- Y digame, señora: ¿dónde se manifiesta la dolencia?
- Pues entre el estómago y el intestino, por dentro, en lo que vienen siendo las entrañas y, a veces, acompañado de un molesto dolor de sienes... si es que tengo que señalarle alguna zona de mi anatomía.
- Ajá, pues entonces todo indica que es el picor propio que generan los conflictos éticos no resueltos... y ahí, amiga mía, las ciencias de la salud poco tienen que aportar.
Como los médicos se desentienden de mi caso, recurro a vosotros con afán de solventar esta duda que me corroe y me produce ardores en el aparato digestivo cada vez que se presenta y jaquecas criminales de darle al tarro. Se trata de un dilema moral con el que tengo sentimientos encontrados, y no acabo de percibir los límites entre lo permisible y lo que no se puede admitir. El tema es el siguiente: ¿hasta qué punto está bien sacarle una foto a un ser anónimo que te encuentras por la calle? ¿y publicar esa foto en Redes Sociales? ¿dónde empieza el Arte y en que punto limita con el derecho a la intimidad de los seres? No lo tengo claro, por eso os lo pregunto.
Posado: Niñas marroquíes a la salida del colegio en Fez. El señor de detrás en cambio no quiere fotos.
A priori, la cosa me parece poco ética: estás recogiendo imágenes de gente sin que ellos sean conscientes, y por tanto, sin permiso por su parte. Pero claro: ¿y los fotógrafos sociales? Esos que captan la realidad y luego la exponen. ¿Ellos sí pueden y el profano no? La línea está difusa... y se ha vuelto mucho más ancha en la medida en que todo el mundo hace fotos en cualquier momento, y además tiene la posibilidad de compartir su hazaña con el mundo.
La proliferación de smartphones (todos con su cámara estupenda incorporada) y la generalización de las Redes Sociales especializadas en fotografía (Instagram, Pinterest, etc) han motivado este tipo de exposición artística y social permanente. Y claro, estos 'robados' de gente anónima pueblan las redes para gozo y disfrute de los internautas: ahí está el mendigo de la iglesia de la esquina, la señora del mercado departiendo con la pescadera, el niño inmigrante jugando en el parque, el abuelo leyendo el ABC en un banco, una pareja haciendose arrumacos al atardecer, las putas de la Calle Desengaño, el chaval haciendo botellón... Son retratos costumbristas contemporáneos. ¿Qué puede tener de malo?
No lo sé. Un día puedes descubrir que la señora del súper que has visto en Instagram es tu madre, o el abuelo con el periódico tu padre, el niño inmigrante el amigo de tu hijo, el chaval de botelón tu hermano o la pareja que se besa apasionadamente sois tu novio y tú (o peor aún tu amante)... ¿y qué pensarías entonces?
A mí, francamente, no me gustaría nada.
Y robado... aunque parezca que posa, este vietnamita está cogido in-fraganti remando con los pies.
Por otro lado, cuando he viajado por ahí no he tenido problemas en fotografiar a gente -en grupo o en solitario- y aunque algunas veces si pedía permiso, la mayor parte de esos retratos también eran 'robados', y por tanto tan ilicitos éticamente como estos que os digo: Mujeres indias saliendo de un templo, tanzanas con su hatillo encaramado en la cabeza, ancianos vietnamitas remando en su canoa sobre el Mekong, monjes tibetanos, indígenas quechuas en Cuzco, bereberes nómadas en el Sahara, adolescentes saudíes bañandose en la playa cubiertas hasta los pies... Un sinfín de personajes que pueblan la memoria de mi PC, y que eventualmente salpican mis redes sociales. Salvo por la falsa impunidad que te da el saberte en el extranjero, a miles de kilómetros de tus conocidos... en un mundo cada vez más globalizado no sé si eso es un eximiente suficiente.
¿Qué marca la diferencia entre lo bueno y lo malo? ¿el uso que se vaya a hacer de las fotos? ¿ser un documentalista gráfico acreditado? ¿publicar las imágenes en Lonely Planet o en Instagram? ¿el grado de cercanía de los protagonistas -primer plano o plano general-? Soy un mar de dudas... así que aquí os dejo el melón abierto, por si me podéis ayudar :-)