto al grupo de Orión. En las noches estivales, cuando la Luna escondida, tendrás que amilanarte bajo el arco blanquecino de la Vía Láctea. Y antes del amanecer, sobre el llano, hacia el levante, verás al astro brillante: Venus, lucero del alba.
Nubes mammatus
Caminos a Feria
Cielos emborregados
Cirros
La Villa de Feria desde su castillo
La Vía Láctea sobre el castillo
Noche estrellada
Portada del libro "Blogueros de Extremadura 12017"