Revista Cultura y Ocio
Sue Grafton V de venganza
—¿No escribes? —Aún no has dicho nada. Me estoy preparando. —Espero. —¿Es una especialidad regional? —Por supuesto. Es todo lo que tú digas. Llevo años trabajando en esta receta, y por fin la he perfeccionado. —¿Cómo has dicho que se llamaba? —¿Kocsonya? Es gel… ¿Cómo se dice? —Gelatina de pies de cerdo —respondió William. Levanté el bolígrafo del papel torciendo el gesto. —Uy, Rosie, es que no se me da muy bien cocinar. —Yo te digo lo que tienes que hacer. Tú sigue paso a paso mi receta. A ver, necesitas una oreja de cerdo, el rabo y el morro, además de un codillo fresco partido por la mitad y un pie de cerdo. Yo a veces pongo dos. Lo hierves todo a fuego lento durante una hora y luego añades… Rosie siguió su explicación. Yo veía cómo se le movían los labios, pero estaba totalmente abstraída pensando en la imagen de las partes del cerdo, todas ellas despojos, hirviendo a fuego lento. Rosie se calló a mitad de frase y, señalando la libreta, dijo: —Apunta lo de la espuma. —¿Qué espuma? —La que suelta el cerdo, como una capa de grasa gris que hay que quitar. No me extraña que no sepas cocinar. ¡Si es que no escuchas! Cuando terminó de explicarme lo tiernos que debían de estar los pies de cerdo para poder servirlos en su punto, los ojos me hacían chiribitas. Al ver que seguía con la descripción de la guarnición —pasta rellena con pulmón de ternera—, pensé que tendría que esconder la cabeza entre las rodillas. Mientras tanto, William nos había dejado a las dos solas para ocuparse de la barra. Rosie se excusó y regresó a la cocina. Era la única oportunidad que tendría de escapar. En el momento en que me disponía a coger el bolso, la vi salir de nuevo con un plato de gelatina de cerdo fría y un cuenco de sopa con lo que parecían raviolis rellenos de coágulos oscuros. Rosie dejó los dos platos delante de mí y se contoneó un poco, con las manos juntas bajo el delantal. Los raviolis flotaban en un caldo claro, y el vapor que emanaba de la superficie olía a vello quemado. —Me dejas sin palabras —dije, con los ojos clavados en el contenido de los platos. —Pruébalo. A ver qué te parece.