Toy story (1995) fue un hito técnológico para el cine, un acontecimiento equiparable a El cantante de jazz (1928), Lo que el viento se llevó (1939) o Parque jurásico (1993). Supuso para su director --John Lasseter, actualmente director creativo de Pixar y ejecutivo de Disney-- la culminación de un proyecto de más de una década: conseguir rodar el primer largometraje de animación enteramente digital. Este dato queda para los libros de historia, porque hoy prácticamente todo el cine de animación es digital (quedan honrosas excepciones, casi todas en Japón: el veterano Hayao Miyazaki --amigo y mentor de Lasseter-- o Satoshi Kon) y el público no echa de menos la animación artesanal que Disney consiguió elevar en solitario hasta una impensable perfección formal.
Pero no sólo eso: Toy story sigue siendo una referencia artística de primer orden dentro de su género: supuso el primer hito en la imparable serie de éxitos que viene encadenando Pixar desde entonces. Igual que Disney durante cinco décadas, Pixar lleva quince años marcando el camino para la nueva animación infantil, pero no en el plano técnico, sino en el artístico, narrativo y de contenidos. También esto dará que hablar en los libros de historia del cine.
Toy story proponía hacer realidad esa fantasía que todos hemos tenido de niños: cuando no estamos, los juguetes cobran vida y viven sus propias aventuras. En este sentido, el argumento no es un simple guión de entreteminiento, sino un tema complejo y atemporal que da para mucho. Tanto, que ya se ha convertido en una trilogía y, al igual que la heptalogía de Harry Potter, formará parte de la sensibilidad de una generación que dentro de diez años tendrá veinte, uno de los modelos con los que contrastar el cine de su época; lo mismo que las producciones de Spielberg-Lucas lo fueron para la nuestra.
Toy story 3 (2010) supone el cierre de la trilogía, y lo hace a un nivel altísimo: un guión prácticamente perfecto (no me queda claro por qué el matrimonio Mattel no acaba en el contenedor de basura junto con los protagonistas), desarrollado con maestría a base de personajes habituales del cine adulto perfectamente adaptados al contexto (el novio de Barbie es, de largo, el mejor, pero también el oso con olor a fresa, o el telefonito confidente), acción trepidante, humor visual y verbal, sutiles --y no tan sutiles-- guiños cinéfilos para los adultos (incluyendo uno delicadísimo a Miyazaki), un tercio final de película impecable (a partir de la escena de la fuga) y una escena final antológica por tratamiento formal y capacidad de fijar en imágenes y palabras algo tan universal como el fin de la infancia, la necesidad de seguir siendo niños toda la vida y el privilegio que supone tener juguetes que nos ayuden a crecer.
Con este título, Pixar completa el relevo en cuanto a temas y argumentos respecto a Disney. Quedan definitivamente atrás aquellas adaptaciones de cuentos clásicos que forman parte de nuestra infancia (de hecho, los personajes de las películas de Pixar están desplazando a los clásicos Disney en lo que la mercadotecnia llama la nueva generación). Disney desarrolló su propio proyecto de cine de animación basado en la fantasía y la aventura al estilo de la literatura decimonónica; ahora llega Pixar para entretener a una generación que crecerá en un mundo en el que la información, la televisión y la tecnología acortan alarmantemente la infancia y es necesario establecer una base muy firme capaz de soportar lo que venga detrás.
En Toy story 3, aparte de Lasseter, brillan como nunca talentos como Andrew Stanton y Pete Docter (argumento), Randy Newman (banda sonora) o Ralph Eggleston (dirección artística); personas que han sabido renovar un género a una velocidad y con una solidez envidiables. La recomiendo a padres y niños por descontado, pero también al público de todas las edades que acepte sin complejos que el cine infantil también tiene algo que enseñarles. A todos ellos les garantizo entretenimento de primera clase, pero también la posibilidad de disfrutar de ese toque Pixar que dará que hablar en las universidades en años venideros.