Revista Arte

Final

Por Anxo @anxocarracedo

El búho de Minerva emprende el vuelo al anochecer, dijo el filósofo. En general, debemos conformarnos con  teorías que dan encaje más o menos cómodo a los hechos consumados. El angosto terreno de la prognosis se ventila entre las ciencias duras, las artes adivinatorias y, por supuesto, la meteorología. Lo cual no excluye, naturalmente, la reivindicación retrospectiva del profeta: “¡Ya os dije yo que la marea del fascismo estaba de vuelta!”, por ejemplo. Hay sin embargo hechos tan sorprendentes que nadie, por mucho vaciado bibliográfico en que se afane, es capaz de encontrarles predicción. ¿Quién podía esperar que la pista para atrapar el pez más escurridizo de ese vasto océano que es la literatura norteamericana contemporánea fuera a encontrarse en mitad de un páramo ibérico curtido por el cierzo?

Estamos hablando, como tal vez algún lector sagaz habrá sospechado ya, de Isiah Garnett, el poeta y narrador afroamericano a quien una oscura maniobra de los servicios secretos de su propio país privó en 2010 del premio Nobel de Literatura. Los papeles secretos puestos en circulación por Wikileaks permitieron el año pasado a Carson Foreman, investigador de The Albuquerque Examiner, ofrecer a la luz pública las pruebas de aquel rocambolesco y acallado suceso, pero nada aclararon sobre el paradero del misterioso autor. En tales circunstancias, no puede extrañar que la menguada pero ardorosa cohorte de sus seguidores pusiera en circulación a través de las redes sociales un dédalo de teorías, a cual más infundada. La duda sobre si Garnett sigue o no en el reino de los vivos ha sido hasta hoy el fuego de ese hervor especulativo.

Pues bien, Carson Foreman (tan escurridizo, por cierto, como el propio Garnett, pero esa es otra historia), The Albuquerque Examiner y los datos robados por los robinhoods de Wikileaks han vuelto a sumarse para componer las piezas del rompecabezas final. Una extensa crónica publicada en el último número del suplemento cultural del diario neomexicano documenta las horas finales del hermético vate, en lo que podríamos calificar como un relato al filo de lo verosímil.

Primer elemento insólito: el lugar. La ciudad leonesa de Astorga. Se sabía por su traductor, exegeta y valedor ante la Academia Sueca, Sven H., que Garnett había visitado España en fecha incierta, para asistir a un taller de mindfullness impartido por el también poeta Manuel Vilas, pero ninguna pista indicaba que hubiera vuelto al país ibérico.

Segunda pieza del puzzle imposible: la fecha de los sucesos, que según los papeles aportados por el cronista como prueba principal de su investigación se confunde con la hora actual. ¿Acaso el tiempo puede plegarse sobre sí mismo hasta lograr, como la mano del primate, unir meñique con pulgar?

Y todavía un tercer y un cuarto aerolito narrativo: la compañía de Garnett en sus últimas horas y la persona dramática que asume en el extraño concilio que él mismo ha convocado, esperando sin duda resultados muy distintos de los que finalmente se producen.

Vayamos sin más preámbulo a los hechos que The Albuquerque Examiner expone con notable habilidad argumentativa y amplio aparato documental.

En fecha no determinada, pero en cualquier caso reciente, Garnett realiza un segundo viaje a España para cumplir un encargo de la revista literaria Whitman Axile, publicación digital a la que, por estar alojada en la internet profunda, sólo es posible acceder mediante programas de navegación anónima del estilo de Tor. El encargo consiste en la elaboración de un informe crítico sobre la llamada Escuela de Astorga. Garnett es escéptico respecto a la propia noción de escuela literaria pero pasa por agudos problemas económicos, así que acepta tras negociar con el editor una buena cantidad de bitcoins totalmente libres de impuestos. Sin embargo, no llega a completar el trabajo. Ni siquiera consigue visitar la casa de la familia Panero en la ciudad leonesa, puesto que, según le explica el encargado de la oficina de turismo municipal, sólo se abre al público en ocasiones señaladas. Tiene pues que conformarse con observar desde el otro lado de la verja del jardín el busto de bronce del patriarca de la saga (Leopoldo Panero: hermano de poeta, padre de poetas, figura encumbrada por el régimen de su tiempo y hoy sumergida en las aguas del olvido pese a haber sido pieza clave de la supuesta escuela), tras lo cual regresa por la angosta calle hasta las puertas de la catedral, que también encuentra cerradas.

Pero el estadounidense no pierde el ánimo, y solicita entrevistas en la más estricta reserva a destacados poetas de la provincia. El registro de llamadas telefónicas y mensajes hackeados por Wikileaks permite establecer como hipótesis plausible que logró reunirse con Antonio Colinas, César Aller, Antonio Gamoneda y Juan Carlos Mestre. Finalmente, y en busca tal vez de complementar la visión de los creadores con una perspectiva académica, Garnett organiza una cena con un grupo de profesores universitarios.

