Revista Cultura y Ocio

Fernando Arrabal: «No celebro la provocación»

Publicado el 04 diciembre 2010 por Smorenovalle
Se le ocurrió a Houdini, y lo dijo: «La manera más sencilla de atraer a una multitud es anunciar que, en un momento y un lugar determinados, alguien va a intentar algo que, en caso de fracasar, significaría una muerte súbita». El arte, como la magia, es una interrogación. Pero a Fernando Arrabal el discurso de los demás no le sirve: él es él. Uno solo. «No me gusta que me incluyan en un rebaño», corta, antes de ponerse a hablar de autores, tendencias y decadencias.
Desde que Fernando Arrabal llegó a Valencia, el martes pasado, ha sido un espectador de su obra cinematográfica y teatral cartografiada, en el homenaje que la Universitat de València le rinde hasta el viernes con el título 'Arrabal íntimo, Arrabal pánico'. «Me siento desbordado, porque no creo merecerlo. Se hace un estudio académico, profundo, de mi obra, y me desborda, porque yo no conozco bien mi obra. Tengo claro qué significa, pero no mi personalidad, el hecho de existir», reconoce, antes de dejarse envolver en un silencio de tanatorio.
Esa mitología privada de Arrabal, ahora expuesta al público, remite a dos momentos: la desaparición de su padre, y la muerte de su madre, hace diez años. Con el primer tropezón empezó el movimiento de su escritura; con el segundo, el motivo que ahora le descuenta los minutos del reloj: una obra que va sumando ya más de mil páginas; un libro total que tiene previsto rematar, aunque le angustia no tener tanto tiempo como para poder hacerlo.
Fernando Arrabal: «No celebro la provocación»
«Yo cojo el relevo del hombre al que sus compañeros encierran en el cuarto de banderas, el 17 de julio, un día antes de la guerra civil, y le dicen: ‘O te unes a nosotros o estaremos obligados a condenarte a muerte’. Al cabo de una hora, mi padre llama y dice: ‘Ya he pensado bastante’. Por eso, en esa circunstancia, en la que nada tiene que ver mi obra literaria, van a aparecer una serie de cosas que son únicas, siempre, y sistemáticamente, desde la carta a Franco, desde ser el escritor to-tal-men-te censurado por el antiguo régimen, lo cual va a ocasionar ciertas decepciones, porque hay escritores, hay poetas, hay lectores que cogen un libro mío con la esperanza, yo qué sé, de ver algo violentísimo, o erotísimo, y se encuentran con que es una obra como Celebrando la ceremonia de la confusión, que se puede poner en todas las manos».
Detrás del círculo de sus gafas, todo es calma. Hay dos piedritas que hacen de ojos que curiosean el entorno al que están conectados; Arrabal cuenta más con las manos de lo que habla (y habla mucho), como si las palabras fueran vidrio soplado o estuviera destrozando el terreno del aire a una mosca. Todo es calma para una obra que provoca inquietud y misterio; indignación o risa; un desecho como consecuencia de la vida.
«Atención», interrumpe «cuando se dice que mi obra provoca es como si yo lo celebrara. ¡No! La provocación es algo exterior a mí, y yo la he definido desde el primer momento. La provocación es un acto incontrolable, autodestructor, rotatorio y, finalmente, cretino. No podemos preverlo ni gozar de ello. Por lo menos, ese es mi caso. Es cierto que, a menudo, se han producido hechos en mi vida que han provocado, pero si se releen ahora, llamará la atención que hayan podido causar tanta provocación, como, por ejemplo, esa carta a Franco. Es increíble que eso haya movilizado a un millón de lectores. Ninguno de los creadores que he conocido, desde Dalí hasta Andy Warhol, ninguno, practicaba la provocación, porque es un hecho que deriva del escándalo, una palabra griega que significa ‘trampa en la que se cae’. ¿Se imagina a Samuel Beckett, a André Breton, a Salinger, poniendo trampas para que la gente caiga?»
-Ya, todo eso está muy bien, pero ¿por qué, en pleno siglo XXI, provoca más reacciones la referencia al sexo, hacerlo visible en una obra, que situaciones como el hambre o el color naranja de los presos torturados de Guantánamo?
-Es la gran aportación que hemos tenido con el Pánico. Al crearlo, salimos del grupo surrealista por esto, porque nos parecía que científicamente no era satisfactorio. Hemos creído que lo que funcionaba, lo que movilizaba al mundo, era el azar. Nos hubiera gustado hacer como Dalí, organizar un simposio. El acto capital de la vida de Dalí es que pagó, de su bolsillo y sin que nadie lo supiera, ni siquiera hoy, a un centenar de grandes científicos de la Tierra, para traerlos en aviones de primera clase y albergarlos en hoteles de cinco estrellas. Tan poca publicidad hizo que nadie se enteró, y ni siquiera le vieron los científicos, porque él se plantó detrás de una puerta y, cuando no era suficiente, instaló un circuito cerrado de televisión para poder ver qué estaba ocurriendo: estaba intentando dar respuesta a lo que acabábamos de crear en el grupo Pánico, es decir, las leyes del azar.
Cuando se piensa que nos interesa tanto la confusión, como sarampión, como explosión del azar, no es porque estemos a favor del azar ni de la confusión... queremos saber cómo funcionan». Sin remordimientos, esa es, precisamente la diferencia entre el trabajo casi de taller intelectual y la burla hacia el espectador. El filo que siega, como el hablar de crucigrama de Arrabal, esa visión del arte como mercancía y celebrities y esa otra como actividad sensible, caprichosa y atenta.
«No he conocido a ninguno de los creadores que tengan que ver con la premisa de la tomadura de pelo. Yo creo que quien dice esto es víctima de la tensión que vivió Franco, bueno él no se preocupó de lo que yo hacía, ni las personas como yo ni, seguramente, de quién era…lo que hizo, digamos, la inteligencia franquista, si es que había. Cuando vieron que escribía la carta a Franco, y es un ejemplo entre mil, y, en paralelo, en Londres se estaba programando El arquitecto y el emperador de Asiria, no podían decir que yo era un mal escritor. Entonces me atribuyeron cosas, como por ejemplo, que yo daba bocadillos llenos de mierda a los espectadores del National Theatre para escandalizar; dijeron que les estaba tomando el pelo a los espectadores. Lo que hicieron las autoridades franquistas fue el primer acto de intentar definir a Fernando Arrabal como un provocador, como una tomadura de pelo».
 Para EL MUNDO, 2 de diciembre de 2010

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LOS COMENTARIOS (1)

Por  Arturo
publicado el 27 marzo a las 21:40
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Estrenamos por primera vez en España una de las obras más contundentes del teatro pánico de Fernando Arrabal.

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