“¡Cómo pasa el tiempo!”, decimos habitualmente. Esta popular afirmación surge de nuestra visión del tiempo como algo que se mueve, pero… ¿qué forma tiene ese “algo” y cómo se mueve?
En nuestra cultura occidental, solemos ver el tiempo como una flecha: avanza irreversiblemente en línea recta, desde el pasado hacia el futuro. La mayoría de nosotros pensamos que la experiencia del hombre tiene un comienzo (su nacimiento), una duración (su vida) y un final (su muerte).
Pero esta no es la única manera de ver el tiempo. De hecho, la noción del tiempo como algo que va en una única dirección irreversible, es relativamente reciente en la historia y fue introducida por la tradición judeo-cristiana, marcada por las tesis de una creación inicial y un final de los tiempos.
En las culturas más antiguas, en cambio, predominaba una concepción circular del tiempo: éste era visto como una rueda que daba vueltas, una y otra vez. Incluso hoy en día, muchos pueblos del planeta creen que el tiempo es cíclico, que sigue esquemas repetitivos y reversibles. La visión del tiempo como una rueda, surgió de la observación de diferentes fenómenos naturales que tienen un carácter cíclico: las mareas, la salida y la puesta del sol, las fases de la luna y las estaciones.
Muchas personas ven la existencia temporal del hombre como un eterno “volver a empezar”. Para ellas, el mundo se re-crea periódicamente. En esta visión, el tiempo no es unidireccional, sino multidireccional. El hinduismo -por ejemplo- adhiere a esta concepción en su creencia en la reencarnación: cada vida es considerada un estadio en una serie de nacimientos y renacimientos continuos.
Más allá de la adhesión que estos paradigmas puedan generar, lo cierto es que -en nuestra percepción del tiempo- conviven la flecha y la rueda: a veces sentimos el tiempo como algo que avanza… pero también hay veces que sentimos que se repite.
La flecha…
Sentimos el tiempo fluir -inexorablemente- del pasado al futuro, pasando por el presente. Ordenamos nuestros eventos en “ayer”, “hoy” y “mañana”. Utilizamos instrumentos como el reloj y el calendario para medir el avance el tiempo. Percibimos que hay cosas que quedaron atrás y otras que están por delante. Vemos también que el tiempo avanza en un sentido determinado: hoy somos más viejos que ayer, no más jóvenes. La visión de flecha también se comprueba cuando percibimos el tiempo como algo irreversible. Los acontecimientos nos parecen únicos: los seres queridos que murieron ya no están con nosotros; sentimos que no podemos reparar los errores de ayer, ni aprovechar las oportunidades que dejamos pasar; etc…
Muchas veces, soñamos fútilmente con volver atrás, con comenzar de nuevo, pero sentimos que -aunque volviésemos al pasado- nosotros ya no seríamos los mismos.
La rueda…
A su vez, percibimos cierta circularidad: advertimos repeticiones, ciclos y regresos. Experimentamos ciclos en nuestros cuerpos (la repetición de los latidos del corazón, o de los ciclos reproductivos, por ejemplo); sentimos que vuelven gustos y necesidades que creíamos que nunca más tendríamos; ante algunas noticias, sentimos que “la historia se repite”; frecuentemente, experimentamos momentos que creemos ya haber vivido (los típicos dèjá vu); miramos nuestro reloj y vemos que -una y otra vez- se repite el mismo ciclo de minutos y horas; etc…
La flecha y la rueda
Aparentemente, nuestra experiencia del tiempo es ambigua: a veces lo vemos como una flecha, otras como una rueda. En la vida de cualquier ser humano, en todos los niveles imaginables, existen repeticiones invariables, así como acontecimientos aislados, sucesivos y únicos. Nuestro concepto del tiempo implica una mezcla de aquello que es recurrente y de aquello que no lo es: hay declinación, pero también hay rejuvenecimiento; hay cosas que no vuelven y otras que sí; existen fenómenos que evolucionan y otros que involucionan; etc…
Ver el tiempo como una flecha, nos permite confiar y sostener ideas esenciales, como la de progreso, mejora, superación y evolución. También nos permite creer que tenemos el poder de elegir una alternativa y obtener un resultado concreto (que no “todo da igual”) y que “vamos hacia alguna parte”. De alguna manera, la visión del tiempo como una flecha nos da una sensación de control sobre nuestras circunstancias.
Por su parte, ver el tiempo como una rueda nos permite tomar conciencia de los límites de nuestro control y de nuestras posibilidades sobre el mundo. Nos da la humildad necesaria para acercarnos a la naturaleza y respetar su desenvolvimiento. Nos enseña que la historia no es siempre progreso y evolución, sino que hay en ella muchas crisis que ocasionan regresiones, contradicciones y desórdenes que nos impiden avanzar como deseamos. Pero -sobre todo- nos da la necesaria esperanza de que -siempre- tenemos una segunda oportunidad…
Tomado de internet