Por Claudio Sánchez (Aceprensa)
Los creadores de la serie se envuelven en la bandera de la libertad, se cuelgan la chapa de damnificados, dignos defensores de un realismo adulto frente a las críticas de “los sectores más retrógrados de la sociedad burguesa”.
Se defiende así el producto con la estrategia de decirle al adolescente que consuma lo que los mayores intentan prohibir. Como si los que toman las decisiones sobre el carácter de la serie no fueran también adultos de la sociedad burguesa, pertenecientes a los sectores más ávidos de negocio y dinero. Si la audiencia de la serie hubiera decaído antes, la censura comercial de la cadena no habría dudado en clausurarla sin piedad.
Personalidades planas
Pero realmente los que deberían protestar son los jóvenes, presentados en la serie de un modo tan simplista y con personalidades tan planas. De la amplia variedad del público juvenil, los creadores de la serie han congregado en el colegio Zurbarán un sector tan unilateral que resulta previsible en sus reacciones.
Sin embargo, es evidente que la representación del anhelo adolescente de “poder hacer lo que me dé la gana” unida a la morbosidad del sexo y la violencia explícitos son dos ingredientes que bien agitados hacen que esta producción televisiva tenga capacidad de crear adicción en algunos jóvenes. Y no solo en jóvenes marginales. Basta preguntar a chicos de 14 años de todos los ámbitos para comprobar que de algún modo es una serie trending, o dicho de otra forma, una serie que se ve porque se comenta…
La serie cuenta con actores que consiguen interpretaciones pasionales, con diálogos que retratan las pulsiones juveniles más radicales. No hay matices en sus perfiles y los personajes que aluden alguna vez a argumentos racionales desaparecen misteriosamente de la serie (así sucede con un alumno que propone continencia sexual en las relaciones; toda la clase le mira con cara de “¿en que planeta o caverna te han obligado a pensar así?”, y se acabó el personaje, misión cumplida).
Por otro lado la puesta en escena es elemental, la realización pobre, el montaje esquemático. Y cuando todo eso no es suficiente para que argumentos y personajes tan extremos sean “digeribles” se sube el volumen de la música. Tanto es así que la banda sonora es un factor esencial en la serie que ha llevado incluso a crear expresamente un grupo que compone las principales canciones (Cinco de enero). No faltan tampoco temas famosos de cantantes como Carlos Baute o Laura Pausini (En cambio no suena en uno de los clímax dramáticos de la serie) o grupos como Revólver, Pereza o El sueño de Morfeo.
Todas estas características convierten la serie en un auténtico culebrón que retrata la política del “todo vale” practicada en este caso por una cadena generalista, Antena 3, que quiere audiencia y dinero a cualquier precio.