Muchas veces las palabras son incapaces de reflejar lo que una fotografía nos cuenta, la memoria nos falla, pero ese retrato fiel de un instante nos da una bofetada en la cara con la realidad.
Mucho se ha dicho de la barbarie que cometieron los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, pero no hay mejor reflejo de los hechos que las imágenes tomadas por la cámara del republicano español Francisco Boix en el campo de concentración de Mauthausen, en Austria.
El padre de Boix era un catalanista de izquierdas que había pertenecido a la CNT y una de sus grandes pasiones era la fotografía. En su hijo dejaron huella tanto sus ideas políticas como el placer de tomar una imagen en el momento adecuado para dar a conocer al mundo una historia, y ambas herencias son las que marcarán sus destino.
Con 15 años estudió fotografía y cuando empezó la guerra empezó a militar en las Juventudes Socialistas Unificadas como fotógrafo del semanal "el Juliol". Cuando en 1939 terminó el conflicto armado tuvo que exiliarse a Francia junto con parte del ejército vencido a los campos de acogida que el gobierno se vio obligado a habilitar donde las condiciones de vida eran denigrantes.
En Europa también eran tiempos difíciles, Alemania estaba en plena expansión por sus territorios vecinos y la conquista de Paris era clave para los intereses del Tercer Reich. En este contexto a los exiliados españoles no les quedó más remedio que luchar en una guerra que no era la suya formando parte de la resistencia francesa contra los nazis, y como fue el caso de Francisco Boix acabar siendo prisioneros de guerra de los alemanes.
En aquel momento, la buena relación que Franco mantenía con Hitler era incuestionable. Y una vez más Alemania tendíó la mano al caudillo en sus propósitos macabros cuando su cuñado, Serrano Suñer, se reunió con el fuhrer con un único propósito: aniquilar a todos los prisioneros españoles. Para tal fin se habilitaron campos de concentración donde se les sometía a trabajos forzados que sobrepasaban el límite de la resistencia humana, uno de ellos fue Mauthausen donde Boix fue destinado.
Para Francisco llegar a Mauthausen fue llegar al infierno. Los presos construyeron la carretera principal y parte de la prisión transportando piedras de más de 40 kg a sus espaldas. Las condiciones de vida eran lamentables, de hecho, dos terceras partes de los 8.000 presos españoles que fueron allí destinados murieron antes de la liberación. Ante esta adversidad, el fotógrafo español supo ganarse la confianza de los SS que vigilaban el campo y consiguió formar parte del departamento de fotografía de Mauthausen, y así, su cámara fue testigo de las torturas, los asesinatos, los suicidios y las visitas que los altos cargos hacían regularmente al campo de concentración.
Lo único que le mantenía con vida era vivir para contar lo que allí estaba pasando. Y así lo hizo, consiguió junto con un grupo de camaradas comunistas esconder los negativos en el exterior en casa de una señora del pueblo, Anna Pointner, hasta que fueran liberados. Cuando llegó el momento fue a París y consiguió publicar las fotos en algún medio próximo al Partido Comunista, y pronto el Gobierno francés se interesó en él como testigo en Nurembreg en los procesos contra el Tercer Reich.
Las fotografías fueron presentadas como pruebas, y no le fue nada fácil ir describiendo el horror de cada una de las imágenes que se estaban proyectando en la sala.
Después del horror vivido, el joven alcanzó su sueño: se afianzó como periodista para varias publicaciones parisinas hasta que le llegó la muerte, solo, con treinta años y muy lejos de su añorada familia.
Francisco Boix siempre con la sonrisa puesta y su cámara colgada
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