Revista Cultura y Ocio
E. F. Benson Mapp y Lucía
La puerta era de roble antiguo, sin picaporte, pero con una cinta para la colonilla, en el estilo isabelino más riguroso. También había una gruesa cadena con su pátina de bronce verde colgando al lado, que Georgie razonablemente imaginó que serviría como llamador, así que tiró de ella. Una campanilla de bronce, que él no había visto, pendiendo sobre su cabeza estallo en un clamor que se podría haber escuchado no solo en la casa, sino en todo Tilling y en parte de la comarca. Georgie retrocedió del susto. Entonces, en el interior se manipularon pestillos y cerrojos y se les hizo pasar al interior de una sala en la que se distinguían dos estilos claramente diferenciados. Vigas de roble que cruzaban el techo, vigas de robe se entrecruzaban en las paredes: había una gran chimenea abierta de ladrillos grises holandesas, y a cada lado del hogar sendos bancos construidos con otros trozos de viga de roble para sentarse. Las ventanas estaban enrejadas y tenían unas palancas antiguas para controlarlas; había una larga mesa rectangular y un mueble especiero, y algunas jarras de peltre y un cofrecillo para Biblias y un baúl antiguo. Todo esto era de un estilo; y luego venía otro, pues la sala estaba repleta de maravillosos objetos de muy distintas clases. La mesa estaba cubierta con fotografías colocadas en marcos de plata; una era de un hombre uniformado y con muchas condecoraciones, con un cartelito con el nombre de Cecco Faraglione; otra, de una dama en vestido de gala con una enorme cantidad de plumas en la cabeza, con el nombre de Amelia Faraglione. Otra del rey de Italia; otra, de un hombre con levita, cuyo nombre era Wyse. Delante de los retratos, bastante ostentosamente la cinta y la cruz de Miembro de la Orden del Imperio Británico. En una esquina había un gabinete de porcelana con un jarrón de malaquita encima; había una mesa auxiliar cuya superficie estaba compuesta de mosaicos de mármol; había un piano de madera satinada cubierto con un bordado; una palmera, un sofá de terciopelo verde en el que descansaba, en un extremo, un abrigo de pieles. Todas estas cosas constituían refinamientos posisabelinos.