Revista En Femenino

Fernández & Morales

Por Expatxcojones

Fernández & Morales

Barcelona, 2014 expatriadaxcojones.blogspot.com


El plan de esta noche me apetece un montón. Cena con mi mejor amigo. Fernández. También conocido como Don Limpio. Bueno, con él y con su novio. Morales. A partir de ahora El cachas porque no veas que músculos tiene el muy cabrón.
Cenamos los tres en un bar que hay cerca de su casa. Cerdo. Grasa. Más Cerdo. Que hace tiempo que no como y, de vez en cuando, mi cuerpo me lo pide. Me sienta de maravilla. Terminamos. Antes de subir al piso paramos en el badulaque de turno a coger provisiones.
   —¿Pillamos cervezas? —me pregunta Morales.   —Por mi bien.   —¿Chivecas?   —Vale.   —¿Cuántas? ¿cuatro?   —Sí.   —Cogeré cinco, que éste bebe mucho —dice señalando a Fernández.
Pagamos. Las metemos en un par de bolsas. El cachas es el encargado de llevarlas. Ahora nos toca subir las escaleras. Mi colega vive en el barrio de la Rivera. Al lado del Borne. Tiene un ático. Pequeño pero precioso. Con una terraza enorme desde donde puedes ver la Sagrada familia, las torres Mapfre y el Tibidabo. El único inconveniente es que no hay ascensor. La escalera es estrecha y muy empinada.
Llegamos. Me cuesta respirar. Ellos lo llevan mejor. Ya están acostumbrados. Entramos. Me saco los zapatos. Abrimos las cervezas y cogemos unos vasos. Nos sentamos fuera. En la terraza. La temperatura es perfecta. La noche promete.
A Fernández lo conozco desde hace bastantes años. Nos conocimos en el trabajo. Nuestro primer trabajo. Recién salidos de la Universidad. La primera vez que nos hacían un contrato.
El gobierno catalán había otorgado nuevas licencias de radio y televisión. El Grupo Godó se adjudicó una. Querían abrir un nuevo canal de televisión en Barcelona. Le llamaron City TV. Era un modelo importado de Canadá. La intención era convertirla en el altavoz de Convergencia y Unió. Por aquel entonces los socialistas estaban en el ayuntamiento y su feudo era, y sigue siendo, Barcelona Televisió.
Todo el equipo era muy joven. Yo era lo que se dice una plumilla. No había tocado cámara en mi vida. Había pasado cuatro años en la Facultad pero nunca me interesé por ese armatoste que pesaba un huevo. Yo sólo quería escribir. En City aprendí casi todo lo que sé hoy. Me lo enseñaron. Me dejaron equivocarme. Recuerdo un día que tenía que entrar en directo, yo venía de maquillaje, corriendo, y cuando se encendió la lucecita roja no podía hablar. Respiraba con dificultad. A la presentadora le dio un ataque de risa. Fue horrible. Lo pasé fatal. Como éstas hubo muchas. Muchísimas más. Ahora las recuerdo con cariño.
Fernández entró unos meses más tarde. De becario. Todavía estudiaba en la Universidad. Hacía el último curso y éstas eran sus prácticas de fin de semana. Mi relación con los becarios estaba clara. Si los veía espabilados y con ganas, los enseñaba. Si iban de listillos y además eran idiotas, los utilizaba de sherpa. En seis meses vendría otro y tampoco era plan de perder el tiempo.
Fernández y yo salimos juntos de rodaje. Íbamos a un centro comercial que se estaba construyendo en la zona del fórum. Un rollo, vamos. Cuando estábamos en el taxi de camino me dijo que era de Mataró.
   —¡Que casualidad! Yo también.
Entonces me hablo de su hermano, Pau, y de su colegio de la infancia.
   —¡Ostia¡ Yo me he enrollado con tu hermano.
Al final resultó que no. El Pau con el que yo me había dado cuatro besos de adolescente no era su hermano. Que alivio. No era un buen comienzo.
Fernández es un buen periodista. Ya entonces apuntaba maneras. Y, evidentemente, en la empresa no tardaron en darse cuenta. En cuanto acabó la beca lo contrataron. Y pasó a ser mi compañero de trabajo los siguientes dos años. Y cada puto fin de semana mientras nuestros amigos salían por ahí, nosotros nos veíamos las caras. Desayunábamos juntos. Comíamos juntos. Y cuando terminábamos del trabajo nos íbamos a tomar algo; también juntos.
Pero llegó un día en que nos echaron a todos a la puta calle. El invento canadiense del Grupo Godó no había dado los resultados esperados. Y como de lo que se trata es de hacer negocio. No televisión. Cerraron el chiringuito. Y continuaron con La Vanguardia y con RAC-1. Todavía tienen su canal. Ahora se llama 8tv.
Al cabo de dos semanas nos volvimos a encontrar. A los dos nos contrataron en Barcelona Televisió. En los informativos. Seguíamos en el turno de fin de semana. Trabajábamos de jueves a domingo. Y el resto de los días nos veíamos igual.
En esa época yo lo dejé con mi novio y él descubrió que era gay. Y la verdad es que si lo piensas un poco, él tiene algo de mujer y yo mucho de hombre. Lloramos juntos. Reímos juntos. Cantar. Poco. Sólolo hacía él porque yo tengo el sentido del ritmo en el culo. Fernández siempre se ríe y nunca me deja cantar. Lo nuestro era como una relación de pareja pero sin sexo.
Nos fuimos a vivir los dos al mismo barrio. Gracia. O comíamos en mi casa porque yo cocino y él no, o dormíamos la siesta en la suya, porque yo vivía en un ático construido ilegalmente en una azotea y cuando le daba el sol aquello era peor que una sauna. Él, en cambio, vivía en un bajo sin luz. Un cuchitril pequeño y oscuro ideal para los sueños diurnos. Historias de aquella época tenemos muchas. Demasiadas. Pero quedarán entre nosotros.