El encuentro tiene lugar en un motel situado a escasa distancia de la ciudad y cuyas formas imitan torpemente las de un castillo medieval. Allí había establecido Garnett su base de operaciones y allí se reunió con los doctores Marcus Wagenknegt, Gabriela Miranda do Valle, Ignatius Al-Rehoum, Olga Feijelman, Augadoce do Vale Branco y Cecilia Materazzi, todo un elenco de especialistas en Literatura Comparada, Inteligencia Artificial, Lingüística Generativa, Neurociencia, Lógica Difusa, etcétera. Discípulos, a la sazón, del llorado semiólogo Horacio Belmonte-Berg, y unidos por el fuerte lazo de una hermandad que se forjó en la fecha en que todos ellos fueron testigos mudos, y tal vez no por completo inocentes, de la trágica muerte del maestro.

Nada indica que la cena no transcurriese, el menos inicialmente, según lo que su promotor había previsto. Los comensales tenían habitaciones reservadas en el motel, en previsión de que la velada se prolongase hasta altas horas y que fuese generosamente regada. Hay que dar por fundada la sospecha de que así fue. Sin embargo, en un momento que no es posible precisar, el debate científico cesa y Garnett asume funciones de fedatario en una conjura de sus seis invitados que es por completo ajena al guion previsto.

A la mañana siguiente, cerca ya del mediodía, los seis profesores se reúnen en el desayuno. Esperan a Garnett hasta la hora de comer, pero éste no aparece. Ejerciendo una labor de líder a la que está acostumbrado, Wagenknegt decide comunicar la situación a la dirección del motel. Es el gerente quien, tras abrir con la llave maestra la puerta de la habitación 404, encuentra sobre la cama sin deshacer el cuerpo frío de un varón de raza negra y edad provecta que a duras penas reconoce como el elegante cliente extranjero que llevaba dos semanas alojado en el establecimiento. Según declaración del hostelero —a la sazón poeta aficionado y contumaz participante en talleres de creación literaria de todo pelaje—, en su rostro súbitamente demacrado se había dibujado una sonrisa definitiva, como un saludo “a la hierba en lo solo de un valle”. El suceso pasa completamente inadvertido para la prensa local. No hay investigación de la policía. El cadáver es entregado a un representante de la embajada de los Estados Unidos que se presenta en los juzgados de Astorga en un Cadillac Escalade negro de cristales tintados. Antes de separarse, los seis profesores sellan un pacto de silencio. Y ese silencio habría cubierto como un sudario las últimas horas del singular escritor afroamericano de no haber sido por dos cabos sueltos que el investigador del Examiner, haciendo gala de un absoluto desprecio a la confidencialidad de las comunicaciones privadas, ha acertado a seguir hasta alcanzar el ovillo de la historia.

El primero de esos hilvanes descuidados conduce a los mensajes que a través de la red social Telegram intercambiaron los conjurados para remachar la omertá. El segundo lleva hasta el envoltorio de una caja de mantecadas hallado por la camarera de pisos en la habitación 404 y cuyo reverso ofrece en unas pocas líneas manuscritas la única certeza que, como un horizonte de sucesos, recubre el enigma Isiah Garnett. Baste por nuestra parte con presentarlas a continuación, dejando al lector la libertad de fraguar su propio juicio.

En Pradorrey, bajo el palio de la Vía Láctea. Al amparo del sagrado monte Teleno. A la vista de las torres de la catedral de Astorga. Estando próxima la hora del alba del día 30 de mayo de 2017.

Ante mí, notario del Ilustre Colegio de la Literatura Improbable.

COMPARECEN

quienes, sin aval documental alguno, dicen ser ejecutantes del blog Artefloralpararrumiantes.

Intervienen en nombre propio.

Les identifico escuchándoles recitar de corrido la nana titulada Introducción a la ignorancia.

Carecen, a mi juicio, de capacidad legal e interés legítimo suficiente, pero insisten
en formalizar la presente acta, a lo que tras consulta con la última botella de prieto picudo accedo y, al efecto,

DECLARAN:

Que dan por finalizado el ciclo vital del blog Artefloralpararrumiantes.

Que no efectuarán en él intervención alguna a partir de la fecha de la presente.

Que lo abandonan al cuidado de las mareas.

Que transmiten infinito agradecimiento a quienes por él han pasado y, de modo especial, a quienes de ese paso han dejado alguna huella.

Que igualmente transmiten agradecimiento sin límites a quienes, por cualquier procedimiento, ora analógico ora digital, han dado noticia de él.

Que se declaran en deuda eterna con las personas que han aportado inspiración o aliento, así como con aquellas que, generosa y desinteresadamente, han contribuido con material gráfico.

Que de existir en el futuro nuevas manifestaciones de Artefloralpararrumiantes (cosa no descartable dada la naturaleza rizomática del fenómeno) no revestirán el formato de un blog.

Así lo manifiestan.

Leo la presente acta a los comparecientes quienes, enterados de su contenido, objeto, validez y efectos legales, la encuentran conforme y firman conmigo, Isiah Garnett, el Notario.

De todo lo cual,

DOY FE.

Final


Final

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