Su último acto de fuerza supuso lograr su fin, y ser su final. Había sido rapado gracias a la traición de Dalila. Los filisteos lo apresaron, le sacaron los ojos y lo encadenaron. Le obligaron a empujar la rueda de un molino, y se burlaban de él. Con el tiempo el cabello le creció. Un día fue conducido al templo. Allí, apoyándose en las columnas las empujó diciendo: “Muera yo con los filisteos”. Las columnas se tambalearon y el templo se derrumbó. Murieron los príncipes filisteos y todo el pueblo que estaba allí congregado.
Sansón y Dalila. Anónimo. Museo BBAA de Valencia
Pero los más fuertes y vigorosos personajes han tenido su momento de debilidad. Convencidos de su propia fuerza, unos, confiados, resultaron vencidos por la astucia de rivales más débiles; otros, incapaces de reconocer su declive físico, terminaron vencidos por su arrogancia.
Goliat, famoso por su corpulencia y fortaleza, era un soldado filisteo. De enorme estatura, era tenido por un invencible guerrero. Todos temían al gigante, y nadie se atrevía a enfrentarse a él, hasta que David, el joven hijo de Esaí, que llegaría a ser rey de Israel, le derribó de un certero tiro de honda.
Milón de Crotona, calabrés, fue uno de los atletas más laureados de la antigua Grecia. Seis veces vencedor en los juegos olímpicos, él mismo se encargó de trasladar hasta su pedestal la estatua que el escultor Damoas había esculpido del fornido deportista. Se dice de Milón que, en cierta ocasión, cargó sobre sus hombros un buey de cuatro años y, con él a cuestas, realizó todo el recorrido de un estadio. Después, de un puñetazo, dio muerte al animal, comiéndoselo a continuación. En otro momento se hallaba en una casa con varios acompañantes. La casa amenazó con derrumbarse. Milón alzando los brazos sujeto una viga y permitió que los allí presentes abandonaran el lugar sanos y salvos. Sin embargo, su fin fue indigno de su fama. De camino por un campo vio un árbol con unas hendiduras producidas por unas cuñas. Milón trató de ensancharlas. Introdujo sus dedos en las grietas, pero quedó preso por las manos. Allí, atrapado e indefenso, fue devorado por las fieras.
De Polidamas de Tesalia también se cuentan prodigios sobre su fuerza. Dicen que una vez cogió un toro por una de sus patas traseras. El animal trató de escapar. Y lo logró, pero se dejó la pezuña en la mano del atleta. Su muerte, como la de Milón, se debió al exceso de confianza en sí mismo. Un verano, huyendo del sofocante calor, se refugió con unos amigos en el interior de una cueva. Ésta comenzó a derrumbarse. Los amigos de Polidamas iniciaron la huida, pero el forzudo Polidamas, convencido de su poder, trató de sostener el techo. Se equivocó. La montaña resultó un enemigo demasiado pesado. Polidamas murió aplastado, quedando sepultado bajo los escombros.
España también ha tenido sus forzudos. En el siglo XV, hubo un tal Diego García de Paredes. Llamado el Sansón de Extremadura, formaba parte de los ejércitos que Cesar Borgia dirigía contra los señores rivales del Papa Alejandro VI, su padre. Tal era su fuerza que aseguran arrancó una pila de agua bendita para acercarla a una dama a fin de que pudiera mojar sus dedos con facilidad.
Guerreros o atletas, soldados o deportistas, los forzudos siempre han despertado la admiración general. Las proezas de las que han sido capaces están al alcance de pocos…, afortunadamente.