Llegada a puerto.Dejando atrás los vientos favorables, la calma chicha y las peores tempestades, una vez completadas las escalas previstas en la hoja de ruta, la travesía llega a su fin. Ha sido un viaje enriquecedor, a través de varios parajes revisitados desde otras perspectivas y de otros aún desconocidos que aguardaban la visita. Un viaje a veces accidentado, aunque la nave logró sortear los obstáculos y seguir adelante, más o menos intacta. Un viaje cansado, también, el de este año lleno de pequeños hitos que, a lo largo del recorrido, se han ido alcanzando con satisfacción. Un viaje intenso, completo, como han de ser los viajes. Llegas a puerto, arrojas el petate y vas a repantigarte en ese viejo banco de madera en la taberna, desgastado y duro pero ya acomodado a ti. Y una vez en tu rincón, comienzas a dar cuenta de tus aventuras, mientras los engranajes al fondo de tu pensamiento ya están maquinando la próxima expedición.Dice el cuaderno de bitácora que, en las últimas etapas, te adentraste en el territorio del invierno… Eso dice pero, si no fuera porque las coordenadas lo atestiguan, no lo creerías. Esas tierras invernales estaban llenas de apacibles terracitas donde refrescar el gaznate bajo un sol amable. Has paseado por avenidas tranquilas y visto flirtear a las parejas con rubores primaverales (y algunos otoñales), meriendas sobre el césped, bailes en los jardines, alharacas y risas de ánimo festivo… No ha sido el más crudo de los inviernos, no.
Vuelta al año en 52 (o más) cuentos:Jornadas XLIX – LII con Gogol, Chejov, Tolstoi y Dostoievski.
En el inicio de tus viajes tuviste de compañero a Emilio Salgari y aún recuerdas el gélido contacto con la Rusia de los zares en “Los horrores de la Siberia”, luego renovado en compañía de Zhivago y de Raskolnikov. En estas condiciones bastante más livianas, sin embargo, has optado por los salones y los parques, por la vida aparentemente alegre que bulle en ellos y los caprichosos placeres que la gente disfruta.
En “La avenida Nevski”de San Petersburgo, donde comenzó esta última parte del periplo, te detuviste y recreaste largo rato. Las formas, los colores, el abigarrado público que la recorría. Todo te llenaba los ojos, los sentidos al completo. Sí, estaba ese héroe de dibujo romántico (ay, la mención a Pushkin ya te avisó): emotivo, visceral, que ama a ciegas. También aparecía el otro, el seductor pícaro e inconsecuente. Y seguiste sus desiguales romances. Pero era la avenida la auténtica protagonista: la ambientación y todos los tipos que pasaban por ella, tan vivos, y esa mirada pausada e irónica que ponía a todos ellos en evidencia.
Luego asististe a la boda de Alekseich y su joven esposa, esa “Ana colgada al cuello” que a través del matrimonio salía de la estrechez y la tristeza para lucirse en sociedad. Viste cómo la vida nos cambia, sin redención ni remordimientos. Es lo que hay y así se muestra, en un realismo teñido de esa melancolía tan propia del espíritu eslavo, una nota dolorida en el fondo de toda sonrisa. Fuera quedan los juicios de valor; al lector se deja la opción de juzgar.
Entre mazurcas y valses te alcanzó la punzada del enamoramiento. La música, el champán y la belleza son los ingredientes perfectos. Fue “Después del baile” cuando la realidad empezó a desvelarse, desnuda por fin de todo adorno como la Salomé más sanguinaria, y fue el propio corazón el que entregó sobre una bandeja. Desencanto e ironía combinados, y resignación ante la vida que sigue, que nos lleva.
El descanso final llegó en una finca, no muy retirada, si es que se puede llamar descanso a la sucesión de excursiones, juegos, festejos y diversiones varias. Allí fuiste espectador, una vez más, de las debilidades y vicios de una clase social desocupada y despreocupada cuya única meta es la propia complacencia. Y te acercaste al despertar sexual de “Un pequeño héroe” de tan solo once años, a su descubrimiento del amor, de la complejidad del mundo, de la hipocresía que lo llena. Sentiste de nuevo esa confusión al quebrarse la infancia, que tan cercana se había vuelto de nuevo.
Así acabó este errático peregrinaje. A lo grande. Con la misma fascinación que empezó, la misma con la que seguiré deambulando por los dominios de lo breve, al desgaire y sin horario, quizá con un punto de obsesión en la yema de los dedos cada vez que pasan las páginas, esa vieja obsesión que, aunque pudiera, no querría abandonar. Ha sido un placer compartirlo: gracias por haberme acompañado. Mojémoslo con una ronda a cuenta de la casa y brindemos por este viaje que termina y el que está por iniciarse. Que sea venturoso.
Los cuentos de estas últimas jornadas pertenecen a cuatro volúmenes diferentes, todos compañeros antiguos y queridos:La avenida Nevski, de Nikolai Gogol, aHISTORIAS DE SAN PETERSBURGO Alianza, 1998. Traducción de Juan López-Morillas.
Ana colgada al cuello, de Anton Chejov, aEL BESO Y OTROS CUENTOSEdhasa, 2000. Traducción de Heino Zernask.
Después del baile, de Leon Tolstoi, aLA MUERTE DE IVAN ILICH Y OTROS RELATOSOrbis – RBA, 1982. Traducción de Augusto Vidal.
El pequeño héroe, de Fiodor Dostoievski, aNOCHES BLANCAS. EL PEQUEÑO HÉROE. UN EPISODIO VERGONZOSO. Alianza, 1982. Traducción de Juan López-Morillas.
***Feliz fin de año y mis mejores deseos para el que entra.
Enarbolad las sonrisas bien alto. Que las tempestades no puedan con nosotros.