Supongamos que la vida es como el cine, y que hay dos formas de hacer las cosas. Por las buenas o por las malas. Pues bien, El Efecto K. El montador de Stalin no ha sido hecha por ninguna de estas dos formas, está entre dos aguas, sin arrimarse a ninguna de las orillas por miedo a parecer demasiado pretenciosa o demasiado extraña. Tal vez ese sea el mayor fallo de la película,; el plantear demasiadas dudas en el espectador sobre si todo lo que estamos viendo es verdad, o por el contrario, es mera falacia.
Lo cual, es una auténtica pena, puesto que la película plantea más sombras (históricas) que luces; y es que los mayores problemas de El Efecto K. El montador de Stalin son su prólogo cercano al videoarte y a la creación icónica de elementos orínicos, llenos de metáforas, y su planteamiento erróneo a la hora de pretender realizar un falso documental que actúa como una película de ficción.
Es por eso, que los asistentes ayer al pase de prensa que tuvo lugar en la sala 3 del Cine Albéniz de Málaga, hayamos tenido la suerte de haber asistido a un hecho histórico en el mundo del cine. Al poder disfrutar de las explicaciones de su director, Valentí Figueres, que hábilmente ha respondido a las preguntas que los espectadores le hacían, aunque sólo los más valientes e intelectuales del lugar hayan comprendido y amado los 124 minutos de duración.
Tampoco hay que pasar por alto el gran uso de los colores y la magnífica fotografía que tienen lugar en esta extraña película, que se verían mucho más afianzados si la mayor parte del metraje se encontrase enfocado, y no haber caído la técnica, también, a manos del arte.