Reseña de Elogio del Cientificismo, compilado por Gabriel Andrade
Como cualquiera metido al mundillo escéptico lo sabe, las etiquetas que la gente usa para describir a otros usualmente sirven para confundir más que para precisar el pensamiento o la postura individual. Dependiendo de la persona que lo usa, adjetivos como "escéptico", "racionalista", "ateo", "hereje", "socialista" o "evolucionista", pueden significar actitudes negativas y rechazadas por el común de la sociedad, como ser cuadrado, de mente cerrada, o contrario a todos. Pocas veces se entenderá que una persona con tales etiquetas tal vez quiere decir que se trata de alguien que se guía por la razón, la ciencia o el pensamiento crítico. Así es como también pasó con otras palabras, que hoy ya no son tan mal vistas, como "homosexual" o "lesbiana", que en otro tiempo (y hoy en día, entre grupos minoritarios de fundamentalistas religiosos... por lo menos "de este lado del charco") eran sinónimos de pervertido, inmoral, o persona condenada a morir por su naturaleza pecaminosa y despreciable.Sin embargo, muchos de estos adjetivos evolucionaron (culturalmente hablando) para volverse descripciones más o menos claras de la identidad de ciertos grupos, siendo adoptados por éstos. Aunque aún existen personas que no tienen ni idea qué es ser escéptico, ateo u homosexual, es fácil observar que los colectivos que se identifican con tales palabras hoy las portan con orgullo, divulgado definiciones precisas que demuestra que, lo que a ellos los identifica en ciertas circunstancias, está lejos de ser algo malo, incorrecto o falso. Existe abundante bibliografía sobre el estudio detrás de estas palabras, sus distintos significados, la construcción de la identidad individual y colectiva, así como los logros en materia social y educativa de los colectivos que se identifican con éstas.
Pero existe una etiqueta que es mal vista incluso por grupos que usualmente batallan por definirse de forma clara ante el público. Es depreciada, usada como peyorativo, y descartada por muchos que se autodenominan escépticos, epistemólogos y humanistas: el cientificismo. Aunque existen defensas del cientificismo dispersas por un lado y por otro, lo cierto es que en español no había una obra que reconociera y se dedicara exclusivamente al concepto como uno digno de estudio y promoción. No había, hasta que la Editorial Laetoli lanzó, hace ya unos años, Elogio del cientificismo (2017), una compilación editada por el filósofo Gabriel Andrade que gira entorno a la reflexión del epistemólogo Mario Bunge sobre el cientificismo, lo que significa ser cientificista y el por qué sentirse orgulloso de serlo.
¿Qué es el cientificismo, entonces?
El cientificismo ha sido muchas cosas en la historia, menos un concepto claro. Algunos lo han usado en contextos de tipo religioso, otros desde una perspectiva filosófica del conocimiento y/o del mundo, y unos más desde el ataque simplón a la ciencia que no les gusta. Es más conocida esta última manera de entenderlo, donde no solo es esgrimido así por parte de teólogos y charlatanes, sino también por divulgadores científicos y filósofos de la ciencia. El cientificismo se mira como un vicio de la modernidad, la fe en el progreso, la tecnocracia, el positivismo y el reduccionismo de todo a la física. Hay quienes incluso han llegado hablar del cientificismo como una ideología nociva que favorece el capitalismo, e incluso que se trata de un impulsor de sectas de autoayuda, como la del reciente caso de NXIVM.
Para Mario Bunge estaba claro que había una confusión en todo esto. De hecho, muchos que han sido acusados de cientificistas en la historia de las ideas (como Comte o Marx) no encajan con una definición precisa del término y, lo que es peor, las actitudes de sus "discípulos" son claramente contrarias a cualquier intento de enaltecer la ciencia o de volverla la base de alguna ideología. Clarificar qué es esa cosa llamada cientificismo termina siendo el objetivo de una primera parte identificable de este libro de Laetoli. Este será el trabajo de los primeros cuatro capítulos, escritos respectivamente por el ya mencionado Mario Bunge, el historiador Peter Schlötter, el sociólogo Dominique Raynaud y el astrofísico Gustavo Esteban Romero.
