
El libro me daba vida y me reconciliaba con mi patria y con la esperanza. Al tercer día de lectura, ya había recuperado la esperanza y estaba seguro de que destruir España es más difícil de lo que parece porque Fernando II de Aragón y V de Castilla la unió hace cinco siglos con maestría inigualable y con soldaduras de acero puro.
El rey que nos unió, el padre de la nación, no fue un hombre perfecto, pero ha sido el mejor rey de nuestra historia, a pesar de sus defectos. Todos sus sucesores, hasta hoy, no le llagaron, en inteligencia política y grandeza, ni a las rodillas. Es justo afirmar, como hizo Felipe II, que "A este lo debemos todo". Es bastante probable que Don Fernando no esté descansando en paz porque, al contemplar a España en manos de bandoleros, saqueadores y rufianes sin amor a la patria, debe estar hirviendo de furia en su tumba.
La España presente, angustiada y víctima de sus mediocres, vulgares y dañinos políticos, debería celebrar con devoción y cariño el 500 aniversario de la muerte de Fernando el Catolico, el gran fundador de esta nación que asombró al mundo y llego a ser la primera potencia mundial durante dos siglos.
En el libro se descubre que la misma clase de miserables que hoy amenazan a España ya la acosaban y asediaban hace cinco siglos, con el botarate de Felipe el Hermoso al frente, pero enseña también que los enemigos de España, los pobres diablos y los dañinos mediocres nada pueden contra la firmeza y la decisión. El rey Fernando supo hacerles frente y preservar aquel bien preciado de la unidad y la grandeza de España.
La lectura de la crónica de su reinado que ha escrito Martínez Lainez, publicada por EDAF, ayuda a recuperar la esperanza, a despreciar a los miserables que están debilitando y despedazando nuestra nación y a conmemorar con dignidad y provecho el quinto centenario de aquel rey grande que murió en Madrigalejo (Cáceres) sin dinero suficiente para pagar su entierro.