Revista Cómics
En cierta ocasión, la primera vez que el Profe trató de buscar y reunir a diferentes metahumanos repartidos por el mundo, se vio obligado -por distintos motivos- a rechazar a varios de ellos. Tal fue el caso, por ejemplo, de Esteban Rogelio, legionario español destinado en Almería. Al parecer, el tipo había decidido alistarse en la Legión después de ver una docena de veces seguidas la saga completa de Rambo (y además en versión extendida y con extras).
Una vez en el cuartel, Esteban Rogelio descubrió horrorizado que no superaba las pruebas físicas de acceso a causa de su exagerado sobrepeso. Su última oportunidad para alistarse era aceptar el que sería (según palabras de sus superiores) un puesto de máxima responsabilidad no apto para cualquiera. Creyendo que debían referirse a algún tipo de misión secreta de alto riesgo, y en un arranque de patriotismo sin parangón, el aspirante a recluta aceptó sin pensárselo dos veces.
Así fue como le encomendaron hacerse cargo de la vieja cantina del cuartel, en esencia, un pequeño y mugriento barcito que básicamente despachaba pipas, helados y refrescos.
Una día que el grueso de la tropa había salido de maniobras a Berja y apenas quedaban cuatro gatos en el cuartel, Esteban Rogelio (que estaba más aburrido que un mono en un bonsai) decidió que era un momento inmejorable para limpiar la nevera de los helados. Tanto trató de inclinarse el hombre para hacerlo, que desgraciadamente (quizá a causa del citado sobrepeso), cayó en su interior cerrándosele la puerta corrediza de manera fortuita. Dado que esta puerta sólo podía abrirse desde afuera, ya no pudo salir.
Un par de días después, y para complicar aún más las cosas, ante el desconocimiento de su paradero fue tomado por desertor y se emitió una orden de búsqueda y captura en su nombre.
Esteban Rogelio fue rescatado a los seis meses gracias a la mascota del cuartel (la célebre cabra de la Legión), que se aproximó a la clausurada cantina atraída por un ruido extraño, lo que alertó a su cuidador. Al final, aquel ruido misterioso no resultó ser otra cosa más que el frenético castañeo de dientes del atribulado cantinero. Se rumorea que salió diciendo: "no siento las piernas, Dios mío, esto es un infierno".
Aunque se le retiró la acusación de desertor y fue ascendido a cabo chusquero por "su supervivencia heróica en acto de servicio", nuestro hombre ya jamás volvería a ser el mismo. El tiempo de semi-hibernación en el hielo (durante el que se dice que habría sobrevivido a base de Mikolápices), unido a su fanatismo radical por el cine de Rambo, lo llevaron a perder definitivamente la cordura.
No tardó en ser licenciado (muy a su pesar) de las Fuerzas Armadas, aunque le quedó una pequeña paga por inutilidad, algo que a él le avergüenza enormemente.
Poco tiempo después fue visto un día sí y otro también en un descampado que había en las inmediaciones del cuartel, vestido con unas extravagantes mallas de colores y arrojando a diestro y siniestro lo que parecía ser un gran frisbee de plexiglás que él mismo había pintado a mano (a fin de tapar su publicidad de Cola-Loca). Se dice que en pocas semanas llegó a alcanzar bastante destreza con el dichoso disco volador.
Había nacido... ¡el Cabo Almería!.
Cuando a los pocos meses el Profe supo de su existencia y viajó a España para entrevistarse con él, le bastaron diez segundos para darse cuenta de que al tipo "le llovía en la azotea". Obviamente lo rechazó de inmediato.
Desde entonces, el Cabo Almería odia a muerte al Profe, contra el que ha jurado vengarse por su desplante. Se rumorea que en la actualidad ha dejado España y reside en la ciudad de Gonorrea, capital de Venérea, donde se habría pasado al lado oscuro...