Revista Opinión

Ficción o realidad

Publicado el 13 noviembre 2017 por Jcromero

Uno de los recursos para esquivar esta actualidad que nos hostiga y narcotiza con sobredosis de fanatismos y demagogias, consiste en abrir un libro y leer. Para este menester y en tiempos de sinsentidos múltiples, preferible una novela a un ensayo o un libro de historia. Con esta intención, para desconectar o como analgésico contra las ofensas de una actualidad envilecida, leí "El beato".
Como en otras novelas, hay personajes que parecen reales pero son imaginarios, una ruptura constante del tiempo y un coqueteo permanente entre realidad o ficción. Advierte el autor que "si los lectores ven ciertas similitudes y coincidencias con hechos o personajes de la vida real es porque las hay. Pero ni cronológicamente están bien distribuidas, ni sucedieron así y, ni mucho menos, el beato cuyo espíritu vaga por el aire interior de la iglesia [...] es el que es; sino que es otro que se le parece mucho, sí, pero que no es el mismo".

Describiendo las 33 láminas que fray Tadeo de la Aguadilla pintara sobre el beato Sebastián de Aparicio, Alfredo Conde nos ofrece otros tantos capítulos sobre las peripecias de Fray Julián de Chaguazoso usando el alma de este y cuatro siglos de perspectiva como recursos literarios y para enmendar la plana a su hagiógrafo con socarronería y humor de buen gallego. En cada capítulo describe una lámina para desbrozar lo que hay de cierto o figurado, lo que es producto del afán de su autor y aquello que no queda reflejado por ignorancia o para no emborronar la ejemplaridad de todo personaje digno de aparecer en el santoral.

Se trata de un relato que se recrea en los límites de la realidad y de la ficción. El alma narrativa mira, observa, detalla minuciosamente cada lámina y contrasta lo que sabe o recuerda de su propia existencia. También corrige, añade o matiza a quien tuvo la osadía de confeccionar una serie de estampas para representar sus avatares biográficos, sus principales hechos y prodigios, en ocasiones tergiversados por la licencia del artista y el afán de presentarlo como el santo que no fue: "Las imágenes inducen al error de quien las observa pues puede llegar a creer que soy un santo varón, puro y casto, honesto y medio amariconado. Nada que ver con la realidad". Así pues, por un lado están las láminas y por otro aquello que las láminas no muestran, acaso porque la ficción es un buen recurso para acercarse o desvelar la realidad. "No hay nada sobresaliente en el dibujo. Quizá lo único a resaltar es la tendencia observada, hasta ahora, de resaltar mis méritos y ocultar la realidad. Siempre la mitad de la historia, nunca la historia completa".

Las adversidades de la vida, el temor y la huida constante de encuentros sexuales por inseguridad o vergüenza de un sexo que "era poco más un muñón renegrido y lleno de costurones", los trabajos como agricultor, la enseñanza del uso de la rueda, la construcción de carretas y carreteras, la vida como hacendado, la amistad con Asier que tallaba imágenes que nadie adoraría y el amor de Axayacatl o Lubiana. También las relaciones con indígenas y conquistadores. Entre lo que se expone y omite, la trastienda; el hombre matrioska; "como una muñeca rusa que dentro de ella esconde otras y otras, y otra más, llenas todas ellas de historias que se ocultan y protegen unas a otras".

En otras novelas puede ser al contrario, pero en esta la ficción se inspira en la realidad. Alfredo Conde mezcla las dos con acierto y nos invita a leer sin prejuicios, a luchar contra ellos.


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