La creación del Fondo Monetario Internacional ( FMI) tiene su origen en la conferencia de las Naciones Unidas celebrada en julio de 1944 en Breton Woods. En esta localidad del estado norteamericano de New Hampshire se reunieron representantes de 44 países con el objetivo de encontrar fórmulas que evitaran en el futuro devaluaciones competitivas de monedas nacionales como las que agravaron la llamada Gran Depresión. La misión declarada del FMI es promover la estabilidad financiera y la cooperación monetaria internacional. Facilitar el comercio, fomentar el empleo y el crecimiento económico sostenible y "reducir la pobreza en el mundo entero" son, en la lógica del Fondo, corolarios de lo anterior. La institución cuenta actualmente con 188 países miembros y, aunque tiene su sede en Washington, la tradición establece que su director gerente ha de proceder de Europa. El 5 de julio de 2011, la francesa Christine Lagarde accedió a este puesto, sustituyendo a su compatriota Dominique Strauss-Kahn (que a su vez había sucedido al español Rodrigo Rato) y convirtiéndose en la primera mujer al frente del FMI.
En el archivo de las oficinas de Washington existe una sección, llamada informalmente Sección Roja, en la que se guardan informes evacuados por personal de los servicios de seguridad y chóferes de los altos ejecutivos. Como cabría esperar, estos documentos son de acceso extremadamente restringido. Decir que el papel que entra en la Sección Roja queda enterrado para siempre no es exagerado. O no lo era hasta hace poco. El suceso que ha puesto en cuestión la estanqueidad del archivo secreto del FMI ha sido una noticia no demasiado extensa (apenas 400 palabras) publicada recientemente en la sección Finanzas de un diario local de segunda fila del estado de Nuevo Mexico, The Albuquerque Examiner. El títular, a cuatro columnas, decía: "La directora del FMI pierde los zapatos en Barcelona". Bajo él, la fotografía de un mocasín rojo sobre una cama de arena y el siguiente pie: "Uno de los zapatos de Christine Lagarde fue hallado al día siguiente en la playa de la ciudad". A las pocas horas de su publicación en la edición digital, la información desapareció sin dejar rastro. Hoy es imposible localizar un ejemplar de la edición impresa. Tan imposible como encontrar a Carson Foreman, el periodista firmante de la noticia. Intentaré resumir a continuación los hechos que relataba.
En fecha no determinada pero, en cualquier caso, correspondiente al segundo semestre de 2015, Christine Lagarde se encontraba de visita oficial en Barcelona. Era media tarde, hacía un día excelente, y la directora del FMI había terminado las reuniones que tenía programadas. Pidió a su chófer que la llevara a la Vía Laietana, indicándole que quería hacer unas compras y, una vez en su destino, le dio el resto del día libre. Según testimonio de uno de los guardaespaldas, Lagarde entró efectivamente en una tienda de moda, pero no permaneció en ella mucho tiempo. En cosa de cinco minutos volvió a salir a la calle, atravesó la acera y siguió caminando hasta la mitad de la calzada, donde se quedó plantada. Sin que su rostro se alterase un ápice por los frenazos de los automóviles, se quitó los zapatos y los lanzó tan lejos como pudo. Uno de ellos impactó en el parabrisas de un Seat Ibiza, hecho del que ha quedado registro en el correspondiente parte de la compañía de seguros. Acto seguido, se remangó la falda, apartó las bragas y, con las piernas bien abiertas, se puso a orinar. Las piernas de Christine Lagarde, larguísimas, bronceadas y primorosamente depiladas, clavadas en el asfalto como dos puntales, refulgían al sol de la tarde barcelonesa mientras un caudaloso chorro dorado caía entre ellas y se desparramaba por la Vía Laietana. A los pocos segundos, la meada se interrumpió y, en su lugar, de entre las piernas insultantemente fibrosas, morenas y lisas de Christine empezaron a caer billetes de un dólar, cientos de billetes nuevos de un dólar enrollados como finos canutillos que comenzaron a viajar por la Vía Laietana, empujados por el viento en todas direcciones. Se formó un tumulto y no tardó en presentarse una patrulla de la Guardia Urbana. Testigos oculares aseguraron que los agentes presentaban un inusitado aspecto "perruno" y que en vez de las tradicionales porras iban armados con flautas de pan. El guardia de mayor rango se dirigió a la mujer y le explicó que orinar sin disimulo en la vía pública era una práctica expresamente prohibida por las ordenanzas municipales. Pese a que podía ser tolerable en el nuevo clima político que reinaba en la ciudad desde el acceso al poder de lo que denominó los "populistas pornógrafos", mear billetes de un dólar suponía llevar las cosas a un punto "inadmisible". Por todo lo cual, cerró el agente su argumento, procedía la sanción. Tras escucharle, Christine Lagarde devolvió las bragas a la posición de reposo, se bajó la falda y con voz meliflua planteó las siguientes preguntas: "¿De qué se extrañan? ¿Es que no saben que mi fondo es monetario?".