Al analizar las ideas de estos cuatro autores, queda en evidencia dos cosas: que es posible ser cientificista teniendo una postura racionalmente defendible; y que no es una tarea fácil tanto definir el cientificismo, como ubicar sus orígenes en la historia. La definición de cientificismo adoptada por Bunge es bien conocida por sus lectores: la tesis de que la mejor manera de encarar los problemas del conocimiento es adoptar el enfoque científico, también llamado "espíritu de la ciencia" y "actitud científica". Conviene prestar atención a los detalles de dicha definición. Primero, el cientificismo se trata de una tesis o postulado; segundo, que aquellos que adoptan esta tesis están convencidos que el enfoque científico es el mejor para encarar problemas del conocimiento, pero no el único, ni tampoco tiene por qué ser exclusivo a la hora de enfrentarnos a un problema del conocimiento (no hay nada que evite que el enfoque científico pueda complementarse con otros en algún caso particular); por último, que es la aceptación de darle preferencia a un enfoque particular, el enfoque científico, ante una colección de problemas de clasificación particular, problemas del conocimiento.
Bunge nos cuenta que esta es, de hecho, una actitud normal de los científicos, aun cuando no conozcan la palabra, lo que es verdad. Si le preguntamos a un astrofísico, ¿considerará que sus métodos son igualmente buenos que los del astrónomo aficionado o que los del astrólogo de la revista de chismes? Si se le pregunta a un biólogo, ¿podrá acaso decirnos que sus herramientas de investigación son tan buenas como las que utilizan los creacionistas para "deducir" sus conclusiones antidarwinianas? Y si mejor vamos con un investigador biomédico, ¿esperaríamos que nos dijera que su campo es tan válido como la homeopatía, la acupuntura o la limpia chamánica? Obviamente, estas preguntas resultan en completos absurdos, pero solo porque los científicos de estas áreas estarán en completo acuerdo que sus métodos son los mejores para producir conocimientos en sus respectivos campos.
Detalles en las definiciones de cientificismo
Para Bunge, solo pueden dividirse en tres grupos quienes han escrito algo sobre ciencia (y cientificismo): los cientificistas propiamente dicho, como lo son la mayoría de los científicos actuales y como lo fueron Nicolas de Condorcet, Jean Piaget y Robert K. Merton; los anticientificistas, como lo fueron Hegel, Nietzsche, Heidegger, y sus herederos posmodernos; y los hemicientificistas (aquellos que presentaban elogios a la ciencia, a la vez que contradecían buena parte de sus principios), como Immanuel Kant, Auguste Comte y Karl Marx. Todo parece ser simple, hasta aquí, pues ya tenemos una definición defendible y clara, a la vez que una división alrededor de las reflexiones que ponen a la ciencia como una parte, como la mejor o como la peor herramienta a elegir a la hora de abordar problemas gnoseológicos o de conocimiento. Pero dicen que el diablo siempre está en los detalles.
Mientras iba pasando de capítulo, comencé a notar que estos autores, aunque comparten la mayoría de sus opiniones y adoptan una forma razonable de cientificismo, no lo definen de la misma forma. Como ya vimos, para Bunge el cientificismo es una tesis simple, más que nada, de tipo metodológica. Se refiere a una actitud de abordar problemas de conocimiento. Schlötter, luego de un fascinante y erudito recorrido histórico por los distintos usos de esta palabra (desde el peyorativo y hombre de paja hasta quienes defendieron el término como una concepción válida), se conforma con ofrecer algunas conclusiones impersonales, como el que la mayoría de los que atacan a otros con el adjetivo cientificista, atacan en realidad a individuos más que a grupos que nunca han tenido la influencia que se dice tienen en el poder. Nos comenta que "el término cientificismo está hoy en todas las bocas y en todos los medios de comunicación, pero su estudio concreto constituye una empresa difícil"; para terminar haciendo compartiendo una cita de Karl Krauss que reza "cuanto más se mira una palabra de cerca, más os mira de lejos." El escrito de Schlötter termina siendo sumamente esclarecedor, pero no adopta ni defiende (explícitamente) alguna definición de cientificismo.
