Todos están muertos propone un acercamiento cercano a lo fantástico sobre una chica que vivió los años de la movida madrileña e intenta sobrevivir en los 90 a un hijo y un drama que nos irá siendo desvelado.
Elena Anaya encarna con solvencia a este personaje que se tiene que enfrentar a su pasado y superarlo, de cara a afrontar un futuro incierto pero esperanzador. Anaya soporta el peso de la cinta debut de Beatriz Sanchís que aporta ideas interesantes pero sin acabar de cuajar del todo. Ni aprovecha su juego con el interesante pasado en los ochenta, ni con su presente en los 90.
Pensar en todo lo que podría haber sido Todos están muertos como juego de confrontación entre el pasado y el presente con ese trasfondo musical sólo hace ver las carencias de una película que parece no querer ser más de lo que es.
El tono entre drama, comedia y fantasía es el adecuado pero en pocos momentos arranca más allá de su curioso planteamiento. Todos están muertos se ve con agrado pero sin dejar huella en ninguno de sus frentes, convirtiéndose en otra más de las películas de bajo perfil presentadas en el Festival de Málaga.