Por última vez, la tarde del 12, fuimos a dar una vuelta por la ciudad. ¡Qué conejera forman sus calles y casas e iglesias! Como Fez, de ellas emana el Medioevo: como Lhasa, monjes. Sin embargo, lo que más me impresionó en esta ocasión fue la proximidad de las desnudas y rocosas colinas más allá de la garganta del río. Caminando por los estrechos y retorcidos callejones, uno capta de pronto la visión de una cresta rocosa tan cercana en el límpido aire de la meseta que imagina que es capaz de lanzarle una piedra. Esa dura, pedregosa y seca sierra, sin un asomo de agua en ella, con sus peñascos color hierro, parece como si brotara directamente del extremo de la calle. Toledo, se dice uno a sí mismo— aunque esto no es en absoluto cierto—, es una fortaleza edificada en un desierto.
Gerald Brenan La faz de España (1949)