Raynaud, por su parte, luego de corregir y ampliar la exposición de Schlötter, nos termina diciendo que:
"Como todas las palabras con el sufijo "-ismo", el cientificismo es una doctrina. La filosofía debe clarificar su significado y validez."
Aquí ya nos encontramos con una diferencia notable con la definición ofrecida por Bunge, aunque no necesariamente contradictoria. Primero, el cientificismo ya no es solo un postulado o una tesis, sino que es una doctrina la cual, como defenderá Raynaud, hay al menos cuatro diferentes formas de definirla y solo una que termina siendo aceptable, la que llama "cientificismo metodológico", a saber, aquella que da por válida "la tesis según la cual el mejor modo de conocer el mundo real es conocerlo empleando métodos científicos." Esta doctrina puede compararse con doctrinas anticientificistas, así como con las otras doctrinas cientificistas descartadas en el análisis de Raynaud. La tesis metodológica queda ahora como la base para la doctrina, no como la definición misma del cientificismo, mientras que Bunge siempre consideró que el cientificismo no era una doctrina (como sí lo son el tomismo, el kantismo o el marxismo), pues éstas no solo basan su edificio teórico en una tesis sencilla, sino que conectan una serie de propuestas de distinta naturaleza, desde tesis metafísicas u ontológicas hasta postulados éticos, políticos e históricos. Dicho de forma simple: asegurar que el cientificismo es una doctrina, es solo complicarnos un poco más, ya que este concepto está igualmente cargado de definiciones y teoría.
Una última forma de entender el cientificismo llega en el bello ensayo de Gustavo Romero, "Confesiones de un maldito cientificista". Este astrofísico argentino hace uso de las herramientas de la filosofía exacta (utilizadas antes por Bunge para definir la ciencia, la tecnología y sus falsificaciones), proponiendo una caracterización rigurosa a modo de una colección cuyos componentes son:
<C, S, D, G, F, E, P, A, V, O, M>
En donde C es una comunidad humana que sostiene opiniones basadas en el conocimiento científico disponible, así como están dispuestos a cambiar y revisar opiniones conforme el conocimiento se actualiza; S es la sociedad que alberga o al menos tolera la actividad de C; D es el dominio del discurso de C, que incluye el mundo natural y la propia sociedad, con todos sus subsistemas y componentes; G es la visión del mundo que surge de la ciencia disponible en S (es decir, ¿el cientificismo termina estando autocontenido?); F es el conjunto de lenguajes formales a disposición de C para construir teorías, modelos y realizar planificación compatible con G; E es la totalidad de las ciencias, con la cual toda acción de C para alcanzar O debe ser compatible; P es la colección de problemas políticos, sociales, económicos y culturales que enfrenta C; A es la colección de planes de acción desarrollados por C a la luz de E para solucionar P; V es un sistema de valores global coherente con los objetivos de la sociedad y con el conocimiento obtenido en E; los objetivos O, son aquellos adoptados por C, compatibles con E, es decir, se trata de objetivos realistas y alcanzables por medios tecnológicos; y, por último, M son los recursosa disposición de C para lograr P y alcanzar O.
Poco antes de esta tupla, Romero hace una diferenciación importante: primero, establece que el cientificismo no es una ideología. Incluso Bunge llegó a sostener que es (al menos, teóricamente) posible la existencia de una ideología científica o compatible con la ciencia. Romero expone que esto es una contradictio in adjecto, dado que las ideologías son sistemas de creencias. En cambio, lo que sí es posible es una cosmovisión científica (un sistema de opiniones basadas en la ciencia sobre el mundo) y un sistema de valoración compatible con el conocimiento científico. Y tal visión científica del mundo tiene nombre, según Romero, el cientificismo.
