Fernando de Magallanes, navegante portugués del siglo XVI, primer comandante de la expedición española que completó el primer periplo transoceánico alrededor del mundo. Tras la hazaña de Vasco da Gama, quien rodeó África para llegar a las Indias, y del descubrimiento del mar del Sur por Balboa, Portugal y España se lanzan a principios de dicho siglo a una dura competencia por descubrir y conquistar nuevos itinerarios y puertos para el comercio con Oriente. Las expediciones lusitanas procuran imponer su poderío sobre las rutas de las especias, mientras España busca otro camino al índico a través del Nuevo Mundo. Es el momento fundacional de los imperios coloniales ultramarinos, que habrán de diseñar la economía y la cultura de Europa en los siglos siguientes.
Un descubridor
Hombre hosco, solitario, callado, de presencia vulgar y talante oscuro, Fernando de Magallanes (en portugués Fernáo de Magalháes) participó en quince años de vida aventurera en los diversos acontecimientos y escenarios de la audaz y violenta implantación del colonialismo, tanto al servicio de Portugal como de España. Pese a ello, es probable que hubiera sido un marino y soldado más de aquella gesta, entre otros cientos cuyos nombres no se recuerdan, si su propia obcecación no lo hubiera llevado a encontrar el único canal natural entre los dos océanos. Con este descubrimiento abrió paso —tras perder la ocasión y la vida en un combate torpe— a su piloto Juan Sebastián Elcano, que fue el primer navegante en la historia que dio una vuelta completa al globo terráqueo. Con tal derecho figura Fernado de Magallanes entre los grandes nautas descubridores como Colón, Da Gama, Cabral o Cabot, que hicieron suya la antigua consigna marinera: «Navigare necesse est; viviré non est necesse».
Descubrimiento de AmericaUn hidalgo portugués
Provenía Fernando de Magallanes de una familia noble en cuarto grado, lo cual le permitía usar escudo propio y disfrutar del título de fidalgo de cota de armas. Pese a esa buena cuna, poco es lo que se sabe de su niñez y adolescencia, salvo que recibió instrucción militar y náutica en la Escuela de Pajes Reales de Lisboa y perteneció durante un tiempo a la Criagao do Rey. Más tarde ingresó como funcionario en la Casa de Indias, desde donde tomó contacto, aunque burocrático, con el mundo de las exploraciones marítimas y las flotas a África y Oriente.
Primeras expediciones
A sus veinticuatro años Fernando de Magallanes tiene la primera oportunidad de hacerse a la mar, como sobresaliente u oficial de reserva en la impresionante expedición que comanda Francisco de Almeida, flamante virrey de las Indias Orientales que lleva consigo una formidable flota de veinte poderosos galeones y 1.500 hombres, que no oculta su capacidad guerrera ni su carácter de conquista. La expedición parte de Lisboa el 25 de marzo de 1505 y casi un año más tarde, tras algunas escaramuzas, sufre una gran derrota en Cannanore, frente a los zamorines de Calicut. Entre los doscientos heridos se cuenta el bisoño Fernando de Magallanes, que recibe así su bautismo de fuego.
Su segundo viaje al índico es a órdenes de López de Sequeira, en busca de las fabulosas «islas de las especias». Avistan el puerto de Malaca en septiembre de 1509, y el joven oficial salva la vida de su capitán, al advertirle de un complot de los trujamanes árabes. Se dice que Sequeira lo premió enviándolo a Lisboa con un galeón que transportaba una fortuna en especias, pero lo cierto es que en octubre de 1510 Fernando de Magallanes es citado entre los numerosos capitanes que convoca el nuevo virrey Alfonso de Albuquerque antes de emprender el sitio de Goa. Esta acción es el comienzo de la conquista de un vasto territorio que incluye la costa de Malabar y las islas de Ormuz, Malaca y Ceilán. En esas luchas el fidalgo hizo amistad con Francisco Serráo, un marino que deserta para instalarse en las islas de la Sonda, verdadero paraíso de riquezas naturales. Desde allí Serráo escribe con frecuencia a Magalháes, y en estas cartas sugiere ya retomar la idea de Colón, en tanto que es más fácil y corto el viaje hacia poniente que la trabajosa ruta africana.
