
Pensando en permanecer varios días en el edén, y pasar pensando, mientras relees los ojos displicentes de difuntos sorbidos con fuerza por la eucaristía de la franca Moribundia, otros cuantos en medio del infierno, llegas a la siguiente conclusión: no se puede vivir sin el humo denso que los íncubos soplan al mentirte, o susurrarte al oído deseos insatisfechos y extrañezas en espiral y disociadas, esas mentalidades en blanco que jamás se acostumbrarán a vestir, respetar, fingir o comer cerrando la boca y mascando bien los alimentos…
Se dice en algún rincón bien limpio de la Biblia que el orden precede y no procede del Caos. Esto ayuda a reflexionar de lo lindo; y vale también para mantener cuadriculado tu entorno y en cada sitio colocada tal o cual cosa según el sitio y según la magnitud de la cosa.
Alguien dejó escrito en mi Diario que el domingo se levantó temprano para contemplar desde lejos el vuelo lento de la alondra alrededor de otro trozo desperdiciado de Nada. Serían las nueve y pico de la mañana. La noche había transcurrido entre vueltas y revueltas, sueños, apoteosis y curaciones de última hora; sobre ascuas… No creo que fuese el peor domingo de su vida cuando manchó el diario con semejantes abstracciones sin pies ni cabeza que a la postre, cuando sienten sed, bajan a beber en la fuente donde mana el agua fresca del instinto. Por mucho que digan o se desdigan, o masquen verdad o rechacen el acerbo sabor de la mentira.
“No soporto la palabra Deseo”, susurraste a esa oreja que en la cabeza permanece a la escucha el día que aún no te conocía lo suficiente para enjuiciarte, pensarte desnuda y olvidarte violada sobre un lecho de pétalos lilas, dormida, por lunas versátiles acariciada debajo, en fetal espiral de desencanto acurrucada, no viva, sí profundamente soñada…
Decepcionéis a quien tengáis que decepcionar es algo fundamental. No te levantes cada día y manifiestes enseguida la posición del Sol. Deja que cansados de esperar en vano, sucumban al vil encanto de tu misantropía.
No siento inclinación hacia la tristeza. Si lo intento, bendecido por alguna diosa suplicante arrecida de celo, me aburro y desisto como huye el cuervo del banquete donde sólo fueron invitados banqueros, viudas y corifeos.
En mi estado de cosas, procedencias y mendacidades está prohibida la abulia a buen precio y la tristeza empleada o no como cebo.
Una amiga, desdichada ella, utilizó ese ardid para derribar de un certero golpe a un magnate que olvidó dormir y, a cuenta de ello, se pasaba los días velando armas, cerraduras y leyes.
Al compás de reflexiones ominosas no hay quien piense callado lo que el público dice en alto cuando acaba la función.
Estoy procurando ser un triste de los de podium y marca y no puedo porque alguien, en contra de este deseo arrebatado que me cuece, pretende alegrarme el día llenándome el bolsillo de oro y la mente de pensamiento.
De ese pensamiento adulterado que sitúa los nombres bajo la trama artificiosa del concepto, la verdad en boca de la voraz ansia del instinto.
Hace días que no me zambullo sino en agua, y algo turbia, déjese dicho y remembrado, bien mirada desde la perspectiva del ocio, eso si se fijan los ojos en su cara licuada y jugosa de niña buena y mansa.
El rostro del agua es el mismo que aquel que don Demonio pone cuando aprieta sentado en el trono y maquina ya otra nueva embestida de sangre contra el mundo a medio hacer. Te digo yo, Prudencia enorme, que ambos son la misma flema, el mismo trabaollas, la misma contingencia calada de poder y vicio.
No miento. Ni difiero el proceder del pensamiento cuando en cavilar se ha enmendado el tuétano del cráneo… Que no.
Agua igual a Satán.
O Satán igual a agua clara de las fuentes, de tu boca recién besada, del claroscuro del chocho de la Bernarda, del riego que de tus ojos se derrama al sentir el corazón la dicha que otro hombre te regalará cuando el tuyo tenga que remar para sacar del pozo lágrimas de compasión y monedas gratas al porvenir y a la aurora.