Y, otra vez, cambiamos de trabajo. Y, otra vez, volvimos a coincidir. Dejamos la televisión local, ya eran cuatro años, y dimos el salto a la catalana. La nostra que dicen en los anuncios. La casa como se refieren a ella los trabajadores. TV3 para el resto de mortales. Entramos a formar parte de uno de los programas de reportajes más conocidos de la cadena. Sobretodo por el sexo. Pero ese es otro tema.
Y aunque trabajábamos para una productora externa. Éramos autónomos y no teníamos derecho a paro ni a vacaciones pagadas, los dos estábamos la mar de contentos. ¿Cómo no estarlo? Si encima nos pusieron de pareja. Aquí no había becarios. Los equipos eran de dos personas. Polivalentes. El trabajo había que hacerlo a cuatro manos. Y nosotros nos complementábamos muy bien. Algunas veces también discutíamos porque yo lo veía de una manera y él de otra pero al final siempre ganaba el reportaje.
Estábamos juntos en el trabajo ocho horas o más cada día. Y luego nos íbamos al cine, a cenar o la disco de turno. Con él descubrí el mundo gay de Barcelona, que desconocía por completo, y pasé noches que nunca olvidaré.
Aprendimos mucho. Nos reímos mucho. Nos equivocamos, también, mucho. Pero todo lo que empieza acaba, y al final, después de seis años juntos T-O-D-O-S los putos días, nos separamos. Sólo en lo profesional. Yo emprendí mi carrera como freelance y él continuó en el programa un tiempo más.
Hay cosas que no cambian. Y me gusta que sea así. Me gusta volver a Barcelona y encontrarlo igual que siempre. En u pisito. Con su novio. Su trabajo. Quizás hace medio año que no nos vemos pero enseguida parece que no hayan pasado más de veinticuatro horas.
Sólo ha habido un paréntesis. Y no fue de mutuo acuerdo. Un año entero. Sin hablarnos. Ni vernos. Cero contacto. Nada de nada. Fue nuestra particular travesía por el desierto. Cuanto lo echaba de menos… De vez en cuando él, todavía, lo recuerda y se pone un poco triste.
   —Nos perdimos un año entero. Cuando pienso en lo que podríamos haber hecho…   —Ni lo sé ni me importa. Si te digo la verdad sólo me acuerdo del recuentro.
Habíamos quedado con el Kalvo y otra pareja. Íbamos a un concierto que daba no sé quién en la sala Apolo. Ya teníamos las entradas. Estábamos tomando algo antes de entrar al local y me sonó el teléfono. Era él.
Sólo oír su voz. No necesité nada más. Me despedí del grupo. Cogí mi moto y lo fui a buscar. Los dos lloramos. Me apretaba tan fuerte que me dolían las costillas. No había nada de qué hablar. Estaba todo dicho. Sólo quería abrazarlo. Tocarlo. Tenerlo cerca. Y él erre que erre.
   —Que pena lo que pasó…   —No te rayes. Olvídalo.   —Es que cuando lo pienso… Me da una rabia.
Creo que lo que pasó reforzó nuestra amistad. Fue como una especie de prueba. Demostró que lo que nos une es mucho más fuerte que lo que nos separa. Nosotros nunca tuvimos ningún problema. Por eso no eran necesarias ni las disculpas, ni las excusas, ni nada de nada.
La culpa fue del puto figurante. Nadie había contado con él para nuestra película. Pero se coló en ella sin que nos diéramos cuenta. No estaba invitado. No se sabia el papel. Pero el muy cabrón improvisó y acabó interpretando al personaje principal. Y lo que era una comedia se convirtió en una película de terror. Se quedaron ellos solos en el escenario. El quipo huyó. Técnicos incluidos.
Pero aquí estamos de nuevo. Chupando plano otra vez. Juntos. De él nadie se acuerda y nosotros hemos recuperado el guión original. La comedia sigue exactamente donde la dejamos.
Han pasado ya quince años desde aquel primer día que fuimos en taxi juntos. Lo quiero. Lo quiero muchísimo. Y aquí se lo digo. Para que lo sepa. Para que se entere. Porque ayer mientras estaba en su casa me dijo que me había vuelto un poco fría. Que nuestro reencuentro le había parecido algo distante. Él esperaba un mega estrujón con pico incluido, y yo sólo le di un abrazo. Pequeñito. Rápido. Si lo pienso tiene razón. Nos vemos poco. Yo vivo en el extranjero y sólo vengo de vez en cuando. Un abrazo y un beso más efusivo hubiera estado mejor. Lo tendré en cuenta para la próxima vez.
La noche fue genial. Bebimos. Hablamos. Bailamos. Hasta que casi ya ni podíamos tenernos en pie y nos costaba vocalizar.A eso de las cuatro decidimos poner punto y final a nuestra juerga. Fernández me preparó el sofá cama y mientras me arropaba como si yo fuera una niña pequeña me decía:
   —Mañana cuando suene el despertador y te vea aquí durmiendo me cagaré en tus muertos. ¡Cabrona!
Por dentro sonreí. Por fuera no moví ni un músculo. No tenía fuerzas. Que bien sienta estar en casa.
Esta mañana al despertar su novio, El cachas, que es tan encantador que merece un post a parte, me ha hecho el desayuno. Un sándwich de jamón y queso, con amor. Que es el mejor ingrediente para que la comida salga bien. Espero que los dos estén en mi vida mucho tiempo.

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