Revista Mundo animal
Esto que veis aquí es un nuevo y actualizadísimo panel expuesto en el Museo de Historia Natural de Londres. El gran paleoantropólogo José María Bermúdez de Castro ha escrito de un modo crítico pero muy benevolente sobre este "árbol de la filogenia humana"... que no es ni árbol ni filogenia.
Lo que vemos aquí son cráneos (especies de homininos) flotantes, pseudo-organizados de la forma más ambigua posible mediante unos "contenedores", también flotantes, en forma de V. No hay conexiones entre las especies. No hay ramificaciones. No se representa de ninguna manera concreta el parentesco. No hay evolución.
Solo en la divulgación paleoantropológica son frecuentes este tipo de esquemas absurdos (perdón, es mi opinión) donde "todos flotan". Véase también este otro ejemplo del Smithsonian National Museum of Natural History:
Aquí tenemos un árbol y hasta ramas que conectan, ambiguamente, grupos correspondientes a géneros (Homo, Australopithecus...). Pero las especies, de nuevo, flotan inconexas como si Dios las hubiera creado y plantado en la Tierra sin más.
Como dice Bermúdez de Castro, "se evita proponer hipótesis filogenéticas entre las especies que aparecen en el cuadro. Este hecho suele provocar perplejidad y confusión entre los visitantes".
En mi opinión, lo lógico, lo normal, y lo DECENTE es representar un auténtico esquema filogenético, un árbol en el que todas las especies están conectadas por ramas que son linajes evolutivos y/o relaciones de parentesco. Efectivamente, no sabemos con una seguridad total cómo conectar esas ramas. Efectivamente, cualquier árbol que se dibuje será hipotético y podrá o no coincidir con el árbol real, es decir, con el parentesco evolutivo exacto de esos fósiles. Porque, señores, estamos hablando de ciencia y no de verdad revelada; la investigación y el progreso son constantes, y mañana sabremos más y mejor que hoy. Si esto no se enseña en primer lugar en un museo científico, se está haciendo mal.
El hecho de que las representaciones "flotantes" (o vergonzantes) abunden cuando se trata de evolución humana probablemente refleje un rasgo anómalo de la propia disciplina. En los trabajos científicos de paleoantropología rara vez encontramos un análisis de la filogenia, es decir, un estudio objetivo del parentesco del fósil en cuestión respecto de otras especies conocidas. Sin embargo, cuando el objeto de estudio es la evolución de dinosaurios, roedores, trilobites... realizar un análisis de filogenia es algo rutinario.
El descubrimiento paleoantropológico más reciente y espectacular, el Homo naledi, fue publicado en plan ultramoderno: ¡Hasta venía con modelos 3D de los fósiles para bajarse gratis y reproducir con una impresora 3D! Y, sin embargo, el trabajo tampoco incluía un análisis de la filogenia que situara a la criatura en algún punto de genealogía humana.
Cuando, en 2009, tras quince años de estudio, se publicaron ¡once! trabajos sobre el Ardipithecus ramidus, ninguno de ellos presentaba un análisis filogenético estándar como los que aparecen casi siempre que se descubre un nuevo dinosaurio. Aunque los autores de estos trabajos defiendan a menudo por escrito una hipótesis concreta sobre la ubicación evolutiva de su fósil, rara vez lo hacen utilizando métodos objetivos que en otras ramas de la paleontología se consideran prácticamente obligatorios, y que utilizan matrices de datos de múltiples fósiles para calcular las ramificaciones evolutivas más probables. ¿Por qué ocurre esta "fobia a los árboles" en el campo de la evolución humana, tanto en la vertiente científica como en la divulgativa?