Revista Cultura y Ocio

Fra Angélico

Por Enrique @asurza

Fra Angélico, pintor florentino del siglo XV. Contemporáneo de los arquitectos renacentistas Alberti y Brunelleschi, su arte conserva todavía, a pesar de su incorporación de la nueva perspectiva, la impronta de los estilos aún prevalecientes en el Quattrocento, como el gótico y el bizantino. Sus mejores obras acusan con plenitud la tensión entre la estilización y el hieratismo del gótico y el nuevo acento en la figura humana que preconizaba el humanismo.

Acontecimientos importantes en la vida de Fra Angélico

1400 Nace, en Vicchio, Guido di Pietro, más tarde Giovanni da Fiesole y, un siglo después de su muerte, Beato Angélico, según lo nombra Giorgio Vasari en su célebre libro de biografías.
1420 Realiza los frescos del hospital de Santa Maria Novella, con su nuevo nombre de monje dominico.
1439-1445 Pinta los frescos del convento de San Marcos.
1447 En Orvieto, pinta junto con su discípulo Benozzo Gozzoli dos telas para la catedral de la ciudad.
1455 Muere en Roma.

Monje vocacional y mero ilustrador del sentimiento religioso, o innovador y puente hacia el naturalismo dentro del gótico tardío, o genio del primitivismo del Quattrocento: pocas veces en la historia de la pintura la apreciación y los juicios acerca de un artista han variado tanto como en el caso de Fra Angélico.
El pintor y biógrafo de pintores Vasari fijó su nacimiento entre 1387 y 1388; hoy se sabe que nació 1400 en Vicchio, en un pueblo cercano a Florencia, y que su nombre era Guido di Pietro. Con éste firmó sus obras hasta casi cumplir veinte años. Entre 1420 y 1422, luego de inscribir ese nombre en una tabla hoy perdida, acepta un encargo trascendental: realizar los frescos del hospital de Santa Maria Novella. En los registros ha desaparecido Guido di Pietro, y en su lugar aparece el que sería su nombre religioso, Giovanni da Fiesole, monje de la orden de los dominicos. Fue Vasari quien vulgarizó el apelativo de Fra Angélico, contraponiendo su vida a la de su contemporáneo y también pintor Fra Filippino Lippi, cuya adscripción a la orden no pasaba de ser un cómodo seguro que no le impedía gozar de los placeres de la mesa y la cama.
En cambio, Guido da Pietro era casto y reflexivo: participó en las controversias y discusiones acerca de la reforma de su orden, y expresó su franca adhesión al estilo de vida ligado a la espiritualidad medieval, poco permeable a las corrientes humanistas entonces nacientes. Es una paradoja frecuente: su conservadurismo doctrinario no le impidió incorporar rápidamente las grandes innovaciones en el tratamiento de la perspectiva provenientes de la arquitectura de Brunelleschi y el naturalismo en el tratamiento de la figura que ya había anticipado Masaccio en la pintura.
Había aprendido el oficio de Lorenzo Monaco, un miniaturista de la escuela gótica: conocía y practicaba su técnica de un modo tan completo que los frescos de la iglesia de Santa Trinitá en Florencia fueron, hasta fecha muy reciente, atribuidos a su maestro, cuando en realidad Fra Angélico fue el artífice de la mayor parte de la obra.

Pintura El Juicio Final
Pintura El Juicio Final

Entre 1433 —año en que pinta su Madonna del Linaioli— y 1436, el monje dominico experimenta con perspectivas rigurosamente definidas: el grado en que la búsqueda de profundidad marca su estilo es muy claro en el altar para la hermandad de Santa Maria della Croce al Tempio, donde, además, incluye iconografías de la tradición religiosa medieval junto a retratos de su tiempo, en una alegoría a la continuidad del cristianismo desde el tiempo de los apóstoles y los padres de la Iglesia.
Pero el Beato de Vasari no era un contemplativo y la leyenda puede creer en su castidad, pero no en su retiro del mundo: 1430 pinta La Anunciación, uno de los emblemas de la crítica romántica, y La Coronación de la Virgen, para luego dedicarse, desde 1439 hasta 1445, al conjunto de frescos del monasterio florentino de San Marcos. Son estas pinturas la base de la difundida creencia en la santidad del pintor por encima de sus dotes estéticas. Es verdad que los frescos, ejecutados por Fra Angélico y por sus discípulos Benozzo Gozzoli, Zanobi Strozzi y Bautista Sanguigni, que ocupan los corredores, el claustro y las celdas de los monjes, poseían una función edificante y no estética. Pero su realización obedece a un oficio y una visión de la pintura que va más allá de la ilustración religiosa.
A sus cuarenta y cinco años, el papa Eugenio IV convocó al monje a Roma y lo obligó a fijar residencia permanente en la capital de la cristiandad. No obstante, entre junio y septiembre de 1447, Fra Angélico viaja a Orvieto, donde pinta, junto a su alumno Benozzo Gozzoli, dos telas para la capilla de la catedral de la ciudad; cincuenta años después, Lucca Signorelli completaría la obra.
De su etapa romana se conservan pocas obras, como las bellas Escenas de la vida de los santos Esteban y Lorenzo; alrededor de 1450 vuelve a Florencia, seguramente con gran alegría, y se convierte en abad del monasterio de San Domenico de Fiesole, cargo que conservó hasta 1452. En esta última etapa de su vida realiza multitud de pinturas hoy perdidas o arruinadas: un ciclo de treinta y cinco pinturas para la iglesia de la Santísima Annunziata de Florencia y un sinfín de encargos que él pasa a sus discípulos. Sólo en el retablo de Bosco dei Frati, hoy en el Museo de San Marcos, se reconoce la maestría de sus producciones anteriores. Murió en Roma, tras un viaje realizado por razones desconocidas, el 18 de febrero de 1455. Fue enterrado en la iglesia de Santa Maria della Minerva y su tumba se convirtió, desde la publicación de la biografía de Vasari, en el siglo XVI, en lugar de peregrinación religiosa.


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