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Mientras trabajo suelo escuchar la radio. Ayer, uno de los colaboradores criticaba la pseudociencia de la grafología: que el carácter de una persona se pueda deducir de su forma de escribir y, en especial, la premisa de que incluso cambiando nuestra forma de escribir se pueda cambiar la forma de ser. Bueno, partiendo de esas valoraciones y sin conocer a fondo la utilidad de esa disciplina, lo cierto es que yo también me considero escéptica con ese tema.
Otra cosa diferente es el peritaje caligráfico -utilizado en investigaciones policiales- o el estudio de la caligrafía. No tiene nada que ver. Pero sí me despierta curiosidad saber lo que un grafólogo diría de esta firma y de muchas otras que se encuentran en los libros y documentos…
Esta en concreto, como algunas de las que os muestro a continuación, pertenece a un documento del siglo XVI que a su vez formaba parte de un libro de acuerdos. Si uno rasca sólo un poco en la historia de las firmas notariales, la primera justificación que se encuentra es que el cuidado uso y la similaridad entre las caligrafías de los escribanos determinó una diferenciación y elaboración muy cuidada en las firmas, con el fin de que no hubiese duda de la legitimidad de la misma. Si bien precisamente leyendo los innumerables bifolios de este libro te das cuenta de que sí, vale. Era una escritura cuidada pero, como hoy, también dependía de la mano del escribano, de la prisa o de las circunstancias del momento. De hecho, hay firmas que dejan mucho que desear. Y es que no todos firmantes tenemos estilo, ni antaño ni ahora. Hay que reconocerlo.
"Firme aquí" "¿Cómo?" "Firme, aquí" "¿Aquí? ¡Imposible!" "La crisis, ya sabe. Nos han recortado el presupuesto en papel..."
Comparemos esas circunstancias con la actualidad. No hace falta que nos remontemos mucho tiempo atrás para saber que sólo unos pocos privilegiados sabían leer y escribir. La capacidad de firmar con el propio nombre distinguía a las personas cultivadas. Y, además, el acto de firma de un documento era algo en extremo solemne (si bien el atraco a mano armada las tarifas de los notarios seguramente no difieren tanto de las de hoy en día) mientras que hoy en nuestro mundo del consumo globalizado casi estamos aburridos de tanto firmar. De hecho, yo cambié mi firma hace tiempo por una versión más rápida para poder estamparla cuando pagaba con tarjeta.
Los tiempos cambian, qué duda cabe, y entre esa firma y las que se ven en libros de actas posteriores hay una evolución clara. También en ellas encontramos detalles que nos enternecen.
Puedo imaginarme al cargo público que detentaba ese honor en un pequeño municipio, durante la Primera República, estampando su temblorosa firma en cada acuerdo municipal. He rastreado su firma en todo el libro y en todas ellas hay un temblor constante y una nula firmeza y fuerza de trazo, como si fuese un zurdo obligado a escribir con la mano derecha o si alguien estuviese conduciendo su mano para poder firmar. La muestra que tenéis ahí abajo es sin duda de las mejor ejecutadas, pero fijaros en el subrayado. Así que, o bien hacía poco tiempo que había aprendido a firmar, o algún tipo de enfermedad (artrosis, por ejemplo), le impedía agarrar con firmeza la pluma sobre el papel. No sé. Un perito caligráfico lo sabrá.
El caso es que, viendo esta firma y sobre todo recordando aquellas que se plasmaron en el Acta de inauguración de la Escuela Superior de Trabajo de Gijón (cuyas entradas sobre el tema las podéis seguir aquí y aquí), recordando a través ">">
de las fotografías de la época la solemnidad del acto, me viene a la cabeza cuando desde niña acompañaba a mi madre a algún sitio en el que tuviese que plasmar su firma. Recuerdo el sentimiento de asociar la edad adulta a ese hecho. De repente, tu nombre era importante, tenía un valor oficial. Eso es así, porque la firma es un elemento de validación de cualquier documento (siguiendo la disciplina de la Diplomática).Pero es que, además, en mi recuerdo, está esa nostalgia de sentir que estaba asistiendo a algún tipo de acto trascendente que quizá hoy en día creo que hemos perdido, y que incluso redunda en firmar a la ligera, sin leer concienzudamente lo que estamos validando. Y si no estoy errada, recuerdo a mis padres con esa actitud solemne que no han perdido. Sobre todo mi madre, cuya oportunidad de firmar documentos era más reducida que mi padre. Su firma es lenta, tranquila, como si mientras la plasma nos hiciese ver que ese es un momento importante.
En fin: muchos de esos documentos se perderán, otros no, y de esos algunos ha caído en mis manos. Y mientras abordo proyectos como el que tenéis más abajo, da la cosa para pensar un rato largo…
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