Hoy, cuando todos tenemos la posibilidad de capturar una imagen en cualquier momento y circunstancia, parece hacerse realidad aquello de que "una imagen vale más que mil palabras". La proliferación del selfi respalda lo del "ver para creer". Miramos a nuestro alrededor, ¿describimos lo que vemos? Como la palabra requiere ser escuchada o leída, mejor hacer una fotografía. Igual nos encaminamos hacia un modelo de ciudadano que se limita a mirar en vez de intentar comprender; que quiere verlo todo, pensar con la mirada y de un solo vistazo. En todo caso, y sin necesidad de sustituir ni olvidar el valor de la palabra, la fotografía, aquel invento decimonónico, llegó para quedarse y para formar parte de nuestras vidas, por mucho que evolucione y se transforme.
Hay en ella algo enigmático que se sitúa entre nosotros y lo que vemos. Se trata de un espacio manipulable por el paso del tiempo, nuestra percepción y los enfoques, filtros y otros recursos que pudieran usarse al plasmar la imagen. Entre lo que vemos y conocemos o ignoramos, nos falta información; sin embargo, la fotografía es un testigo fiable y cierto de la realidad , un documento cargado de datos útiles para comparar, identificar, comprender o interpretar. Producto de la era industrial, se incorporó al proceso de transformación social, científico y cultural. En la actualidad hay quien vaticina su muerte y quien la observa como un barco a la deriva en el mar de la obsolescencia tecnológica. Sin embargo, aunque el movimiento haya ganado terreno a la inmovilidad y la fotoquímica haya sido arrinconada por lo digital, la fotografía sigue teniendo plena vigencia.
Las antiguas son testimonios del pasado; nos trasladan en el tiempo y nos proporcionan datos. También nos retan a esclarecer lo que nos muestran, a indagar el contenido histórico o social que atesoran, a comparar el pasado con la actualidad. Transformados o destruidos los paisajes y los escenarios, desaparecidos los personajes y olvidados los acontecimientos, sobreviven como documentos gráficos para, junto a otros testimonios, ofrecernos la posibilidad de conocer el pasado.
Aparte de las personales y familiares, hay tres fotografías que nunca me resultan indiferentes. La de los obreros comiendo sobre una viga colgada sobre Nueva York me produce desasosiego. Me bastan unos pocos metros para sentir una desagradable sensación de inseguridad y temor a precipitarme; al mirar a esos trabajadores, los veo como auténticos héroes o como trabajadores muy necesitados de jugarse la vida por un salario seguramente insuficiente. La segunda ha vuelto a la actualidad por la mojigatería de Facebook, se trata de la fotografía de los niños vietnamitas huyendo del napalm , que expresa la crueldad y sin razón de la guerra. La tercera es la famosa foto de las Azores con un Aznar que, en aquel momento, desconocía lo que se le venía encima cuando la mano siniestra, en todos los sentidos, de Bush se posaba sobre su hombro.
Parece evidente que hay instantáneas cargadas de significado y sentido, que nos transmiten información y nos interpelan. He señalado tres, pero cada persona tiene sus propio álbum repleto de aquellas que le inquietan, emocionan o le hace pensar.
Es lunes, escucho a JD Allen con The Phil DeGreg Trio: