En el Pasillo de las Orquídeas-Abeja, entre dos filos de encinas, se alzan algunos romeros, y a la sombra de su madera retorcida cuelgan las campanas del tulipán de monte, y alrededor de ellos se extiende un pasto pedregoso salpicado de manzanilla portuguesa. No hay una sola orquídea llamativa (ni una orquídea mariposa, ni Orchis langei), pero sí muchas orquídeas-abeja, con sus flores abriéndose como extraños insectos, pelirrojas y aterciopeladas, con formas extravagantes y reflejos como de alas plateadas.
Algunas abejas macho encuentran irresistibles estas flores. Realmente les recuerdan a una hembra, no sólo por su aspecto, sino por su olor. De algún modo, millones de años de evolución han proporcionado a las orquídeas la fórmula secreta del aroma de la abeja hembra a la que imitan. Hasta tal punto es bueno el engaño que las abejas macho tratan inútilmente de aparearse con la flor. Cuando los forcejeos de la abeja la colocan en la posición adecuada, se le quedan pegadas dos bolsas de polen, las polinias (adheridas a la frente, o al extremo del abdomen, según la orquídea). Así su próxima visita a otra orquídea-abeja podrá polinizar la flor. ¿Resultado? La pobre abeja ha tenido dos decepciones sexuales, y la orquídea se ha gastado cero calorías en néctar para atraer a las abejas, pero a pesar de eso ha conseguido reproducirse: el engaño sexual le ha dado buenos dividendos evolutivos.
Y sin embargo, siempre que veo orquídeas-abeja pienso que están atrapadas por su propio engaño. Porque, ¿qué ocurriría si lograran ser muy abundantes? Las abejas perderían mucho tiempo y energía entreteniéndose con las flores engañosas, y eso les restaría capacidad reproductiva. Entonces la selección natural se pondría en marcha seleccionando a los machos capaces de detectar e ignorar las imitaciones florales. Con esto, las orquídeas abeja perderían clientela, y se verían obligadas a evolucionar, mejorando sus imitaciones. Así entraríamos en un círculo vicioso, en el que, generación tras generación, las abejas se volverían cada vez más hábiles descubriendo los engaños y las orquídeas harían señuelos cada vez más eficaces. Es lo que se llama una “carrera de armamentos”, cuyo final podría ser doble: o bien abejas que ya no pueden ser timadas por las orquídeas (las cuales irían escaseando hasta quizás desaparecer), o bien una flor con todo lo que una abeja macho pueda soñar, un señuelo insuperable… con el que las orquídeas estarían no ganando la partida, sino perdiéndola. Porque, si las orquídeas abundan y el señuelo es tan bueno que las abejas macho realmente lo prefieren a las hembras, eso diezmará la reproducción de las abejas, y entonces cada año tendrán menos polinizadores, con lo cual las orquídeas se reproducirán cada vez menos, y quizás se extingan. Su propio éxito habrá sido su fracaso, igual que si un depredador fuese tan eficaz como para exterminar a sus presas o un parásito se contagiase como una plaga acabando con sus hospedadores.
¿Cuál es la solución a esta partida de ajedrez evolutiva? La que nos muestran nuestros campos: pocas orquídeas-abeja, pero con flores muy atractivas para las abejas macho. Al ser pocas flores, no estorban demasiado la reproducción de sus abejas, por lo que no entran en la peligrosa carrera de armamentos. Y al ser flores muy atractivas, da igual que sean pocas, porque seguramente tendrán éxito. Al apostar por la escasez como estrategia de supervivencia, las orquídeas abeja son lo que se llama “enemigos raros” de sus polinizadores. Evocan la idea de que la naturaleza es una vasta calculadora analógica, capaz de resolver complejos cálculos evolutivos usando, entre otras unidades, flores e insectos.
En la imagen, una de las cuatro especies de orquídea-abeja del paraje, Ophrys lutea. Más sobre polinización por decepción sexual en este artículo