Revista Arte

Flores de repuesto

Por Anxo @anxocarracedo

Para las nietas y sobrinas nietas
de Luci y Manolo, y para todos
los que sueñan con los Reyes Magos.

Melchi, Gaspi y Baltasara eran tres princesas. Aunque eran muy modernas e iban a tiendas que siempre estaban llenas de gente porque vendían ropa barata y estilosa, de vez en cuando les gustaba ponerse un vestidito. Un auténtico vestidito de princesa, con su falda de tul de mucho vuelo, su corpiño con pedrería y una rebequita de angora para no coger frío, por ejemplo. Sin olvidarse, naturalmente, de los zapatitos de con brillantina.

A las tres les encantaba también llamar al peluquero para que les hiciera un recogido con trencitas y ponerse una tiara. Una tiara de princesa es casi como una corona, pensaban. Aparte de eso, sus gustos eran de lo más normales. Les encantaba ver Frozen en la tele, estudiar matemáticas y comer lentejas a la jardinera. Aunque, para ser precisos, hay que decir que, de todo de todo, lo que más les gustaba era ir a patinar. Las tras princesas tenían gustos muy parecidos. Tal vez por eso se llevaban tan bien.

Un día de verano, Melchi, Gaspi y Baltasara  fueron invitadas a una fiesta para celebrar que el rey y la reina cumplían cien años. No cien años entre los dos, que eso sería bastante fácil, sino cien años cada uno. Eran unos reyes muy sabios, muy justos y muy queridos por su pueblo. Para la edad que tenían, la verdad es que se conservaban bastante bien. Iba a ser una fiesta por todo lo alto, así que las tres princesas se pusieron unos vestiditos preciosos y llamaron a sus peluqueros de confianza para lucir de lo más espectacular. La fiesta fue muy divertida y se lo pasaron de maravilla. Cantaron, bailaron, comieron todas las lentejas que quisieron y bebieron copas y copas de deliciosas bebidas azucaradas. Pero el momento más emocionante fue cuando el rey y la reina salieron a la puerta de su gran palacio para saludar al pueblo. Entonces, todos los invitados y algunas personas del pueblo llano que observaban admiradas detrás de unas vallas muy altas lanzaron al aire pétalos de rosa. Mientras las campanas de todas las iglesias de la nación repicaban, millones de pétalos de rosa cubrieron el cielo como una nube multicolor. Una nube tan grande que por un instante el sol se ocultó y se hizo de noche. Las campanas se detuvieron y algunas señoras sujetaron con fuerza el bolso, temiendo que el inesperado eclipse fuese una treta de alguna banda de malhechores para robarles sus joyas más preciadas. Pero fueron sólo unos segundos. Enseguida los pétalos multicolores cayeron al patio del palacio, formando una preciosa alfombra en la que pudo leerse: “Cinzano os desea un feliz día”, puesto que la marca de bebidas Cinzano era la patrocinadora del cumpleaños. Todo el mundo quedó maravillado y las mujeres que habían sujetado los bolsos con angustia se olvidaron de todas sus preocupaciones y dieron vivas a los reyes y rieron, y bebieron una copita más y bailaron al son de la orquesta que de nuevo empezó a tocar. Luego se levantó un viento muy fuerte que dispersó los pétalos y deshizo el mensaje de felicitación a los reyes. Entonces, Melchi, Gaspi y Baltasara tuvieron una idea genial: recoger los pétalos del suelo y guardarlos por si más adelante, en otra celebración, necesitaban flores de repuesto.

A la fiesta asistió un gran equipo de televisión, para informar en el telediario de una noticia tan importante como era el cumpleaños número cien de sus majestades el rey y la reina. Melchi, Gaspi y Baltasara estuvieron bien atentas a los momentos en que las cámaras las enfocaban, para salir bien guapas en el reportaje. Además, las tres fueron entrevistadas por una periodista que les preguntó sus opiniones sobre la fiesta. Hablaron muy bien y aprovecharon las entrevistas para mandar felicitaciones a los reyes y besitos a toda la nación.

Cuando se terminó la fiesta, Melchi, Gaspi y Baltasara se despidieron y cada una se fue a su casa porque, aunque eran princesas, no vivían en palacios sino en casas bastante normales. Las tres se quitaron la tiara y el vestidito, deshicieron el recogido, se lavaron los dientes y se pusieron el pijama. Luego encendieron la tele, porque tenían muchas ganas de ver lo que contaban en el telediario sobre el cumpleaños de los reyes.

Pero se llevaron una gran decepción. No porque el reportaje estuviese mal hecho. En realidad era muy bonito y recogía estupendamente el momento tan espectacular en que una gran nube de pétalos de rosa cubría el cielo y luego caía para formar una alfombra multicolor con aquel mensaje de felicitación que sorprendió al mundo entero. Todo eso era precioso pero a ninguna le gustó el reportaje, así que apagaron la tele y se encerraron enfurruñadas, cada una en su habitación.