El secreto del paso a las Indias
Licenciado, Fernando de Magallanes vuelve nuevamente a su país en 1512. En unos pocos años, la modesta Lisboa se ha convertido en una metrópoli imperial, donde una fastuosa corte rodea a Manuel I, no sin razón llamado el Afortunado. Pero el tosco e insociable fidalgo no está para esas pompas. Ni bien puede se alista en la expedición contra Marruecos, destinada a limpiar de piratas las rutas y costas del Mediterráneo. En la batalla de Azamor resulta herido de un lanzazo, que le hiere la rodilla al punto de dejarlo cojo de por vida. Debe volver una vez más a Portugal, donde pide y obtiene audiencia con el monarca. No consigue de éste otra cosa que la pensión que ya le correspondía como fidalgo y herido de guerra. En su forzada holganza conoce al licenciado Ruy Faleiro, cartógrafo y astrónomo que ha estudiado los mapas y portulanos que guarda el archivo de la corona desde los tiempos de Enrique el Navegante. Y allí está el secreto del paso a las Indias: lo indican claramente el mapa de Martín Behaim y la Newen Zeytung elaborada para los traficantes alemanes, que casi nadie recuerda o conoce. En 1515, el mapamundi de Johann Schoner viene a confirmar ese dato clave: existiría un paso entre la «Mar Océana» y el «Mar Dulce» de Solís, sobre los 40 grados de latitud sur. Pero Manuel I ya ha puesto claro que no encomendará al torvo fidalgo expedición alguna, e incluso le ha dejado en libertad para servir, si así lo desea, a algún otro monarca. Ése es al menos el argumento que utiliza Fernando de Magallanes ante Faleiro para llevar el proyecto de ambos ante la rival corte de España.
La gran expedición
Pasa el portugués la frontera y llega el 29 de octubre de 1517 a Sevilla, donde se presenta como Fernando de Magallanes. Su proyecto interesa a Juan de Aranda, director de la Casa de Contratación, quien lo acompaña personalmente ante el Consejo de la Corona en Valladolid. Expone allí los argumentos que preparara Faleiro, presenta a su propio esclavo malayo y muestra las convincentes cartas de Serráo. El 22 de marzo de 1518 el adolescente Carlos I firma, en nombre de su madre Juana la Loca, una solemne capitulación con Fernando de Magallanes. Por ella se les otorga a él y a Faleiro un vigésimo de todos los ingresos que provengan de los territorios a descubrir y el derecho a dos islas, si resultan descubiertas más de seis. También los títulos de gobernador o adelantado de las nuevas tierras, transmisibles a sus herederos. Por su parte, Aranda negocia en privado con el navegante un octavo de sus beneficios a cambio del apoyo prestado.
Viajes de exploraciónPreparativos y tripulación
Magallanes se muestra muy receloso y detallista en los preparativos de la expedición. La noticia ha llegado a Lisboa y Manuel I la toma como una desleal afrenta de su antiguo capitán y fidalgo, ahora dispuesto a arrebatarle las islas de las especias en favor del adversario español. El embajador portugués Alvaro de Costa intriga contra el navegante en la corte, mientras el cónsul Sebastiáo Álvarez sabotea su prestigio en Sevilla y consigue provocar un incidente en el puerto que casi da al traste con los planes de Fernando de Magallanes. Pero el rey le renueva su favor, aunque coloca a su lado un veedor real y varios capitanes de su confianza. El primero es Juan de Cartagena, primo del obispo de Burgos, que comandará el San Antonio, el mayor navio de la flota, con 120 toneladas. Los otros barcos son el Trinidad, al mando del propio adelantado; el Concepción, con Gaspar de Quesada; el Victoria, con Luis de Mendoza, y el pequeño Santiago, que manda el portugués Joáo Serráo, españolizado Juan Rodríguez Serrano.
Magallanes ha logrado «colar» una treintena de compatriotas en la tripulación, entre ellos su cuñado Duarte Barbosa y su primo Alvaro de Mesquita. El suspicaz navegante no se fía de los capitanes reales, y esta intuición se verá confirmada con creces poco después. Otro de los extranjeros es el joven italiano Antonio Pigafetta, que llevará una detallada y valiosa crónica de toda la travesía. En el último momento Ruy Faleiro renuncia a embarcar aduciendo un horóscopo de mal augurio, con gran alivio de su socio, que queda así solo al frente de la empresa.
Inicio de la expedición
La flota zarpa de Sevilla el 10 de agosto de 1519 y, tras tocar Canarias a fines de septiembre, mantiene rumbo al sur bordeando la costa africana hasta Sierra Leona. Este extraño derrotero inquieta a los capitanes, que saben muy bien que el Brasil cae al sudoeste. En una inusual reunión de mandos, Magallanes provoca astutamente a Juan de Cartagena y lo manda prender por indisciplina. Sin más explicaciones pone a Mesquita al frente del San Antonio y, tras este precavido cambio, ordena poner proas al poniente. Las naves, de diverso porte y agilidad, tienen dificultades para navegar en convoy. Magallanes idea un ingenioso código de luces, por el que se transmiten la posición y novedades de una cubierta a otra. El 13 de diciembre, tras cuatro meses de navegación, la flota se toma un descanso en la hermosa bahía de Río de Janeiro. Aunque pertenece a Portugal no hay asentamientos, y los tripulantes disfrutan de la naturaleza y la amistosa disposición de nativos y nativas. El viaje prosigue unos días más tarde y el 10 de enero de 1520 avistan un cerro que llaman «Montevidi». Éste se eleva frente a un gran brazo de mar, sobre el paralelo 35, y Magallanes cree llegado su gran descubrimiento. Pero la exploración es decepcionante: se trata de aguas dulces, que forman la desembocadura de un extenso delta fluvial (el actual Río de la Plata). Faleiro y sus cartógrafos han confundido el «Mar Dulce» de Solís con la boca de un canal interoceánico. Por primera vez, el navegante duda de su propia convicción. Quizá lleven razón quienes sostienen que la costa continental se une a los hielos polares y que no hay paso marítimo al Oriente.
