Por Mª José Fernández
Tal vez nos hemos parado a pensar en cómo se aproxima el final de nuestra vida, quizás sea del mismo modo que va concluyendo cada año; sin embargo esta sociedad banaliza dicho transito, ya que, a toda costa, tratamos de evadirlo de la realidad, pues nos comportamos como si fuésemos perdurables; incluso nos llegamos a creer que los seres queridos van a continuar siempre junto a nosotros.
Llegada ciertas fechas señaladas –Navidades, Fin de Año, Reyes, etc.– el tiempo te coge por delante y te muestra la cara. Es entonces cuando echas de menos a aquellas personas que tantas veces te han acompañado a lo largo del camino y que, hoy, ya no están contigo, para nuca más volver; porque la vida, a todos, nos cobra su peaje. Hay un dicho que escuché a mi padre en su día, dice: “nadie se va de esta vida sin el zarandeo”. La realidad suele golpearnos y de nada sirve huir, pues ella nos da donde más duele. Llegado el momento, recogerás lo sembrado a lo largo de los años vividos. El que se ha casado, pudiera pasar la Navidad con su esposa, hijos y nietos; el que no, tal vez afrontará las fiestas rodeado de amigos, hermanos, sobrinos; o quizás en solitario, que también tendrá sus ventajas e inconvenientes.
Cuando se es joven, las navidades van cargadas de ilusiones y, los anhelos, acampan a sus anchas. Aún guardo el recuerdo de aquellos momentos en que los deseos me desbordaban y terminaba exhausta, debido a que no era de hierro mi naturaleza. Luego, en la medida que han ido trascurriendo los años, las energías han comenzado a mermar... Mas tarde o más temprano, todos padeceremos nuestras propias limitaciones, incluso a la llegada de las fiestas.
En un principio, la vida, se percibe generosa, desde una juventud que parece inagotable, pues en ciertas fechas te impregnan de energías renovadas: Detener el olvido y suspender tu nombre, / volcar en él la soledad infinita de las horas, / acurrucarse en la orilla de lo indescifrable,... / es como concebir esperanzas en un año nuevo.
Al Año Nuevo despertamos el ansia de flamantes proyectos. Nos ilusionamos con el porvenir y planificamos el futuro; no obstante, con él se presentarán las dificultades que nos pudieran acontecer. Cierto es que el joven actual tiene la vida menos resuelta, pues hasta que pueda situarse le costará sus mejores años, tendrá que esforzarse si se desea emancipar y montar una familia. Cuando mire a cumplir su sueño, pudiera frisar los cuarenta; quizás se mantenga un tiempo luchando duro y pensando que es inmortal, aunque existan días en los que le empiece a costar tirar del carro de las obligaciones.
Con el paso de cada año, si la persona vive, llegará a contemplarse encanecido/a, cuando tenga cumplida más de media vida de existencia. Entonces mostrará alguna arruga el rostro, y tendrá que aceptar el envejecer; también a ver a ciertas personas enfermas, viejas o desvalidas, los que serán como niños a los se debe cuidar. Y justo le requerirán cuando quizás estuviera comenzando a vivir una época apacible o de bonanza, para reclamar el inicio de un periplo irremediable: el final de los padres, donde no existe esperanza de retorno, ya que, tarde o temprano, se irán. Entonces, los momentos en los que permanecerá junto a ellos, quedarán en el recuerdo familiar.
Cuando llegue esa etapa, pudiera haber transcurrido muchas Navidades junto a ellos y, durante un tiempo, los padres habrán ido envejeciendo; tal vez no deberíamos afligirnos, porque aún puede que nos reste gozar de su compañía. Llegado el momento, tenemos que mirarlos con cariño y serenidad; cogerlos de la mano y saborear el nuevo periplo el mayor tiempo posible. Ya que habrá finales de años buenos y, también, difíciles. La vida es larga y es corta, según se mire. En los momentos mejores, deberíamos darnos permiso para soñar, para respirar al lado de nuestro ser querido, el aire de la tarde, ver la luz de la Navidad; porque somos hojarasca caduca y nos vamos en un soplo. Aprovechemos los instantes alegres para pellizcarnos la memoria, renovar recuerdos con el anciano, el que aún pudiera hacernos compañía, posiblemente el último año bajo una mente olvidadiza.
Algún día llegará el momento en el que habremos superado su marcha, justo cuando estemos empezando el declive, como ley de existencia. Ello tiene un detonante positivo, pues pensemos que el fallecimiento de los seres que amamos es una preparación para cuando nos llegue la hora. Hoy pudiera parecer lejano, pero el tiempo pasa de forma inexorable.
Vivimos unos años preciosos en los que nos creemos inmortales. Nos ilusionamos con la Navidad: nos vestimos y acicalamos. Si vivimos, esos momentos pasarán y, al final, nos daremos de bruces con nuestra propia esencia, como seres perecederos. Ante este proceso irremediable nos resta mirarlo con determinación y valentía. No nos queda más remedio que aceptarlo, aunque bien podemos estirar su final, aprovechando los tantos, –igual que con la pérdida de los seres queridos–. Hay que gozar y sacar partido de lo que nos viene a las manos; solo que, aveces, nos volvemos insaciables en ese apurar el vaso, nos arrebatamos por llenar la copa de la vida hasta el borde, situados en el extremo del abismo y, cuando nos embriagamos, dejamos de tener consciencia de que somos efímeros, pretendiendo comernos el mundo, y es entonces cuando el mundo nos pone en su sitio.
Pasan y seguirán pasando, de cualquier manera, los finales de años; con ellos se irán desvelando de manera lenta y clara el porvenir. Las fechas van a ir superponiéndose y, por un tiempo, parecerá que todo sigue en su lugar, sin haber cambiado; pero una Navidad, un Fin de Año, unos Reyes, etc, te darás cuenta de que ya no es como antes, que algo empieza a cambiar: comienzas un periplo, el que nada se va a parecer al que has vivido. Entonces sentirás que no eres tan niño. No nos confundamos, podremos aparentar ser todavía jóvenes, estar ejercitados, comer correctamente; incluso arreglarnos para simular unos años menos. Podremos..., de alguna forma, alargar nuestra existencia con los cuidados más extremos, pero, al final, la muerte nos llegará. Muy pocos, en la época actual, lograrán vivir más de 122 años y 164 días, como vivió Jeanne Calment; incluso otra persona que dicen que ha vivido más 256 años, llamado Li Ching- Yuen, nacido en China,– aunque haya fuentes que dicen que vivió 197 años–. Por regla general los más longevos frisarán entre estas edades, las que al ser humano le va a resulta casi imposible de superar.
No cabe duda de que la naturaleza nos tiene echadas sus cuentas, pues por mucho que pretendamos estirar u ocultar los años, no pasan en balde. Vivamos este fin de año de forma consciente, / iluminados por el calor de los nuestros con fragante alegría, /saboreando el momento en el que vivimos presente.
Os dejo una décima al paso de la existencia, que sirva para cerrar este artículo y nos colme de alegría y positivismo ante nuevo tiempo que comienza.
DÉCIMAAL AÑO: Has vivido otro año, / con prontitud, con empeño... / Cada uno es el dueño / de su salud y su daño./ Hoy no vale desengaño, / que habitar es un decir, / donde se halle porvenir / en un trabajo sagrado, / se da por bien empleado: / La alegría de vivir.