Y cumplimos tres años
Reparto
Director: Walter HillGuión: Bill Bryden, Steven Philip Smith, Stacy Keach, James KeachMúsica: Ry CooderFotografía: Ric WaiteReparto:Keith Carradine, David Carradine, Dennis Quaid, James Keach, Stacy Keach, James Carradine, Robert Carradine, Randy Quaid, Christopher Guest, Nicholas Guest
El western, tras una época llamada “crepuscular” donde Sam Peckinpah, Penn y otros fueron exponentes de esta etapa, no experimentó una renovación, un nuevo auge, como ocurrió con otros géneros americanos de tanto valor como el terror, fantástico y hasta policíaco. Y sería prematuro decir que el spaguetti ha hecho inviable un renacimiento del género, pero indudablemente la utilización abusiva de los tópicos y códigos del western a un nivel ínfimo, sin la dimensión poética de los maestros del género, mostró los mecanismos en que se sustentaba y hay que estar muy seguro del propio talento para emprender un film de este tipo que ya necesariamente ha de estar por encima de lo vulgar. Es decir, ha de ser una obra maestra so pena de considerársele un film desdeñable.
Resulta cuando menos curioso cómo vuelve el heróe individual en las sagas galácticas y se gusta de nuevo, por el público, el sabor de la aventura para con maniqueísmos exacerbados —los buenos, muy buenos y los malos, peor—, y sin embargo, el western, basado antaño en la leyenda individualista del pionero, no se atreve a proponernos al solitario que vence la situación adversa. Un ejemplo evidente es este film de Walter Hill The long riders[1] que por una vez fue traducido acertadamente por Forajidos de Leyenda. Así pues, estamos ante un hecho grupal donde apenas las singularidades de carácter de los protagonistas se muestran. Es difícil, no sólo un nivel narrativo como en los aspectos de la imagen —fotografía brumosa, con predominio de marrones y ocres, y en el de la planificación, con abundantes planos generales y americanos sin distinguir los contornos de la de los hombres de la banda de Jesse James. A ello hay que añadir de que en el film los actores que interpretan a los miembros del grupo, pertenecientes a tres familias —los James, Younger y Miller—, son también hermanos en la realidad —Keach, Carradine y Quaid, respectivamente—. Todo esto contribuye a que el film tenga una visión difusa, legendaria, en cuanto se abstraen los datos del hecho histórico que supuso la actuación de Jesse James y su banda en los años siguientes a la finalización de la Guerra de Secesión.La figura de Jesse James —una especie de Robin Hood americano— ha dado lugar a una larga saga cinematográfica, siendo la última, el film de Andrew Dominik “El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (The assasination of Jesse Jams By the coward Robert Ford, 2007) y en el que hay nombres ilustres —Fritz Lang, Nicholas Ray, Henry King, Samuel Fuller, George Sherman, etc,—. El punto de vista de Hill es eminentemente coral. Apenas, por ejemplo, tiene un relieve especial el tratamiento dado al jefe del clan, Jesse James. Por otra parte, el hilo argumental no se encadena con una lógica unitaria, sino como oposición de diferentes secuencias que lo mismo nos cuentan la boda de Jesse James que el funeral del hermano, un enfrentamiento con los Pinkerton, que un asalto a un tren o las aventuras con una prostituta. Se trata de crear la impresión de conjunto, un retrato de grupo: la situación de los labradores de Missouri tras la guerra civil, la simpatía popular por los que atracaban los bancos y el ferrocarril —símbolos de un cambio de vida que irremisiblemente iba a dar al traste con la vieja forma de entender los valores tradicionales, la fuerza de los vínculos familiares —prácticamente la única organización sólida por aquellos años, el odio que subyace en toda guerra civil. Walter Hill tomó el camino de la recreación ambiental y de la leyenda. Hay un especial cuidado por el vestuario, por los accesorios de la vida cotidiana, el paisaje variado de Missoouri y por los hombres que intervinieron en los hechos —en su dimensión social—. Hill se distancia, y distancia al espectador en un intento de ofrecerle una visión desapasionada de los hechos. La misma violencia excesiva (el desastre final de la banda, en el pueblo de Minnesota) está matizada en su hiperrealismo por el uso de los ralentís, el modo de Sam Peckinpah, cuyo influjo en innegable. Y la realización de Hill rezuma ese poso de melancolía de quien sabe está contándonos una historia de perdedores, con sus dejes de romanticismo imposible.
[1] Long riders significa en la jerga del Oeste al atracador que tras un asalto huye cambiando bien lejos para ponerse a salvo de la persecución. El título castellano, pues no es una traducción literal, pero se ajusta bien al contenido de la película, al no haber equivalente castellano del original.