Los festivales cinematográficos tienden a suscitar un escepticismo creciente en el público de a pie. Ya se trate de Cannes, Venecia o San Sebastián, con frecuencia los premios -y la publicidad que éstos proporcionan- recaen en filmes que promueven la infidelidad, la homosexualidad y lo "políticamente correcto" (Habría que saber quién define los "dogmas" acerca de lo que es correcto y lo que no lo es).
Por otra parte, a menudo son filmes que dejan en el espectador un poso de amargura, de cierto desencanto ante la vida. Si a eso añadimos una pizca de "denuncia" (de lo que sea), un toque burlesco o satírico contra la Iglesia (y los curas, sobre todo) y un plantel de actores con glamour, podemos entrar con facilidad en las quinielas de los filmes aspirantes a los grandes premios. A parte de contradecir su original sentido ("el cine es una fábrica de sueños", decían en Hollywood durante los años 20 y 30) y de la ofensa gratuita que parece obligado hacer para manifestar "independencia" y "originalidad", el negocio de los premios cinematográficos se hace cada vez más aburrido.
Precisamente por eso, en los últimos años han surgido diversos festivales que tratan de potenciar películas con valores educativos, morales, cristianos y familiares. Una experiencia muy aplaudida por el público y la crítica fue el Fiuggi Family Festival, que tuvo un enorme éxito en su primera edición de 2009, y que tiene ya abierta la web correspondiente a la 2ª edición 2010: dura una semana (24-31 de julio) y tiene muchas actividades complementarias para los niños y adolescentes -el festival es auténticamente familiar- además de abrir las puertas a jóvenes realizadores con historias frescas y enriquecedoras.
En esta misma línea, comentamos anteayer en este blog la iniciativa de CinemaNet y su Young Values Film Festival, celebrado en Barcelona el pasado 12 de junio, que premiaba los cortos y los guiones de jóvenes cineastas que quieren hacer un cine en favor de los valores, que enriquezca y entusiasme en vez de empobrecer y dealentar, y que llene las pantallas con historias verdaderamente humanas y positivas.
Por su parte, Elizabeth Lev, profesora de Arte y Arquitectura en el campus italiano de la Universidad Duquesne y en el programa de Estudios Católicos de la Universidad de Santo Tomás, escribe en Zenith de una nueva iniciativa en Italia. Se puede contactar con ella a través de la dirección de correo electrónico [email protected]. He aquí su propuesta.
¿Qué ha sido, nos preguntamos, de los días en los que filmes como Beckett y Un hombre para la eternidad o incluso Sonrisas y Lágrimas acaparaban todos los premios de los festivales?
Una realizadora católica, Liana Marabini, ha decidido desafiar a estos festivales con uno propio, y la semana pasada tuvo lugar en el Auditorio de Vía de la Conciliación el primer festival de filmes católicos de Roma. Con el patrocinio del Consejo Pontificio de la Cultura, esta reseña que ha durado una semana presentó filmes, documentales y obras televisivas que ilustran “valores morales universales y modelos positivos”.
El festival, titulado Mirabile Dictu (in latín “maravilloso de decir”), seleccionó filmes de todo el mundo. Un jurado compuesto por actores, escenógrafos, productores y un teólogo concedió los seis premios para el mejor filme, mejor documental, actor de cortometraje y dirección. El premio a la carrera fue a Giancarlo Giannini, que trabajó con Luchino Visconti, Ranier Werner Fassbinder, Lina Wertmüller y Tony y Ridley Scott, y ha sido visto recientemente junto a Daniel Craig en la nueva aventura de James Bond.
Los ganadores fueron dados a conocer el 10 de junio en un evento de gala que tuvo lugar en la terraza panorámica de los Museos Capitolinos. El premio al mejor filme fue a Enhancer (Désobéir), una película francesa de 2009 dirigida por Joel Santoni, que cuenta la historia de Aristides de Sousa Mendes, que salvó la vida de los judíos durante la II Guerra Mundial emitiendo visados para Portugal. Actuando de este modo, Mendes desafió al propio Gobierno, muriendo luego en desgracia y pobreza. La estrella del filme, Bernard le Coq, ganó el premio al mejor actor.
El premio a la mejor dirección fue al irlandés Paul Brady por su Janey Mary, de 2007, que cuenta la historia de una niña de cinco años en las calles de Dublín de los años cuarenta del siglo XX. El racionamiento del período de guerra hace morir de hambre a la población, y la ciudad está oprimida por la depresión. La amistad entre la niña y un sacerdote agustino es el tipo de historia edificante que se quiere oír desde Irlanda justo en este momento.
Un filme sorprendente no ha ganado premios pero ha arrojado un vislumbre de esperanza para el cine estadounidense: The Confessor, conocido también como The Good Shepherd, de Lewin Webb y con Christian Slater. Slater interpreta al padre Daniel Clemens, un astuto relaciones públicas de su archidiócesis. Cuando visita a un sacerdote en la cárcel por haber rechazado infringir el secreto de confesión, su estilo de vida materialista es desafiado y se da cuenta de lo que significa de verdad servir a la Iglesia.
Mirabile Dictu no es el primero de su categoría. El más antiguo Festival Internacional Cinematográfico y Multimedios Católico se celebra cada año en Niepokalanow, Polonia, y este año celebró el 25 aniversario. En 2009, debutó en Miami con gran éxito el JP2 International Film Festival. En Roma, entre el festival de Cannes y el de Venecia, Mirabile Dictu está dispuesto a convertirse en el caput mundi del cine católico.