Revista Arte
La fotografía se expande. Es una realidad. En los días en que nos movemos todo el mundo tiene cámara, tiene galería online y enseña sus fotos a cualquier persona que las quiera ver aunque se encuentre al otro extremo del mundo. La fotografía es algo extendido pero, incomprensiblemente, sigue siendo algo no entendido. La gente 'no quiere ser retratada'. La fotografía social del siglo XXI es una actividad de riesgo. Cuantas veces se ha dicho que los Cartier-Bresson, los Doisneau, los Elliot Erwit actuales pasarían demasiados problemas como para centrarse en lo que importa. Le gente conoce la fotografía e inexplicablemente la teme. Un fotógrafo en la calle es un terrorista; se sospecha y se huye de él. Sin embargo, una cámara de vídeo es una atracción, se la quiere, se la adora, se acercan a ella y se sienten afortunados de que se centre en ellos.
En una ocasión, fotografiando en una estación de tren, un miembro de seguridad me aseveró que tomar fotografías estaba prohibido y tenia que dejar de hacerlo. Ni siquiera se refirió al permiso que era necesario hasta hacía un par de meses y que ya se había derogado. Cuando hice mención a dicho permiso y su actual estado de nulidad por parte de la propia empresa gestora el vigilante contactó con su superior. La respuesta de este fue demoledora: "¿Qué cámara lleva? Si es una pequeña déjale".
Pasa el tiempo y tenemos como escenario un colegio electoral durante el transcurso de elecciones generales. En esta ocasión tuve que escuchar como un miembro de la mesa -que ni siquiera aparecería en la susodicha imagen- se oponía a que tomara fotografías a un votante que previamente me había dado su consentimiento. Su alegato fue demoledor: "¿Para uso personal? Eso es mentira. Eso no lo hace nadie porque no vale para nada".
Nos lo encontramos de nuevo cuando comenté a una persona que era fotógrafo y me interesaba por su aspecto la posibilidad de hacerle un par de fotos. Se extrañó, me preguntó el motivo y le confirmé que las quería simplemente para mi galería. Insistió en su extrañeza y yo insistí en mi respuesta una vez más hasta que, ya a la tercera: "-¿Fotos? Pero, ¿para qué? -Es igual, déjalo".
La gente teme de forma indiscriminada y aleatoria. No tienen problemas en difundir públicamente sus datos personales en redes sociales y desconfían de quien les ofrece seguridad respecto al uso de su imagen. Entiendo que la gente sea recelosa y que quieran preservar su intimidad o conocer el uso que se hará de su imagen, incluso aleatoriamente, ya que es algo personal, pero quizá lo que suceda es que la fotografía está siendo aceptada y extendida en su uso y no en su significado. Desconocen dónde acabará esa imagen en la que aparecen o para qué se utilizará. La gente no teme a las cámaras de vídeo porque la televisión forma parte de sus vidas pero la fotografía no. La aceptación de la fotografía y de su valor dentro de la sociedad es imprescindible para que en España tengamos una cultura de la imagen sana y de calidad más allá del populismo insípido y sensacionalista de la caja tonta..