Cuando sus madres fueron a preguntarles qué les pasaba, Melchi respondió que no le había gustado el reportaje del telediario porque Gaspi y Baltasara salían más que ella. Gaspi dijo que ella aparecía menos que Melchi y que Baltasara. Y Baltasara explicó que su decepción se debía a que, claramente, las intervenciones en pantalla de Melchi y Gaspi eran mucho más amplias que las suyas

En definitiva, las tres pensaron que era una injusticia ser una princesa y vestirte con un vestidito precioso y ponerte un recogido y una tiara, y luego responder con todo tu encanto a las preguntas de la tele y mandar besitos, para que al final tus mejores amigas, que también son princesas, salgan en la tele más que tú.

Pasó el verano y las tres, Melchi, Gaspi y Baltasara, que no habían vuelto a verse desde la fantástica fiesta del centenario de los reyes, se encontraron de nuevo en el colegio. Se saludaron educadamente y se preguntaron cómo habían pasado el resto del verano, y resultó que todas lo habían pasado muy bien. Aunque seguían siendo amigas, ya no era lo mismo que antes, porque cada una pensaba que las otras dos se habían portado mal en la fiesta, buscando el protagonismo para salir en el telediario más que las demás. Pero la profesora, que las conocía muy bien, se dio cuenta y les puso como deberes reunirse las tres a solas para averiguar por qué ya no eran tan tan amigas como antes. Fue así como las princesas se dieron cuenta de que enfadarse por el reportaje de la tele era una tontería, y decidieron que serían amigas de verdad para siempre. Además, Gaspi tuvo una idea fantástica: meter en una gran cesta los pétalos de rosa que cada una había recogido en el cumpleaños de los reyes, revolver bien para que se mezclaran y luego meterlos en tres pequeñas cajas de cartón. A continuación, prometieron que cada una guardaría su cajita como el bien más preciado, porque esos pétalos de rosa que olían tan bien representaban el tesoro de su amistad.

Transcurrieron los años y muchas cosas cambiaron. Los reyes decidieron jubilarse e irse a vivir a Palma de Mallorca, dejando el país bajo el gobierno del pueblo llano. Las tres princesas crecieron y, como eran muy trabajadoras y nunca se rendían ante las dificultades, consiguieron estupendos puestos de trabajo. Así, Melchi fue nombrada fiscala general del Estado, Gaspi llegó a ser analista de guión en una gran productora de cine y Baltasara, cantante en un grupo punk-rock y surfista de competición. Como eran tan buenas profesionales, cada una en lo suyo, eran muy conocidas en todo el país y cada dos por tres salían por la tele en programas culturales de máxima audiencia, y todo el mundo les tenía respeto y aprecio. Aparte de eso, ganaban mucho dinero y tenían unas casas estupendas, robots de cocina avanzadísimos y espectaculares automóviles que se conducían solos y que se conectaban a internet y hablaban. Cada una vivía en una ciudad diferente, y les seguía gustando comprar ropa en tiendas baratas y estilosas y de vez en cuando ponerse un vestidito para ir a alguna fiesta. En definitiva, cada una era feliz a su manera.

Pero un buen día, un asteroide impactó contra el Tierra, y no por casualidad. Resultó que estaba tripulado por una raza de guerreros extraterrestres que invadieron el planeta, lo cual incluía el país en el que vivían Melchi, Gaspi y Baltasara. El gobierno del pueblo llano fue depuesto y sustituido por un superintendente extraterrestre bastante apuesto pero muy malvado. Al final resultó que los extraterrestres habían invadido la tierra porque en su mundo se habían agotado los dos tipos de combustible con los que funcionaban sus vehículos, que eran la paciencia y buen humor. Así que su plan era robárselos a los terrícolas. Para lograrlo, obligaron a todo el mundo a llevar un dispositivo parecido a un teléfono móvil que poco a poco iba succionando de su portador la paciencia y el buen humor, que era directamente transferidos a grandes depósitos situados en órbita geoestacionaria para de allí ser trasladados al planeta de origen de los invasores en grandes naves lanzadera.

Sometidos a tan brutal explotación, a los terrícolas primero se les acabó todo el buen humor, con lo cual dejaron de hacerse fiestas y las tres princesas se quedaron sin oportunidades para lucir vestiditos. Enseguida empezó también a escasear la paciencia, y fue entonces cuando los miembros del depuesto gobierno del pueblo llano tomaron una importante decisión. Llamaron a las tres princesas y les explicaron que, según habían podido saber buscando en internet, en un lugar muy muy lejano llamado Plutón, en los confines del Sistema Solar, iba a nacer de un momento a otro un corderillo dotado de superpoderes al que su madre pondría el nombre de Pettit Mouton. Entre sus extraordinarios superpoderes estaría el de liberar a la Tierra de la tiranía de los malvados invasores y devolver a los terrícolas toda la paciencia y buen humor que les habían sido usurpados.

Las tres princesas se quedaron muy sorprendidas con esta información, y más cuando les dijeron que ellas, por su inteligencia, capacidad de trabajo y encanto personal, eran las personas más indicadas para ir hasta Plutón a convencer a Pettit Mouton para que ayudara a los habitantes de la Tierra. Sería un viaje peligroso y larguísimo, tan largo que tal vez no podrían volver. Además, Pettit Mouton sería muy delicado y posiblemente bastante caprichoso, tanto que la única forma de ganarse su favor sería hacerle un regalo cada una. Pero no uno cualquiera. Debían ofrecerle el regalo más valioso.

Melchi, Gaspi y Baltasara se lo pensaron un momento, porque nunca hacían nada a lo loco, y finalmente aceptaron la misión. De inmediato se pusieron manos a la obra. Sacaron todos sus ahorros del banco, vendieron sus casas, sus coches y todos sus electrodomésticos y, con el dinero que consiguieron, se compraron una nave espacial velocísima aunque un poco destartalada y un montón de joyas: anillos, pulseras, gargantillas, broches, pendientes y una espectacular tiara de diamantes. Todo el país acudió a aeropuerto de Ciudad Real a ver el despegue y despedir a las tres princesas, deseándoles mucha suerte en su aventura.

Pero al poco de iniciar el viaje ya comenzaron los problemas, porque la tapa del delco de la vieja nave se averió y tuvieron que parar a arreglarla en Marte, el primer planeta de su ruta. Pagaron la reparación, que resultó bastante cara, con algunas pulseras y pendientes.

La siguiente parada no tardó en llegar, ya que una nueva avería, esta vez en el condensador e fluzo,  les obligó a buscar otro taller en Júpiter. De nuevo tuvieron que pagar los arreglos con joyas y, como ya no les quedaban pulseras ni pendientes, entregaron gargantillas, broches y un bonito anillo de oro blanco con una gran esmeralda.

Pero los problemas continuaron, de manera que no les quedó más remedio que hacer aterrizajes de emergencia en Saturno y Urano. Cuando de nuevo tuvieron que buscar asistencia en Neptuno para sustituir el retroalimentador cuántico, la única joya que les quedaba era la maravillosa tiara de diamantes, y aún así les costó convencer al mecánico para que la aceptara en pago por su trabajo.

Por fin, ya creían que estaban muy cerca de su destino pero se les acabó el agua y para saciar la sed tuvieron que beber botellas de Cinzano, de las que llevaban una buena provisión, porque esta marca de bebidas fue el único patrocinador que había accedido a apoyar la expedición. Para colmo de males, se les averió el piloto automático y tuvieron que pasar a modo manual. Entonces la nave empezó a dar vueltas sobre sí misma, como una peonza, y las tres princesas se quedaron totalmente desorientadas, hasta que un gran resplandor en medio de la inmensidad del cosmos les indicó el camino a seguir.

Por fin, cansadas, un poco mareadas y con muchísimas ganas de darse un baño, llegaron a Plutón. Se pusieron sus mejores vestiditos: faldas de tul con mucho vuelo, corpiños con pedrería, rebequitas de angora, medias de seda, zapatos de charol, etcétera y se fueron a buscar al increíble Petit Mouton para presentarle sus respetos y pedirle por favor que ayudara a sus amigos de la Tierra a liberarse de la tiranía de los malvados invasores, y a recuperar la paciencia y el buen humor. No olvidaban que debían hacerle el regalo más valioso y, aunque habían perdido todas sus joyas, incluida la espectacular tiara de diamantes, no parecían preocupadas.

Sin embargo, las dificultades no habían terminado. Recorrieron todos los palacios de Plutón, pero en ninguno encontraron al pequeño superhéroe que buscaban. Cuando ya estaban casi desesperadas y congeladas, porque en Plutón hacía mucho frío, miraron al cielo, que era muy extraño porque tenía un color anaranjado, y de nuevo vieron la brillante estrella que les había orientado en su viaje. La siguieron y les llevó a una nave industrial abandonada, sucia y llena de chatarra espacial. Allí, en medio de mucha gente que hablaba los idiomas más incomprensibles pero que parecía alegre y amistosa, encontraron por fin a Petit Mouton, que les dio la bienvenida guiñándoles un ojo. Ellas se presentaron, explicaron su aventura y el objetivo de su misión y, como regalo, le entregaron tres sencillas cajitas de cartón. Petit Mouton se puso muy contento y las abrió rápidamente. Entonces, para sorpresa de todos los que estaban allí, comenzaron a salir volando millones y millones de pétalos de rosa de los más variados colores, tan frescos y tan perfumados como aquel lejano día del cumpleaños número cien de los antiguos reyes del país de Melchi, Gaspi y Baltasara. Como en aquella ocasión, que las tres princesas recordaban perfectamente, los pétalos cubrieron el cielo, ocultando las estrellas por un instante y dando un buen susto a más de uno, para enseguida caer al suelo formando una maravillosa alfombra multicolor en la que se pudo leer una frase: “Colorín, colorado, este cuento se ha acabado”.

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