Conflictos con la tripulación
Sin dejar traslucir su agobio ni consultar a sus capitanes, ordena continuar hacia el sur. Están a mediados de marzo, a las puertas del crudo invierno austral y escasos de provisiones. Cartagena conspira desde sus cadenas en el Concepción, trabajando el ánimo inflamable de Gaspar Quesada. El día 31 llegan a la bahía de San Julián, donde Fernando de Magallanes decide echar anclas y racionar las provisiones para pasar el invierno. El desacuerdo de los capitanes reales es evidente y una noche Quesada aborda el San Antonio, matando de propia mano al maestre Juan de Elorriaga, destituyendo del mando a Mesquita y dejando en su lugar al piloto Juan Sebastián Elcano. Pero pese a todo no desea protagonizar un motín y envía al comandante un «suplicatorio» rogándole discutir el destino de la flota. Magallanes reacciona con rapidez, contraatacando por el flanco: sus leales asaltan el Victoria, dando muerte al capitán Mendoza. Antes del alba dispone sus tres naves cerrando la boca de la bahía. Si los rebeldes quieren regresar a España, antes deberán librar un incierto combate contra su jefe, que tiene más barcos y mejor posición. Elcano vacila y Cartagena y Quesada deciden rendirse. El comandante manda ejecutar inmediatamente a Quesada por el asesinato de Elorriaga y de momento el veedor real vuelve a sus cadenas. Las semanas transcurren lentamente, mientras obtienen algo de alimentos pescando o en trueques con unos indios gigantescos, a los que llaman «patagones» por sus grandes pies. Serrano es enviado a una exploración, y un vendaval destroza el Santiago. El 14 de agosto Magallanes resuelve levar anclas, abandonando en la orilla a Juan de Cartagena y uno de sus cómplices. A pesar de que se les pertrecha de víveres, nunca más se volvió a saber de ellos.
Descubrimiento de la nueva ruta al Océano Pacifico
Luchando contra el frío y los temporales, la reducida flota llega a la desembocadura del río Santa Cruz y el 21 de octubre avista el cabo de las Vírgenes. Tras él hay una bahía cuyas aguas se internan en un estrecho canal. Temiendo otro fiasco, el comandante envía dos naves en una exploración de cinco días que trae la esperada noticia: es un brazo de mar, sinuoso y accidentado pero de agua salada, que por la fecha bautizan «de Todos los Santos». Durante un mes avanzan lentamente, soportando violentas tormentas, hasta que el 27 de noviembre salen finalmente a mar abierto. Es aquél un día de calma y por eso llaman «Pacífico» al proceloso océano. Según narra Pigafetta, «II Capitano Generale lacrimó per allegrezza».
El gran objetivo se ha alcanzado, pero al límite de la resistencia de hombres y bagajes. Fernando de Magallanes, ignorante de la inmensidad del Pacífico, se propone continuar hacia las ricas islas que ha prometido al rey (y cuyas riquezas ha de compartir). El piloto Esteban Gómez subleva a la tripulación del San Antonio y emprende el regreso a la península. Las tres naves restantes se lanzan a la travesía, sin provisiones y con rumbo incierto. Se hacinan en ellas dos centenares de hombres, desfallecientes de hambre y llagados por el escorbuto. Un total de diecinueve mueren a lo largo de cuatro interminables meses, hasta que el 6 de marzo de 1521 tocan tierra en la isla Ladrones. El día 17 llegan a la isla Mazawa, ya en Filipinas. El rey Humabón, de Zubú (o Cebú) los recibe muy amistosamente y promete someterse a la corona española. Pero tiene problemas con el reyezuelo isleño Silapulapu, que resiste su autoridad. Fernando de Magallanes decide mostrarle el valor de sus nuevos protectores y con sólo sesenta hombres se enfrenta a más de un millar de indígenas en la playa de Mactán. En tan absurda acción muere acribillado a lanzazos el 26 de abril de 1521.