¡FIN DE MUNDO!
¿José de Espronceda? ¿Juan Rico y Amat? La autoría de esta joya del siglo XIX es discutida por expertos. Lo haya escrito quien lo haya escrito es de mis poemas preferidos. Y el momento es perfecto para recitarlo.
La Desesperación
Me gusta ver el cielo
con negros nubarronesy oír los aquilones
horrísonos bramar,
me gusta ver la noche
sin luna y sin estrellas,
y sólo las centellas la tierra iluminar.
Me agrada un cementeriode muertos bien relleno,manando sangre y cienoque impida el respirar,y allí un sepulturerode tétrica miradacon mano despiadadalos cráneos machacar.
Me alegra ver la bombacaer mansa del cielo,e inmóvil en el suelo,sin mecha al parecer,y luego embravecidaque estalla y que se agitay rayos mil vomitay muertos por doquier.
Que el trueno me despiertecon su ronco estampido,y al mundo adormecidole haga estremecer,que rayos cada instantecaigan sobre él sin cuento,que se hunda el firmamentome agrada mucho ver.
La llama de un incendioque corra devorandoy muertos apilandoquisiera yo encender;tostarse allí un anciano,volverse todo tea,y oír como chirrea¡qué gusto!, ¡qué placer!
Me gusta una campiñade nieve tapizada,de flores despojada,sin fruto, sin verdor,ni pájaros que canten,ni sol haya que alumbrey sólo se vislumbrela muerte en derredor.
Allá, en sombrío monte,solar desmantelado,me place en sumo gradola luna al reflejar,moverse las veletascon áspero chirridoigual al alaridoque anuncia el expirar.
Me gusta que al Avernolleven a los mortalesy allí todos los malesles hagan padecer;les abran las entrañas,les rasguen los tendones,rompan los corazonessin de ayes caso hacer.
Insólita avenidaque inunda fértil vega,de cumbre en cumbre llega,y arrasa por doquier;se lleva los ganadosy las vides sin pausa,y estragos miles causa,¡qué gusto!, ¡qué placer!
Las voces y las risas,el juego, las botellas,en torno de las bellasalegres apurar;y en sus lascivas bocas,con voluptuoso halago,un beso a cada tragoalegres estampar.
Romper después las copas,los platos, las barajas,y abiertas las navajas,buscando el corazón;oír luego los brindismezclados con quejidosque lanzan los heridosen llanto y confusión.
Me alegra oír al unopedir a voces vino,mientras que su vecinose cae en un rincón;y que otros ya borrachos,en trino desusado,cantan al dios vendadoimpúdica canción.
Me agradan las queridastendidas en los lechos,sin chales en los pechosy flojo el cinturón,mostrando sus encantos,sin orden el cabello,al aire el muslo bello...¡Qué gozo!, ¡qué ilusión!
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