Aquí nos encontramos entonces con que el cientificismo es algo más que una tesis metodológica o que una doctrina. Es una forma de ver (y por tanto, de interpretar) el mundo, con nosotros y nuestra civilización incluidos en él. Estas pequeñas variaciones en la definición de los distintos autores está lejos de sugerir que el cientificismo es imposible de definir de modo preciso, ni que se trata de un concepto condenado a ser contradictorio. En algunos casos, parece que un autor ha deducido las características generales del cientificismo, dándose cuenta de su amplio alcance en base en lo que ya había estipulado otro (como con Romero y Bunge, respectivamente), haciendo ambas propuestas no solo compatibles, sino además complementarias. En otros (como Raynaud y Bunge) parece que los autores llegaron a conclusiones similares (con sus matices) a partir de un estudio independiente del término, abonando así lo diferentes modos de entender una palabra polisémica como la de cientificismo.
De cualquier modo, ninguno de estos artículos puede reducirse a estas pequeñas diferencias, cuando el grueso de ideas y propuestas se encuentran consistentes. Todos expresan los mismos detalles ya expuestos en la definición de Bunge, concordando en que "cientificismo" ha sido un peyorativo intencionalmente usado para confundir; "cientificismo" puede ser un concepto que haga referencia a una actitud o una forma de ver el mundo coherente con la ciencia, y por tanto, científicamente defendible; ninguno defiende ese popular hombre de paja que dice que el cientificismo descarta los demás campos de conocimiento. Todo lo contrario, se hace explícito el análisis filosófico como análisis conceptual de lo que defiende una postura cientificista, así como se hace una continua contrastación con otras posturas, tesis y doctrinas.
Seguramente, para aquellos que no están tan acostumbrados a leer obras filosóficas, lo que hasta aquí se ha reseñado les parecerá un debate abstracto de conceptos que no aterrizan en la realidad. Lo que podríamos identificar como la segunda parte de este libro nos demuestra que esto solo es aparente. La actitud cientificista tiene una aplicación común en la ciencia, la tecnología, y debería tenerlo también en la educación científica, el estudio y la acción política, y en la importancia de explicar qué es la ciencia. Es así que los ensayos de Eustoquio Molina, Telmo Pievani, Víctor-Javier Sanz y Carlos Elías, se diferencian de los primeros capítulos del libro. Son sencillamente exquisitas las defensas cientificistas de la paleontología, por parte de Molina, y de la biomedicina por parte de Sanz; y dignas de profundizar las críticas a la psicología evolucionista por Pievani, o cómo los medios masivos (de la literatura al cine, del cine a la tv, y de ésta a internet) han jugado un papel en la imagen popular del científico como alguien antisocial o incluso loco, mientras se engrandece al pensamiento mágico como heroico, tal como lo expone Elías.
La última parte del libro, mostrada por Andrés Carmona es lo bastante relevante como para hacer reflexiones a parte en una entrada futura. Por el momento basta con señalar que Carmona lleva el cientificismo a las fronteras que seguramente los anticientificistas más odian: la política. Miguel Ángel Quintanilla, por su parte, ofrece un cierre muy breve a la obra, pero asombrosamente sustancioso sobre qué es la ciencia y el papel que los filósofos científicos deben jugar en su defensa, cuyo llamado en favor del cientificismo debe interpretarse como un ejercicio responsable de la reflexión crítica (con todo lo que esto implica).
Podríamos seguir hablando de todas las controversias tratadas en estas últimas partes del libro, pero realmente creo que con repasar la definición de cientificismo tenemos de sobra por el momento. Y para quien no tenga suficiente con esto, queda totalmente invitado a leer Elogio del cientificismo, un libro como pocos en la defensa de la visión científica del mundo.